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El Gato con BotasTeodoro R. Martín de Molina. |
Se dice
que un molinero cuando la muerte avistó, a sus tres hijos queridos tres cosas solas dejó: para el mayor el molino, al segundo conformó con el asno que tenía, y para el hijo menor... sólo le quedaba un gato y el muchacho lo heredó. Poco consuelo tuvieron con tan escasa porción, mas los hermanos mayores encuentran la solución porque aúnan sus herencias y trabajan en unión. El pequeño se decía, entre llantos de amargor, que en comiéndose a ese gato ya su herencia se acabó. Sin mostrarse muy alarmado, el felino que lo oyó con calma y suave tono al muchacho respondió: —Un saco y un par de botas, sólo necesito yo. En breve comprobará que muy pronto mal juzgó al animal que su padre en herencia le dejó. Las palabras del minino al principio rechazó, mas tras recapacitar el muchacho decidió dar al gato lo pedido al pensar que no hay peor intento que el no intentado y por ello así actuó: al gato dio lo que quiso y a su suerte se confió. Teniendo ante sí las botas el gato se las calzó, sobre su negro pescuezo el saco se lo colgó y a donde pastan rebaños el gato se encaminó. Hierbas frescas y semillas en el saco colocó y tan largo cómo era en el suelo se tumbó. Al poco, un corderito al saco se dirigió, y buscando las semillas dentro de él se metió. En menos que canta un gallo el gato el saco cerró y con tan rico presente al palacio se marchó. Cuando delante del rey el gato se presentó, el corderillo atrapado al monarca le ofreció. Del Marqués de Carabás, el que era su señor, dijo que era aquel regalo que al monarca le mostró. —Pues mucho yo le agradezco a ese marqués, su señor, el regalo que me ha dado —el monarca contestó. Algunos días más tarde entre el trigo se escondió, teniendo el saco entreabierto unas perdices cazó, y sin pérdida de tiempo al palacio se marchó. De muy buen agrado el rey el nuevo obsequio aceptó. Así anduvo unos meses, en nombre de su señor, llevando cosas al rey haciéndole gran honor, hasta que un día muy temprano en el palacio escuchó que el monarca con su hija, la princesita Leonor, junto a la orilla del río iban a ir de excursión. —Es ocasión excelente —astutamente pensó—, debes seguir mis consejos —al molinero explicó— e irte a dar un buen baño a donde te indique yo. Lo demás es cuenta mía, eso no corre de vos. El Marqués de Carabás a su gato obedeció y mientras tranquilamente se daba su chapuzón, |
el rey con
su carruaje por aquel lugar pasó. —¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Socorro! —Gritaba a pleno pulmón—. Allá en lo hondo del río se está ahogando mi señor. Al oír aquellos gritos la carroza se paró el rey sacó su cabeza y al gato reconoció, y sin perder un momento a sus guardias los mandó que fuesen a socorrer al marqués y al que gritó. Siguiendo su estratagema, el gato astuto explicó que las ropas del marqués un ladrón se las llevó. El monarca, de inmediato, a un cortesano mandó a que trajese un vestido, de su propio vestidor, el Marqués de Carabás merecíase lo mejor. Vestido tan bien vestido la princesa lo encontró un joven muy a su gusto y de él se enamoró. Satisfecho de que el plan a resultar comenzó, el gato, taimadamente, al séquito adelantó; a todo el que se encontraba: campesino o labrador, con hacerlos picadillo, a todos amenazó si no decían que aquello todo era de su señor. Los prados, lagos y tierras, el trigo, maíz y arroz, todo por arte de magia al molinero pasó. Que muy rico era el marqués el monarca concluyó. —El Marqués de Carabás es de todo poseedor. Fue siempre igual respuesta que a su pregunta escuchó. A un bello y grande castillo por fin el gato llegó, al que un viejo hechicero con frialdad recibió (de todo lo antes dicho él era el dueño y señor). —Me han asegurado —dijo— que tú posees el don de convertirte al instante en un animal feroz. —Es cierto cuanto te han dicho —el ogro le respondió—, para que tú lo compruebes y yo refuerce mi don, vas a verme en un instante convertido en un león. Pronunció raras palabras y en león se convirtió, El gato salió corriendo del susto que se llevó. Cuando vio que el hechicero a su ser normal volvió, bajándose del tejado al hechicero probó diciéndole que lo hecho no tenía gran valor, que lo difícil sería convertirse en un ratón. Muy herido en su amor propio el hechicero exclamó: —Para mí todo es posible, mentecato enredador. Diciendo nuevas palabras se convirtió en un ratón: en abrir y cerrar ojos el gato lo devoró, pasando hacienda y castillo a manos de su señor. —El que seáis mi yerno, sólo depende de vos. Le dijo el rey al marqués cuando el castillo avistó. Con graciosa reverencia la honra él la aceptó, y en esa misma jornada la boda se celebró. A partir de ese momento el gato se convirtió en un ser muy refinado, que su tiempo lo empleó sólo en cazar los ratones a modo de distracción. |
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