Portada de "Cascarabitos"  
CASCARABITOS. Fragmentos del capítulo I

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“El otoño en Alzujara era una auténtica obra de arte que cada día se mostraba a los ojos de sus vecinos sin que casi ninguno reparase en ello. Muy pocos disponían de tiempo para dedicarse a contemplarla; todos estaban demasiado ocupados en buscar la forma de arrimar algo para el sustento propio y el de los suyos, aunque sólo fuesen cascarabitos.

La variedad de colores que se podían ver en la rambla, el Quebradillo, el barranco de las Grutas, o cualquiera de los frondosos parajes en los que abundaban el álamo, la mimbre, la higuera, los juncos, las adelfas y todas las plantas propias de las orillas de las pequeñas correntías de agua que cruzaban por los aledaños del pueblo, suponía la más bella obra plástica jamás plasmada por artista alguno.”

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Al pasar sobre sus cabezas vio como un avión lanzaba una más, sería la última de esa pasada, oyó el estruendo del estallido muy próximo a donde él se encontraba, ya no pudo ver las estrellas, ni el humo, ni el polvo, ni la última vuelta que dieron los aviones al llegar de nuevo a las Retornas, ni el resto de palomitas que salieron de sus barrigas, ni oír el horroroso estruendo que hicieron dos de ellas al caer sobre el tajo que servía de refugio a los milicianos a la entrada del pueblo, ni los gritos de los muchos que allí quedaron sepultados. Esos gritos no los oyó ni Joseíco ni nadie, esos gritos fueron apagados para siempre por las toneladas de piedras destrozadas que cayeron sobre los que creyeron encontrar en aquel lugar su salvación.

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“A Vicente, mientras descuartizaban el cerdo que habían dejado a medio pelar por la mañana, no se le iba de la cabeza la imagen de su amigo Joseíco invitándole a ir con él a dar de comer a las cabras. Si él hubiera estado allí no lo habría dejado levantarse para ver como caían las bombas, o, ¿quién sabe?, todo hubiera sucedido igual. Las ilusiones del amanecer se trocaron. Hoy no comería guiso de matanza, la chicharra asada a la lumbre no entraría por su boca, no tendría vómitos ni diarrea; tomaría un bocado de cualquier cosa que le diese su madre, habría que esperar hasta otra ocasión en la que el cuerpo fuese capaz de superar la pena que sentía por la desaparición de su amigo.

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