APARICIA
Es mi vecina, se llama Aparicia y, como dice
la gente, está un poco loca, pero a mí no me gusta ese nombre
y pienso que el adecuado es el de infeliz, pues tuvo la oportunidad de vivir
la vida junto a su marido y, sin embargo, fue egoísta y lo dejó
porque estaba enfermo. Ahora, él, recuperado, cuando ella intenta
volver a su lado, no la acepta.
Esta historia del marido la cuenta la gente y, ya conocéis a la gente, lo que escuchan lo modifican: un árbol en primavera y otro en otoño. Las caras de las gentes muestran una cierta falta de comprensión hacia ella. Tengo que comprenderlo, porque su carácter es verdaderamente contradictorio, puede pasar de la melancolía a la alegría, del placer a la irascibilidad en un tiempo terriblemente corto. Es versátil, desaprensiva e intratable en algunas ocasiones. Pero esa es su forma de ser de expresarse, y cada uno es como es, nadie puede cambiarlo. Todas las tardes coge una silla y se sienta cerca del tranquillo de la casa. Inclina la barbilla apoyándola sobre su mano y empieza a hablar en voz baja, interrumpiéndose con una risa débil y demente, haciéndose cada vez más perceptible para la gente. A medida que ríe, se van contemplando dos hoyuelos en los pómulos salientes de su cara. Su rostro, pasado por el tiempo, muestra facciones angulosas en su tez grisácea. El poblado cabello blanquecino siempre tapando parte de su rostro, pero ella ni se inmuta. Su ojos, sin dejar de parpadear, miran al horizonte enrojecidos por el dolor, las lágrimas los limpian volviéndolos cristalinos al tiempo que frunce el ceño con un gesto de nostalgia. La boca semiabierta deja pasar el aire sin que los dientes se lo impidan; los pocos que tiene están amarillentos y roídos. Su aspecto en general es cansado y vulgar. Sus pechos llegan hasta el vientre. Algunos días se despoja de algunas ropas, como para liberarse de su torpeza, de quedarse limpia de todo y por todo. Algún viejo medroso se le acerca en plan de seducción, pero ella habla en voz baja y no le hace el menor caso. Otras tardes se encuentra un balón, empieza a botarlo y a recordar con añoranza los tiempos de su niñez. Cuando voy a mi patio escucho su voz gutural entonando esta canción: Ni el viento, ni la lluvia, Ni el sol, ni la luna, han podido recordarme Tu hermosura. Tu cara junto al mar Era como algodón de cristal. El soplo de tus labios Mojó mi rostro, Ya no sentía tu piel Junto a la mía. Sólo me qureda de recuerdo La tibia sonrisa de tu rostro Y la sombra de tu cuerpo. Tú fuiste para mí Un pajarillo que se posó En mi hombro y voló, Dejándome sola con la caricia Que poco a poco se fue borrando De mi rostro. Me gustaría tener alas Para saltar de brisa en brisa, Coger las nubes y estrujarlas Para que me aclaren esta amargura. Contárselo todo al viento Para que lo corra por la tierra y cielo Y contemplar el sol Para que me caliente en su seno. Encarnación Mª. Lara Núñez. |