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—Hombre, Vicente, contigo tenía yo ganas de echar una parrafada. Hace casi un mes que quería hablarte y parece que te hubiera tragado la tierra, no hay quien te vea el pelo. —Pues escondido no estoy, será que no me ha buscado bien. En el trabajo, en mi casa o en la taberna, en cada sitio a su hora, bien fácil es encontrarme. ¿Y de qué quiere usted hablar conmigo? —Preguntó Vicente, haciéndose de nuevas —¡Ah, es qué no lo sabes! —Dijo el cura con tono irónico. —Pues no, no lo sé, así que usted dirá. —De lo que quería hablar es de las doscientas pesetas que me debes. —¿Qué yo le debo a usted doscientas pesetas? —Preguntó Vicente sorprendido— ¿Es qué no le pagué el bautizo de la niña o es qué le he encargado misas de difuntos sin pagarle lo mandado? Dígame usted de dónde viene esa deuda. —¡Vamos, hombre, no te hagas el loco! —Dijo el cura con aire de indignación— Bien sabes tú a lo que me refiero. Te estoy hablando del donativo que tienes obligación de pagar, como todos los demás, por el escándalo de lo de la burra de Ramiro. —Párese usted —replicó Vicente—, yo ni estoy loco, ni tengo derecho —confundía Vicente derecho con obligación— de darle a usted ni una perrilla por eso. A santo de qué viene usted a reclamarle a cuatro desgraciados ese dineral. —Esto no viene a santo de nada, sino que es lo que está estipulado —la voz del cura iba subiendo de tono—, y, si todos los demás lo han pagado, no vas a ser tú el listillo que te vayas de gratis después del escarnio que ha supuesto para el pobre Ramiro lo que le hicisteis, amén del escándalo para todo el pueblo. —Si los demás le han pagado, eso es cosa de ellos, pero yo no le doy ni un céntimo. ¿Lo ha entendido bien? Ni un céntimo, así que ya sabe lo que hay. Después de hablar, Vicente hizo ademán de rodear al cura para seguir su camino. Éste lo sujeto del brazo al tiempo que le decía: —Ya me encargaré yo de que otros te cobren con creces lo que tú crees que no me vas a pagar a mí. —Primero, quíteme las manos de encima —respondió Vicente deshaciéndose de la mano del cura de un tirón— y segundo, puede usted hablar con quien quiera que a mí me da igual. —Ahora mismo voy a dar parte a la guardia civil, no sólo por no pagar, sino también por el escándalo que me estás formando —le amenazó el sacerdote. —Como si le quiere dar parte al capitán general, el escándalo lo está formando usted —replicó Vicente. —Vamos, Vicentico, estate tranquilo —era la voz de Roberto Carrión, juez de paz a la sazón, que había acudido al oír la conversación y el tono que ésta estaba tomando—, súbete para la casa que ahora voy yo, antes tengo que echar un rato con don Miguel. —Roberto, yo es que iba para el ayuntamiento —le contestó Vicente al juez de paz en tono más tranquilo. —Bueno, deja ahora lo del ayuntamiento y súbete, yo no tardo mucho. Vicente sentía gran respeto por Roberto y no quiso entrar en discusión con él, ya bastante había tenido con la del cura. Volvió sobre sus pasos y se encaminó a casa de Roberto. El juez de paz y el cura se entraron a la sacristía donde platicarían largo y tendido sobre lo que acababa de ocurrir.” ... |