| En una pequeña y humilde aldea, Según reza hoy la leyenda, Fueron sus habitantes, Fruto de extraño motivo, Perdiendo poco a poco las razones Para no acabar de un plumazo Con sus famélicos corazones. Sin explicación ni razón concreta, Un día sin hora ni fecha, Perdiendo fueron, uno a uno, Cualquier esperanza, O el mínimo atisbo de su sospecha. Vagaba esos días por la aldea, Un habitante maltrecho, Sin trato afectivo aparente Y aspecto de pobre indecente. “Si al menos pudiese”, pensó, “Dar un motivo coherente Para vivir a esta gente”, “El inventor de motivos” sería, Y al menos para mi vida Un motivo yo tendría”... ¡Toda mi vida de este modo cambiaría! Y así fue, y así ocurrió. Buscaron y consiguieron Pasar de desamparados sin motivo, A no verse en breve, Colgando de un seco olivo. Afamado logró ser al mismo tiempo “El Inventor de motivos”, No pocas veces llamado “Doctor Motivo”. A aquella aldea acudían Gentes de toda la geografía, En busca de las razones Que para cada cual advertía. Pero fue un triste día, Quizás fruto de su ambición ver cumplida, Que el “Inventor de motivos” Su puesto de ideas cerró para siempre. Todo el mundo preguntó: ¿Qué puede ser aquello Que aqueja al “Doctor Inventor”, Que lleva dos días en cama Sin darnos para vivir Ninguna razón? Final, y públicamente, El doctor de la cama salió, Despeinado, larga barba Y con ojos de cartón. Sus palabras fueron breves Y a toda la muchedumbre asombró: “Siento decirles amigos Que he perdido toda ilusión. Tantos motivos para vivir les brindé, Que esta mañana al despertar Fui consciente de repente De que ninguno de ellos, Para mi guardé”. “Mañana cuando despierten Entre todos ustedes Ya no estaré, Pues me aqueja una extraña enfermedad, “La del ausente motivo” llamada, Que igual da por predicar, Que logra que no haya motivo Para esta vida poder soportar...” “Si algún ejemplo les brindé, A cambio les pido tan sólo: No me juzguen ni recuerden, Si no me vuelven jamás a ver, No me pidan un motivo Porque todos los que tuve Por ustedes los gasté...” |