Las botas Una tarde muy lluviosa, mi madre decidió comprarme unas botas, yo, muy contenta, fui con ella. Cuando ya las tenía en casa se las enseñé a toda mi familia para que viesen lo bonitas que eran. Por la noche no me podía dormir de las ganas que tenía de estrenarlas, pero al fin me quedé dormida. Tuve un sueño magnífico. Empezó con que ya iba a estrenarlas. Yo estaba muy alegre. Al poco rato llegaron mis amigas que al ver las botas se pusieron a cuchichear entre ellas: -¡Oh, qué botas más chulas, qué bonitas, bla, bla, bla...! Salimos a dar una vuelta por ahí, pero yo sólo iba mirándome las botas para que no se ensuciaran con el barro u otra cosa. Iba muy presumida y al volver una esquina choqué con un chico. ¡Jo, qué chico!, ya os podéis imaginar. Me miró de pies a cabeza y siguió con una cara… ¡qué cara! Fue tal el coraje que me dio, que no volví a mirar las botas. Dimos otras vueltas por ahí y nos marchamos a nuestras casas. Cuando llegué al tranquillo de la puerta, ¡madre mía, qué botas!, estaban sucísimas, llenas de barro. Yo sólo pensé en lo que me iba a decir mi madre. Bueno, toqué, me abrió, subí las escaleras, me miró las botas y… –Pero niña, ¿qué le has hecho a las botas? Yo, con las lágrimas casi saltadas, no me atreví a levantar la vista. Mi madre continuó: –¡Pero si están mejor que te las llevaste! Las miré y ¡qué botas! Estaban preciosas. Tenían un color que no sé cómo explicarlo. Esa tarde estaba muy tranquila. A las seis y media, o algo así, llegaron otra vez mis amigas. Tuvieron que esperar un poco mientras me ponía las botas. Cuando bajé se quedaron asombradas. Yo me puse de ancha que… Salimos a la puerta y mis amigas venga a hablar de las botas, y venga a hablar. Al cabo de un tiempo, cuando dejamos de hablar de ellas, me tropecé con el mismo chico de antes. Se quedó como una estatua mirándome. A los pocos segundos dijo: –¡Qué botas más bonitas! Me quedé paralizada. No sabía qué hacer. Cuando empezaba lo más emocionante desperté. ¡Qué rollo! ¿No? Bueno, de todas formas iba a estrenar las botas. Como ya sabéis, dicen que algunos sueños se convierten en realidad. Pues así sucedió. Ocurrió totalmente lo mismo: hablaron de mis botas, me tropecé con el chico, me ensucié las botas…, pero al subir las escaleras y abrirme mi madre la puerta, miró las botas y…, me echó una regañina tal que no volví a salir en toda la tarde.
Mari Paz Gómez |