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“Iban calentitos, unos más que otros,
por dentro y por fuera, por eso cuando llegaron a la puerta del baile
y Pedro «el Tuerto» osó pedirles la peseta para poder
participar en el baile, le empujaron sin contemplaciones mandándolo
al centro de la habitación. Al volver a ellos para seguir reclamándole
las pesetas, una mano perdida se escapó y le dio el primer pescozón
de la noche. Pedro «el Tuerto» tenía la rarra, siempre
llevaba todas las papeletas cuando se trataba de la rifa de un tortazo:
palo que se escapaba, palo que él recibía. Y aquella noche
no iba a ser menos.
Los otros muchachos se acercaron a los que
acababan de entrar y uno de ellos les dijo:
—Si no dais la peseta no podéis bailar,
ni estar en el baile.
Después de un tira y afloja en el que
unos reclamaban el dinero con un exigente: «Si no pagas, no bailas»,
y los otros se negaban a ello con un desafiante: «Yo bailo sin
pagar», Andrés «el Panaero», que se atrancaba
de vez en cuando al hablar, mas no por ello se cortaba un pelo cuando
tenía que hacerlo, agarró el palo que usaba Rosalía
para atrancar la puerta por las noches y, tras no pocas dificultades, se
le pudo entender en tono amenazante:
—Se..., se..., señores, si no po...,
po..., podemos bailar no..., no..., nosotros, ¡aquí no,
no, ba..., ba..., baila ni Dios!
Respiró después de nombrar al
Creador, y dicho y hecho: con el palo que tenía en las manos asestó
tan certero golpe al candil, y de tal modo, que éste salió
disparado contra la pared, desprendiendo en su breve trayecto la torcida,
aún encendida, que chamuscó la rebeca del día de la
Virgen que llevaba puesta Amadorcita, la de la huerta Grande, y derramando
el aceite de su interior sobre los vestidos y pantalones de más de
cuatro de los que allí estaban reunidos.
Tras producirse la oscuridad, los gritos,
empujones, manotazos, tortazos y puñetazos se repartieron ecuánimemente
por toda la habitación, bueno, Pedro «el Tuerto», como
siempre, se llevó su ración de más. Entre tanto alboroto
sólo se oía la voz de uno de los músicos:
—¡Pegadnos a los tocaores, pero los
instrumentos respetadlos! —Era casi una plegaria implorando por la buena
salud de aquello, que si se estropeaba, tenía difícil arreglo.
El baile quedó desfaratao. No fue el
primer baile que corrió dicha suerte, ni tampoco sería
el último, más al contrario, lo normal es que la mayoría
de los bailes acabasen como el «Rosario de la Aurora», y
el de esa noche no iba a ser menos.”
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