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LA GACETA DE GAUCÍN

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COLABORACIONES


     

San Juan de Dios: la aventura y la caridad 

 ANTONIO UBAGO.

AMBAS, la aventura y la caridad, están hoy desprestigiadas, se ha vaciado su contenido primigenio, y se refieren en nuestros días a otras realidades que nada tienen que ver con las del XVI, el siglo de la aventura. San Juan de Dios reproduce el modelo humano característico de la época en que vivió, pero sublimando la aventura mundana de descubridores, colonizadores o pícaros por la de místicos y santos, esto es, la aventura de la cruz por medio de la caridad heroica.

La esencia de la caridad, ese amor sin el que nada seríamos aunque conociéramos todos los misterios de la ciencia, aunque entregáramos nuestros cuerpos a las llamas del martirio, ese amor que todo lo excusa y que todo lo aguanta, ese amor, esta caridad que San Pablo inmortalizó en su epístola a los corintios, y que tanto se ha popularizado por ser lectura habitual en bodas religiosas y también civiles, no tiene hoy credibilidad. El vocablo se ha sustituido por una eufemística y difusa 'solidaridad', reiteradamente aplicada a cualquier situación, que poco compromete, que sirve para todo y quizá, por eso, sirve para nada. La verdadera caridad, ya virtud cristiana para unos o meollo sobre el que debería asentarse cualquier conducta humana para todos, necesita seres concretos sobre los que derramarse.

Otro tanto ocurre con la aventura. Su significado nos remite en nuestros días, sobre todo, a programas televisivos, deportes de riesgo o lances amorosos ocasionales. Diferentes afanes centraban el existir en tiempos de nuestro santo. Entre dos edades históricas, la media y la moderna, la que empieza representa una conmoción física, social y espiritual del mundo. Todas las corrientes, verdaderas revoluciones del momento (Renacimiento y Reforma), son exaltación, afirmación del individuo. Los acontecimientos fundamentales determinantes del cambio fueran, tal vez, los descubrimientos geográficos que, alumbrados de un movedizo espíritu de aventura y guiados por el lucro, compaginaban inquietudes misioneras. La aventura, por tanto, será la inquietud definitiva del momento. Nace la Contrarreforma, no sólo contra Lutero sino también como rigurosa revisión interior. Aventura deseada será la unidad de España, y aventura hacia Dios será la de santos y místicos. En este siglo llega a Granada Juan Ciudad (1495-1550), tras azarosas andanzas, siempre de viaje desde la niñez, y en ella encontrará la meta definitiva, la del aventurero que busca a Dios en los necesitados, en los pobres, en los enfermos, en las prostitutas, trocando la aventura mundana por la locura de la piedad, del amor, de la caridad. De la ermita de los Mártires sale, loco de Dios, transformado, tras oír la plática de Juan de Ávila. Ha visto claro. Acaba de comprender. Empieza la aventura de Dios. La vida de San Juan de Dios es la ajetreada historia de un hombre sencillo que consume la vida en tres menesteres: el abandono absoluto de su persona, la oración, alimento para el duro camino, y la caridad total. Pleno de amor, del gran amor que salvará el mundo, vaga por los caminos de la tierra movido de una extraña inquietud. Sin retruécanos espirituales, con sencillez, pero siempre con pasión, cumple el precepto de la caridad de manera absoluta. Precisamente el atractivo y la simpatía que su figura nos inspira resida, tal vez, en el hecho de ser un hombre como nosotros, pero golpeado por la inquietud de buscar a Dios en los menesterosos. Come poco, y siempre un solo plato. Practica el ayuno, pan y agua los viernes; además, los cilicios. Duerme poco y en un rincón, debajo de una escalera, sobre una estera cualquiera, envuelto en una manta. Va siempre descalzo. Flaco, pálido, mal vestido. Y así, tan frágil, va a realizar en Granada una auténtica revolución social en la que intervendrán los mendigos y los poderosos, la revolución del amor. El momento es anómalo, no existen términos medios. Mucho dinero en pocas manos, alza del nivel de vida y legión de pobres. Juan de Dios llegará a todos. Propone el difícil abrazo de los de arriba con los de abajo. Con su idea quiere lograr que los pobres tengan despensa y los ricos entrada en el Reino de los Cielos; facilita, sin saberlo, el símil de la aguja y el camello. Su figura estremecerá a los ricos frente al espectáculo de la pobreza y suavizará el odio de los pobres en la isla de su indigencia. Su pregón: «Haced el bien, hermanos», es una novedad para pedir limosna. Lo vocea, como buen vendedor ambulante de libros que ha sido, con una espuerta grande al hombro y dos ollas en las manos colgadas de unos cordeles. Así, con incesante actividad hasta el final, agotado ya hasta la extenuación, la caridad fue su única bandera.

Muy enfermo fue llevado al palacio de los Pisa. Toda la Granada importante sigue el curso de su enfermedad. Toda la ciudad está pendiente de su estado pese a que Juan de Dios no tiene títulos, no tiene dignidad alguna, no es sacerdote, no es nada. Pero ocupa un lugar de respeto en todos los granadinos. Juan de Dios, de rodillas, con la cruz de madera apretada en las manos, muere.
 
La noticia de su muerte, llorada de todos, se extendió enseguida. El entierro fue un acontecimiento general. Un testigo en el Proceso lo dijo gráficamente: «Parecía que se hundía la ciudad». El entierro fue como una procesión solemne y silenciosa en la que se mezclaban todas las clases sociales, «con la solemnidad y modo de la procesión del Corpus». El entierro fue una confirmación de la naciente fama de santo que rodeó, en los últimos tiempos, la persona del apóstol de los pobres. Juan de Dios no pensó nunca en fundar una Orden. Su deseo manifestado hasta la hora de su muerte fue que no se interrumpiera la asistencia a los necesitados. Sin embargo, la O. H. es ya universal.

Tenemos los granadinos, por proximidad, mayor oportunidad, ya por una visita a sus restos mortales, ya a su espléndido hospital, continuación del de Gomérez, ya meditando, o por algún milagro del patrón de enfermos y enfermeros, tenemos, digo, más fácil ocasión de abandonar en algo el materialismo que nos envuelve e intentar aproximarnos a su concepto de caridad.

Este artículo sobre nuestro copatrono que he transcrito, del que es autor Antonio Ubago Ruiz, amigo y compañero, se publicó recientemente (3/2/2005) en el Diario Ideal de Granada.
Gracias, Antonio, por permitir que los visitantes de "La Gaceta de Gaucín" tengan posibilidad de aproximarse más a la personalidad de San Juan de Dios con la lectura de tan atinadas palabras.