LA GACETA DE GAUCÍN

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Agreste Alpujarra No: 5 - Agosto / Septiembre 2010 Página 18

 “Capitán”

Estaría en la plena madurez de su agitada vida cuando fue abatido por los disparos de la guardia civil el último día de la feria de Cádiar. Había llegado acompañado por su amigo y guía, posiblemente engañado. No tuvieron misericordia de él. No entendieron su bravura. Cuando se quedó solo se le mudó la compostura. De ninguna de las maneras estaba dispuesto a aceptar las órdenes de otros que no fuese aquel del que siempre las había recibido. Aunque era conocido como “Capitán” jamás ejerció el rango, siempre fue sumiso, y en el momento que dejó de serlo el plomo le atravesó el corazón.

Aquí acaba la semblanza de un peculiar personaje que habitara en los años posteriores a la guerra civil por los confines de la Contraviesa y que acabara sus días deambulando por la Alpujarra hasta encontrar la muerte. Su porte, su nobleza, la sencillez de sus sentimientos no impidieron que acabara como acabó.

Antes de que las máquinas con sus estruendos usurparan el trabajo de los animales dirigidos por las diestras manos del labrador, Cristóbal Montilla Ortiz, a la sazón propietario del cortijo La Canaleja, poseía un toro con características particulares y especiales del que vamos a recoger aquí algunas pinceladas de su, digamos, agitada vida.

“Capitán”, así lo bautizaron, se había criado entre vacas, hecho que no impidió en ningún caso que sus genes de macho se vieran mermados en modo alguno. No obstante, Cristóbal, su dueño, conseguía de él todo lo que se proponía. Cuando lo llamaba acudía como el más manso de los animales y tranquilamente se dejaba uncir al ubio junto a una vaca del cortijo, y junto a ella trabajaba como buey aquel que nunca dejó de ser toro.

Los muchachos de los cortijos cercanos intentaban con frecuencia hacer sus pinitos toreros ante “Capitán” y no pocos rodaron por los barrancos huyendo de las embestidas del cornúpeta. Otros cuando iban a ver a sus novias solían dar un buen rodeo por no encontrarse en el camino con el toro, hecho que les haría llegar al encuentro de la muchacha con entrecortado aliento.

Cuando las vacas estaban en celo, el macho que llevaba dentro afloraba y Cristóbal se las veía y se las deseaba tratando de hacer desistir de sus deseos al animal dominado por los instintos primarios.

Probablemente, cansado su propietario del diario bregar, del trajín, con el animal y los disgustos que con frecuencia tenía con los mozos de los cortijos, un buen día decidió desprenderse de él. Se encaminó a la feria de Órgiva y en el camino, bajando por la cuesta de Camacho, fueron a encontrarse con una gitana que llevaba en el cuadril un hermoso cesto de rojos y apetitosos tomates. El toro, al ver la cesta, arremetió contra la gitana y a pesar de los esfuerzos del amo por evitarlo, gitana y cesto se separaron la una del otro y ambos rodaron entre las retamas que jalonaban el camino.

Una vez en la feria, el toro se vendió a un buen precio y Cristóbal, conociendo como se las gastaba el bicho, se ofreció a sus nuevos propietarios para ayudar a subirlo al camión en el que sería transportado. Ellos rechazaron el ofrecimiento y Cristóbal se volvió al cortijo con el dinero y, en cierta medida, echando de menos al animal con el que había trabajado y peleado en tantas ocasiones. Mas su nostalgia no duraría mucho tiempo: a los tres días vio aparecer la cornamenta del animal por entre las gayombas que había cerca del corral de las vacas, de nuevo estaba en la Canaleja. Ni los compradores, ni todo el personal que había en la feria fueron capaces de dominar al toro que, instintivamente, volvió a la querencia de los parajes en los que había crecido. Nadie se aproximó por el cortijo para reclamar al animal, parece que no dejó muy buenos recuerdos por el valle del Guadalfeo. Cristóbal hizo negocio redondo, volvió a recuperarlo sin tener que invertir un real en su recompra.

Este hecho no hizo que las relaciones entre animal, propietario y adláteres se hicieran más llevaderas. Con el paso el tiempo de nuevo el dueño se decidió a venderlo. En esta ocasión fue en la feria de Cádiar donde tuvo lugar la venta del bovino. No se repitió el suceso de Órgiva. Capitán no volvió a aparecer por la Canaleja. El motivo, bien sencillo: fue muerto a tiros antes de ser llevado al matadero ante la imposibilidad de subirlo a un artefacto con ruedas. El que tantas veces había tirado de un carro jamás se subió en él, sólo lo hizo cuando otros lo tuvieron que subir sin vida pues, mientras tuvo resuello, no hubo humano, aparte de su dueño, amigo y compañero Cristóbal, que fuese capaz de hacerlo “entrar en razón”.

 Teodoro R. Martín de Molina

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