Querido amigos y Hermanos del Santo Niño
Dios de Gaucín:
Me veo en la obligación –si bien, plenamente gratificante- de pronunciar unas palabras, que pretenden ser de agradecimiento y esperanza. De gratitud, a la Junta Directiva de la Hermandad, que tomó el riesgo de encomendarme esta tarea de recopilación de datos y aportación de documentación en torno al Santo Niño, San Juan de Dios y la propia Hermandad. Espero haber correspondido a esta confianza, presentando un resultado satisfactorio. Agradecimiento que hago extensivo, en este momento, a las cariñosas, aunque excesivas, expresiones de nuestro Hijo Adoptivo y Deán “Perpetuo” de la Catedral, el entrañable D. Francisco García Mota, quien, movido por su amistad, ha dicho cosas que han llegado a ruborizarme. Hago míos, no obstante, sus elogios y los traslado de inmediato a todos los que forman la Hermandad de Santo Niño, que sí que son los destinatarios y merecedores de los mismos. Y, entrando ya en la presentación de este libro, he de deciros que, si yo tuviera una pluma certera, habría desgranado una historia, para enmarcar con precisión y agudeza el hecho irrepetible del encuentro entre el Niño Dios de Gaucín y Juan Ciudad en las postrimerías de la dominación árabe y en los albores de la reconquista cristiana, cuando amanece la edad Moderna. Si hubiera tenido capacidad para ello, habría hecho literatura describiendo con las pinceladas que se merece todo el entorno encantador de nuestro pueblo que atrajo irresistiblemente al caminante portugués para dirigirlo a su destino granadino. En fin, si fuese poseedor de un verbo fácil, habría brotado de mi inspiración un elogio poético que reflejara con lirismo y belleza todo el esplendor de nuestra tradición, al estilo del sermón que en 1813 encumbró la figura del Niño, una vez recuperado de la profanación francesa. De todas maneras, y aunque reconozco paladinamente mis incapacidades en dichos campos, aquí os presento este libro, fruto de mi amor por lo nuestro. Y. aunque no la parezca, es, al mismo tiempo, como un cuento, una novela o una historia, este nuevo hijo de mi corazón gaucinense. Lo primero, porque rozo los sentimientos más profundos, tiernos y verdaderos de un pueblo que se embelesa con sus creencias; por otro lado, son dignos de ser novelados los personajes que hacen posible el Encuentro y su perpetuación; y, en definitiva, esta es la historia, la historia real y verdadera, de nuestro pueblo, de nosotros mismos, en torno a la esencia que siempre nos ha reunido, nos reúne y nos reunirá en el futuro. He pretendido exponer de forma sencilla, casi coloquial, el gran bagaje de nuestros saberes, tradiciones y recuerdos en torno a la ensoñación del Encuentro. Ello no quiere decir que haya prescindido del dato histórico o del documento que lo fundamente, sino que mi intención ha sido dejar constancia de ello, sin mayores pretensiones de erudición, suprimiendo incluso las notas a pie de página, aunque reseñando al final del libro, las fuentes bibliográficas imprescindibles para el que quiera profundizar en el tema. Así, junto a una breve introducción sobre nuestra Parroquia, cuya restauración en tiempos lejanos se hizo en honor del Santo Niño, titular en aquellos tiempos de la Iglesia de Santa María, hago una descripción de lo que yo llamo figura del Caminante desconcertado y su hermoso encuentro en la Fuente de la Adelfilla, bebiendo de las fuentes de hagiógrafos y literatos, como Lope de Vega que describe el coloquio entre ambos con estas hermosas palabras: Para terminar este capítulo con el espléndido Romance del Encuentro de mi hermano Teodoro, que es de lo mas sencillo y hermoso que puede leerse sobre nuestra tradición. A continuación, me detengo –no con la profusión que yo hubiera querido- en la iconografía del Infante y su Porteador. Es la justificación más patente de la verdad histórica del Encuentro, por las múltiples escenografías en las que se hace referencia al mismo. Como veréis, los cuadros de Claudio Coello y Pedro Raxís, aparte de su valor artístico, nos detallan con minuciosidad los pormenores del mismo. Merecía la pena detenerse en ellos, junto a las expresiones más conocidas, como es el caso de nuestros magníficos tapices y de la maravillosa escultura de nuestro San Juan de Dios penitente. Nuestra devoción –que arraigó incluso en el Papa Bueno Juan XXIII- y sus manifestaciones, forman un capitulo del máximo interés para nuestra historia, así como los dedicados a las Ermitas del Castillo y de la Adelfilla. Para terminar con los detalles de la misma, os presento, a través de un famoso Sermón impartido con motivo del nacimiento en nuestro pueblo del primogénito del Duque de Medina Sidonia, en 1813, las conmovedoras escenas de la profanación, desaparición y reencuentro de la Imagen del Santo Niño, para desembocar en su feliz nombramiento como Alcalde Honorario y Perpetuo de nuestro pueblo. La última parte del libro, pero no la menos importante, es un festivo recorrer la historia mas reciente de nuestra Hermandad, que si bien tiene sus raíces más antiguas en un documento de 1584 que he encontrado en el Archivo de la Catedral de Málaga, inicia su resurgir en el año 1953. Pues, bien, a partir de dicha fecha hago un recorrido por los aconteceres mas importantes, los testimonios en forma de comentarios o de poesías sencillas y sentidas de muchos de nosotros que he creído interesante recoger, así como de un elenco de fotografías en las que quedamos reflejados en nuestra presencia en actos y procesiones, a lo largo de los años. Claro es que hay muchos más testimonios escritos y gráficos, pero de ellos queda constancia en las distintas revistas anuales de nuestra Hermandad o del Ayuntamiento, y a ellas me remito. Espero que las nuevas aportaciones, sean de vuestro agrado. En los títulos de crédito figuran las entidades que han hecho posible este libro, a los que son de agradecer su estimulo y, después de la bibliografía figuran mis agradecimientos particulares, que gustosamente hago publico Todo está casi dicho. Sólo me queda remitiros a la contraportada, que habréis de mirar de forma apaisada, como si de un horizonte de los nuestros se tratara. Reproduce un cuadro mío –una excepción en mi pintura realista, que conocéis por los paisajes y las cales de nuestro pueblo o las caras surcadas por el trabajo y el dolor de mis personajes- y parece un rompecabezas, y en realidad lo es: el puzzle de colores se nos aparece como trozos de anhelos de cada uno de nosotros, cuando buscamos la composición de una determinada figura, combinando piezas –azul, rojo, amarillo- en las que hay una parte de la figura total, de difícil solución. Intentaré, de todos modos, explicarme. Quiere representar al Caminante –rojo violinista de músicas celestiales- rodeado de los cuatro elementos que conforman nuestra existencia y nos desbordan en la historia milenaria de nosotros mismos: Tierra…aire…agua… fuego. Los amarillos amalgamados con los marrones que nos ofrece el terruño pobre de nuestros montes, en los paisajes otoñales cuando el septiembre que se nos viene se oculta cansado del estío, como lo estaba Juan Ciudad al pisar nuestra tierra. Los grises, azules, malvas y rojos, que nos sirven de impulso para configurar el espacio de nuestros siderales encuentros, sobre todo el rojo color, que representa conceptos antagónicos: la vida, la regeneración y la energía y, por otro lado, el dolor, la violencia o el peligro. Viene girando desde el desierto, como el ocre amarillento, y es símbolo de vida, de una vida que renace en Gaucín para continuar en Granada y, sin fin, hasta la consumación de los siglos. El azul celúreo, el color más presente en la naturaleza, evocador de la espiritualidad, la sabiduría y la contemplación. Desde un manto virginal hasta la frescura de un lejano bosque, o el canto saltarín del agua cristalina, actúa como sedante e induce a la quietud y, en su frialdad, nos ayuda a alejarnos en el espacio. Como el inolvidable naranja, bello sustantivo de raíces árabes como las nuestras, color del alba y del crepúsculo, deudor de sus primarios: fuerte y estridente como el rojo fuego, y delicado y solar como el amarillo, sin que nunca sea frío, sino que trasluce la calidez mediterránea de nuestras vidas. Es el marco adecuado para rememorar el Encuentro de la Adelfilla. Para mí, la síntesis de colores y elementos que configuran el Encuentro y nuestras vidas. Y, dispuesto a utilizarlos, el Niño, como aposentador de colores sobre nuestras vidas, como si fuéramos una paleta recia, pero siempre alegre. Y dejo para el final, la composición de la portada, en la que sobre las rocas imperecederas que nos pintara Pérez Villaamill, al inmortalizar al Castillo del Águila para que se contemplara por siempre desde el Casón del Buen Retiro del Museo de Prado, emerge el Niño, esta vez desnudo, para simbolizar nuestra propia desnudez, que no precisa de vestimenta alguna para acogernos amorosamente. Niño que, al igual que, en aquella ocasión, en que se nos presentara descalzo, nos invita a que, también por nuestra parte, lo acojamos para subirlo a nuestros hombros o acunarlo en nuestros brazos… Y, os decía al inicio de mi intervención, que mis palabras también querían ser de esperanza. Y, por ello, me sumo sinceramente a lo que la Directiva ha expuesto en la Revista de este año como su razón de ser: Que sea el Santo Niño y nuestra Hermandad, lo que verdaderamente nos aúne. A esta vocación estamos llamados y todos nuestros esfuerzos deben dirigirse a conseguir que todos los gaucinenses seamos una piña en rededor de nuestro Niño. Por ello, espero que sepamos responder a la llamada de nuestra Directiva y, por muy lejos que estemos de nuestras tierras, y aunque a veces nos sea imposible, por diversos motivos, acudir a las fiestas de septiembre, siempre mantengamos en nuestro corazón el amor al Santo Niño y a nuestro pueblo, sin romper nunca el vínculo que a todos nos une. Y desde aquí, para terminar, animo a la Junta Directiva a seguir en el camino de la entrega y la apertura de nuevas rutas y propuestas, que tanto benefician este ánimo de unidad que hoy nos congrega en esta cena de hermandad. Quizá sería el momento de alumbrar un nuevo libro, esta vez con las fotografías en sepia, que dejaran constancia de nuestra ancestral devoción; claro que, sería imprescindible la colaboración de todos con la aportación de vuestras fotografías más antiguas. A ello os invito, con el permiso de la Directiva. Y con ello finalizo, Vislumbrando la luz como premio al perdón y al olvido. Y puedo preguntarme: ¿Quién me cambió el corazón a la ternura? Para contestarme: De Juan Ciudad, la santa locura |