Portada de "Cascarabitos"  
    CASCARABITOS. Fragmentos del capítulo VI
   

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“Iban calentitos, unos más que otros, por dentro y por fuera, por eso cuando llegaron a la puerta del baile y Pedro «el Tuerto» osó pedirles la peseta para poder participar en el baile, le empujaron sin contemplaciones mandándolo al centro de la habitación. Al volver a ellos para seguir reclamándole las pesetas, una mano perdida se escapó y le dio el primer pescozón de la noche. Pedro «el Tuerto» tenía la rarra, siempre llevaba todas las papeletas cuando se trataba de la rifa de un tortazo: palo que se escapaba, palo que él recibía. Y aquella noche no iba a ser menos.
Los otros muchachos se acercaron a los que acababan de entrar y uno de ellos les dijo:
—Si no dais la peseta no podéis bailar, ni estar en el baile.
Después de un tira y afloja en el que unos reclamaban el dinero con un exigente: «Si no pagas, no bailas», y los otros se negaban a ello con un desafiante: «Yo bailo sin pagar», Andrés «el Panaero», que se atrancaba de vez en cuando al hablar, mas no por ello se cortaba un pelo cuando tenía que hacerlo, agarró el palo que usaba Rosalía para atrancar la puerta por las noches y, tras no pocas dificultades, se le pudo entender en tono amenazante:
—Se..., se..., señores, si no po..., po..., podemos bailar no..., no..., nosotros, ¡aquí no, no, ba..., ba..., baila ni Dios!
Respiró después de nombrar al Creador, y dicho y hecho: con el palo que tenía en las manos asestó tan certero golpe al candil, y de tal modo, que éste salió disparado contra la pared, desprendiendo en su breve trayecto la torcida, aún encendida, que chamuscó la rebeca del día de la Virgen que llevaba puesta Amadorcita, la de la huerta Grande, y derramando el aceite de su interior sobre los vestidos y pantalones de más de cuatro de los que allí estaban reunidos.
Tras producirse la oscuridad, los gritos, empujones, manotazos, tortazos y puñetazos se repartieron ecuánimemente por toda la habitación, bueno, Pedro «el Tuerto», como siempre, se llevó su ración de más. Entre tanto alboroto sólo se oía la voz de uno de los músicos:
—¡Pegadnos a los tocaores, pero los instrumentos respetadlos! —Era casi una plegaria implorando por la buena salud de aquello, que si se estropeaba, tenía difícil arreglo.
El baile quedó desfaratao. No fue el primer baile que corrió dicha suerte, ni tampoco sería el último, más al contrario, lo normal es que la mayoría de los bailes acabasen como el «Rosario de la Aurora», y el de esa noche no iba  a ser menos.”
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