BILINGÜISMO
Cuando me pongo delante del ordenador no sé si lo que tengo en la cabeza va a desembocar en un artículo de opinión, un relato corto o una novela, que para todo daría pie el tema. Me decido por un mezcolanza de los dos primeros y allá empiezo a trasladar a la pantalla lo que a un maestro con más de 33 años de servicio a las espaldas le sugiere esto del bilingüismo en Andalucía. Con el cassette en la mano derecha y los libros, cintas y cuadernos de notas en la izquierda sube hacia la sala de profesores el ídem de Inglés del IES después de haber tratado de enseñar el presente del verbo “to be” a los 33 alumnos de uno de los tres primeros de la ESO (todos a 33).¡Qué cantidad de treinta y treses llevo ya! ¡Vaya con la coincidencia! Como decía, el profesor está convencido, para su desgracia, que muchos de estos alumnos que ahora comienzan su quinto curso de Inglés, para algunos el séptimo, acabaran la enseñanza obligatoria, es decir, cuatro años más de la asignatura, y aún seguirán preguntando al profesor o profesora cómo se dice “yo” en la lengua de Shakespeare, o qué significa “is”; pero qué se le va a hacer, si la vida es así. En la entrada del aula ha dejado a la señorita de Naturales que espera a que los rezagados que han salido como locos al oír el timbre de final de clase, vuelvan como tales después de que oigan el de entrada, se apilen en los pupitres, se callen un poco después de varios avisos y llamadas al orden y, finalmente, parezca que se han calmado tras amenazar con poner un parte de incidencias a los más díscolos de los chicos, casi siempre los mismos; calma que al poco se vuelve a romper ante la ocurrencia de cualquiera de los que se aprestan a prestar poca atención a la señorita, y volver a empezar. El aula es nueva, no llega a los tres años desde su estreno, pero ya, desde ese momento, se había quedado pequeña para albergar a los más de 30 alumnos de alguno de los dos primeros cursos de la ESO que cada año la llenan y hace difícil el simple deambular del profesor por entre los pupitres, siempre sale con los bajos de los pantalones llenos de la tierra de las zapatillas de los alumnos, o con los bordes de la chaqueta manchados del dichoso típex o de chocolate de algunas de las tortas que están sobre ellos. El profesor que consigue sentarse en el sillón de su mesa demuestra gran habilidad y tener buena figura. El espacio entre la mesa y la pared apenas existe, es más normal sentarse en el borde de la mesa o moverse en el estrecho pasillo que queda entre la primera fila de pupitres y el encerado, otra mancha más para la chaqueta. No sólo se habían quedado pequeñas las aulas, también todo el edificio: las aulas específicas de Plástica y Música todavía no han podido ser usadas para el fin que se crearon, son las más amplias y es donde, con un poco más de espacio, se colocan los cursos más numerosos, la biblioteca tuvo que ser dividida, sus libros llevados a los distintos departamentos y las dos mitades usadas como mini aulas. No existe salón de usos múltiples, suficientes espacios para las tutorías, un espacio adecuado donde poder ver un vídeo en aceptables condiciones, el gimnasio fue castrado en su longitud por alguna mente brillante de la administración o de la arquitectura, la pista polideportiva, único espacio para esparcimiento de los alumnos, está aún sin acabar, humedades, piscinas espontáneas en días de lluvia y otro sin fin de pequeños detalles hacen que el profesor de Inglés del IES se ponga de los nervios cuando llega a la sala de profesores y el compañero de Matemáticas le dice que entre en la página web de la Consejería y lea en las novedades, que hay una que le debe interesar. Entra y se encuentra la noticia: “El próximo curso escolar comenzarán a funcionar los primeros 100 centros bilingües en Andalucía” Evidentemente habrá un gasto para poner en práctica dicho proyecto que en poco o en nada redundará en beneficio de la educación, por muy bien que suene eso del bilingüismo. Medidas menos espectaculares pero, probablemente, mucho más eficaces son las que precisa la escuela pública. ¿Quién va a ser capaz de enseñar Física, Química, Historia o cualquier otra materia en Inglés a un grupo de alumnos que se abarrotan en las aulas? Grupos que adolecen de la necesaria motivación para aprender en castellano, entre otros motivos por las condiciones adversas en las que reciben su enseñanza, en cuyo seno existe siempre un porcentaje en torno al 15% ó 20% de alumnos que ni estudian, ni atienden, ni quieren estudiar, ni dejan trabajar, ni están preparados para enfrentar con una mínima probabilidad de éxito lo que los profesores tratan de transmitirle, y que por falta de medios materiales y humanos no reciben la enseñanza que de verdad necesitan. Alumnos, en su mayoría, que están acostumbrados a conseguirlo todo con solo desearlo, y que cuando el profesor les exige un mínimo esfuerzo manifiestan su desagrado con lo encomendado, del mismo modo que, en algunos casos, lo deben de hacer en sus casas: con malos modales, y peores palabras. ¿Van a contratar profesores nativos especialistas en las distintas materias, cuando a veces se toman su buen tiempo en cubrir una baja por enfermedad? ¿Se va a proceder a un reciclaje tipo, es decir, apresurado e ineficaz, como a los que estamos acostumbrados, o seguiremos haciendo cursos y cursillos para completar las horas necesarias para sexenios o baremación de méritos en algún concurso? Y así seguiríamos preguntando para encontrar una sola respuesta: esto es un aleluya de la Consejería, la Consejera y todo el gobierno para no sé qué, pero para mejorar la calidad de la educación en nuestra tierra, seguro que no. Aquí, como en otros muchos lugares, supongo, lo que se precisa es de soluciones más inmediatas, sencillas y eficaces. Dejémonos de bilingüismo y de un ordenador para cada dos alumnos, dejémonos de centros TIP, TIC O TAC, o como demonios se denominen. Hay aspectos tan simples, tan importantes y mucho más necesarios que no se tienen en cuenta, porque quizás en las altas esferas se piensen que eso ya está superado, y que precisan de una mayor atención por parte de las autoridades educativas. Aspectos que sí que pueden hacer que mejore ostensiblemente la calidad de la educación en los centros públicos; aspectos tan sencillos y tan entendibles como una disminución de la ratio, una dotación y/o adecuación de espacios suficientes, o una diversificación desde los primeros cursos de la ESO para aquellos alumnos a los que antes me he referido, y que de verdad precisan de una atención personalizada y acorde con sus intereses, lo que puede hacer de ellos personas con algo de autoestima, ¿por qué hay que esperar hasta los 16 años y al 4º curso de la ESO? Estos tres aspectos mencionados, a modo de ejemplo, serían puntales básicos para conseguir un mejor clima en los centros, lo cual conllevaría una mayor y mejor calidad de educación para nuestros adolescentes. Invertir en lo rentable para la sociedad es una buena inversión; invertir en lo que a corto, medio y largo plazo sólo va a favorecer a ciertas empresas o grupos, es un despilfarro donde se debe mirar más que en otros muchos lugares por la peseta, perdón, por el euro. Tras reflexionar, el profesor de Inglés del IES vuelve a asir el cassette con su mano derecha, los libros, cuadernos de notas y demás papeles los llevará bajo el brazo izquierdo y con paso dubitativo se dirige al aula de uno de los dos segundos (ambos a 32) a los que tratará de enseñar el presente continuo, para lo que deberá repasar una vez más el presente del verbo “to be”. En la puerta esperará a que salga el profesor de Francés y evitará, con sumo cuidado, no ser atropellado por los alumnos que como locos saldrán al oír el timbre que anuncia el cambio de clase. Teodoro R. Martín de Molina. Noviembre, 2004. |