Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

El Purgatorio

 

Mi madre, sin ser papisa ni nada que se le pareciera, ya nos lo decía hace muchos, muchos años: “Esta casa es el Purgatorio en la tierra”. Así que no fue extraño que cuando el sacerdote en la catequesis de preparación para mi primera comunión allá por el año 57, del siglo pasado, me preguntara por lo que era el Purgatorio, yo le respondiera con un lacónico “mi casa”, al más puro estilo ETeniano, como mi santa madre nos repetía con no poca frecuencia debido a las más que probables irritaciones que le hiciéramos padecer a la pobrecilla.

            Con este inicio, un tanto jocoso, pretendo desdramatizar y quitar hierro a tantas y tantas opiniones que se vierten en los medios sobre tantos y tantos asuntos que sugieren desde las jerarquías eclesiales. Porque las últimas palabras del Papa acerca de la ubicación del Purgatorio no dan para más. Son reflexiones que quizás a muchos católicos incluso les lleguen a escandalizar pero que en realidad no son más que una constatación palmaria de una lógica racional que tanto trabajo le cuesta en ocasiones admitir a los fundamentalistas de las religiones y que siempre han vivido encantados con imbuir en sus seguidores las ideas aterradoras de los lugares reservados a los malos y las placenteras de los reservados a los buenos. Pero al común de los mortales, con un poco de criterio, ya no le dicen nada porque bien sabemos que es en este mundo, en nuestro entorno y en nosotros mismos, donde vivimos unas veces en el Infierno, otras en la Gloria, y las más de ellas deambulamos por el Purgatorio, y no estamos en el Limbo porque ya recordaréis que hace unos años nos quedamos sin él (leer artículo sobre el tema).

            En definitiva, como decía premonitoriamente, aunque parezca extraño, en el mencionado artículo de 2007, poco a poco nos iremos quedando sin esos lugares imaginarios con los que hemos convivido a lo largo de nuestra existencia y no pasará nada, porque en el fondo, como nos viene a decir el Papa, es en el corazón y en la mente de cada persona individual donde están estos espacios que a veces nos atormentan, en ocasiones nos hacen felices y en no pocas nos sumergen en un mar de dudas, tan propias de la venturosa imperfección del ser humano.

            No tenía muchas ganas de publicar este artículo porque sé que son muchos los miembros de mi familia que al leerlo pueden torcer un poco el gesto y pensar eso de “para que se meterá Teodoro en estos berenjenales”, pero con estos asuntos como con los referidos a la política, si me los callo y no los hago saber a los que perdéis un poco de vuestro tiempo en leer lo que escribo, me da la impresión de ser algo cobarde y que me dejo llevar por la corriente que actualmente impera en nuestra nación y que hace que tengamos que decir amén a todo aquello que surge de la nueva corriente neo-liberal que predican desde los púlpitos de muchas catedrales y desde la mayoría de las tribunas de los medios de comunicación. Así que, procurando ser lo más respetuoso posible con las creencias, sentimientos e ideas de todo aquel que lea esto, no me resisto a emitir mi opinión al respecto, que, como digo muchas veces, no es más que la opinión de uno más que tiene la osadía y el atrevimiento de exponerla al público conocimiento sin sonrojo de ningún tipo, pues lo hago desde el convencimiento de que con la exposición de mis planteamientos no ofendo a nadie y mucho menos ofendo a los míos, si así lo creyera no volvería a publicar una línea.

            Cuando tenía todo esto medio hilvanado he recibido el próximo artículo de mi hermano Salvador que lo comienza un tanto mosqueado con el tratamiento que al tema se le dio por parte de una determinada emisora de radio, que es la que yo suelo escuchar (la SER). Este planteamiento de mi hermano mayor me hizo dudar, aún más, de la conveniencia o no de publicarlo, pues la verdad es que su punto de vista y el mío son poco coincidentes. Él le dio mucha importancia a lo escuchado y para mí casi pasó desapercibido.

            Al final, como podéis comprobar, me decido por colgarlo y “que sea lo que Dios quiera” que decimos los creyentes conscientes de lo que decimos y no como frase hecha.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 14 de enero de 2011.

 
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