Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN


  IGLESIA vs. ESTADO

El que suscribe se confiesa católico practicante (esto último hasta cierto punto) y pecador como todos los humanos, profesen la religión que sea, así como si no profesan ninguna: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Ante la cruzada comenzada por la jerarquía de la iglesia católica respecto a lo que llaman “persecución” por parte del gobierno de la nación, quiero dejar constancia de mi parecer y mi modo de entender las iniciativas tomadas, o no tomadas, por el gobierno y que hacen que algunos de los católicos se sientan agredidos en sus más íntimos principios.
En primer lugar decir que yo, como católico, no me siento agredido por ninguna de dichas iniciativas y que más adelante enumeraré. Las agresiones por parte de los gobiernos las sufre uno más como ciudadano que como creyente. La fe es algo tan personal e íntimo que no puede verse afectada por decisiones políticas que tratan, en muchos casos, de solucionar problemas seculares de determinados colectivos de nuestra sociedad; yo me siento agredid
o cuando el gobierno no utiliza mis impuestos para el beneficio de toda la comunidad, cuando no defiende de forma correcta los intereses de todos los ciudadanos, cuando no ampara a aquellos que más lo necesitan, cuando defienden políticas con el único fin de permanecer en el poder y, en definitiva, cuando me hacen sentir un títere que debe moverse según los criterios de quienes los sustentan económica y mediáticamente. Aspectos, todos los anteriores, en los que, hasta el día de la fecha, la iglesia católica si debe sentirse algo, debe ser más bien favorecida que discriminada, o lo que ahora se da en llamar la “discriminación positiva”.
En este momento actual en el que parecen haber resucitado los monseñores Guerra Campos de la transición, sin el contrapunto de los Tarancón o Añoveros, este último
en época anterior, la jerarquía católica española se ha puesto nerviosa fundamentalmente, en mi opinión, por tres asuntos de muy distinta índole pero con un cierto trasfondo común: uno de ellos sobre el que ya existe iniciativa legislativa (matrimonio entre homosexuales), otro que anda como rumor por los mentideros (la financiación de la iglesia por parte del estado) y, por último, el tratamiento de la asignatura de religión en la futura ley de educación; además están otros como la ley del aborto (durante los últimos ocho años parece ser que estuvo derogada), la eutanasia, el divorcio (igualmente suprimido en período de derechas), la investigación con células madres, y el recurrente tema del uso de los anticonceptivos, ¡anatema entre todos “el preservativo”! que, aprovechando el achuchón, se vuelven a sacar a colación para que esto parezca la Rusia del tiempo de la posguerra, donde todos los diablos se daban cita para llevar a cabo los aquelarres habidos y por haber en contra de los bienhechores de la patria. Y para poner la guinda al pastel, Su Santidad, el Papa, saca en estos días a colación, además del peligro que supone España (bueno, su gobierno) para toda la cristiandad, el trasvase del Ebro, ¿qué me dicen ustedes?

Vayamos  por partes:

Parece que el problema del matrimonio entre homosexuales se encuentra en el uso de la palabra “matrimonio”; da la impresión de que si en su lugar se dijese otra, aunque los efectos fuesen los mismos, el asunto podría cambiar. ¿Existirá hoy en día, en un elevado porcentaje, pantomima más surrealista que los matrimonios eclesiásticos en la que la mayoría de los contrayentes ni han practicado, ni practican, ni piensan practicar como católicos en toda su vida? Bue no, sí, algunos fueron bautizados e hicieron la primera comunión. ¡Qué decir de estas dos celebraciones eclesiásticas, que no sepamos todos! ¿A qué jugamos? ¿A quiénes queremos engañar? ¿Se pide el carné de católico para efectuar dichas celebraciones? Y si se exige algo ¿hasta que punto se es estricto? Los actos sociales camuflados de ceremonias religiosas deberían producir el mismo o mayor rechazo entre la jerarquía que los matrimonios entre homosexuales, sin embargo se admiten, se toleran y hasta se potencian en determinadas ocasiones.
Otro aspecto de este miso asunto es la adopción por parte de estas parejas. Probablemente, sin entrar a valorar el fuero interno de las personas, muchos hijos naturales, aunque en su colegio puedan decir que mi papá es Fulanito y mi mamá es Fulanita, recibirán un ejemplo, una educación en valores éticos y sociales que en nada sean más envidiables de los que puedan recibir por parte de una pareja en la que los dos miembros son del mismo sexo. Las personas no sólo somos sexo, o quizás sexo es lo menos que somos o deberíamos ser; tenemos, o deberíamos tener, otros potencialidades que seguro son más fundamentales, que aquello, para ayudar a un ser en construcción a que se forme como persona. Pero no, partimos de nuestros tabúes ancestrales y lanzamos diatribas contra todo aquel y todo aquello que se aparte de lo establecido como “correcto”, claro está, establecido por nosotros mismos según nuestra conveniencia. ¿Qué ocurre con la homosexualidad, pederastia y otras desviaciones sexuales que se dan dentro de la propia Institución? Se suelen condenar con la boca pequeña que no castiga a nadie. ¡Qué hipócritas e injustos somos en ocasiones!

¿Hasta cuándo la iglesia católica va a seguir siendo la única confesión que se financie vía presupuestos generales del estado? ¿Por qué no se actúa de igual modo con las demás confesiones, de acuerdo con su implantación? Aunque esto de la implantación es algo tan subjetivo que probablemente nunca se llegará a conocer en realidad cuantos son los que pertenecen a una u otra confesión. Por ello ¿no sería mejor y más justo que cada confesión se sustente con las aportaciones de sus propios feligreses o simpatizantes? Así no habría lugar a ninguna duda ni polémica: yo católico estoy dispuesto a participar en el sostenimiento de mi iglesia en la medida que mis posibilidades me lo permitan; supongo que igual que yo todos los demás católicos, los protestantes, evangelistas, mormones, testigos de Jehová, adventistas, musulmanes, budistas, etc, etc. Al igual que re realizan colectas para tal o cual causa, que se haga una semanal, mensual o anual dedicada al mantenimiento del culto, del clero y de los edificios, seguro que con las aportaciones de los fieles todas las iglesias tendrán aquello que precisan, y sobre todas la católica, pues... somos tantos millones los católicos españoles, que con poco que aportemos, el tema está solucionado, o ¿es que no somos tantos como se suele predicar?, o ¿es que la jerarquía teme llevar a cabo un recuento real y efectivo de los católicos practicantes y dispuestos a colaborar activamente en su mantenimiento? Porque si tomamos como barómetro la asistencia a la Santa Misa los domingos y fiestas de guardar...

Llevo casi treinta y cinco años en la escuela como profesional, el resto de mis años los pasé como alumno, es decir, toda la vida en la escuela. Como maestro, en mis primeros tiempos, y fruto del mimetismo que todos solemos trasladar a la hora de la práctica de lo vivido en nuestras escuelas, hice rezar a mis alumnos al entrar y salir de clase y poco más. Pronto me di cuenta que no era yo el encargado de adoctrinar a mis alumnos en aquello que era propio de sus padres, catequistas o sacerdotes.
Mientras fui alumno recé al entrar a la escuela, al salir, a la hora del Ángelus, el Santo Rosario los sábados, los versos a la virgen en el mes de mayo y cada vez que al maestro le apetecía que así se hiciera, dependía del grado de beatería del maestro, en mi caso bastante escaso, algo que agradezco hoy. ¿Por qué?, porque el único recuerdo que tengo de aquello era la desgana, la abulia, el tono monocorde y  falto de todo lo que tuviese algo que ver con el hecho religioso que dichos rezos y actividades provocaban en la inmensa mayoría de los niños y niñas que nos veíamos obligados a practicarlo. La Religión me la enseñaron mis padres, mis hermanos mayores y algunos sacerdotes cuando conversaba con ellos. La Religión forma parte de la vida en general y no es algo específico que haya que enseñar en la escuela como una asignatura más, ¿de qué vale una clase de Religión si el que la imparte no predica con el ejemplo?, ¿para qué quiero que mi hijo reciba clases de Religión si en mi casa ni tan siquiera le damos el más mínimo valor al hecho religioso?, ¿por qué se empeña y se empeña la jerarquía católica en sacar estadísticas sobre el número de alumnos que desean recibir clases de Religión, si saben a ciencia cierta que todo es una farsa y una mentira basada en el qué dirán de los pueblos, o en el esto mejor que nada? Porque entre otras cosas, a las clases alternativas a la religión, en general, la administración educativa les presta una atención escasísima, y los docentes abundamos en más ocasiones de las debidas en ese mismo desinterés.
Si la asignatura de religión en vez de pasar a un plano secundario, como pretende el gobierno, pasara “a una mejor vida” dentro de la escuela pública, pienso que fortaleceríamos a la propia religión y no entraríamos en las diatribas en que en poco tiempo nos veremos cuando otras religiones opten, con todo el derecho que les asiste, a que también se impartan en la enseñanza pública. En la escuela, creo, no se debe practicar, evangelizar ni adoctrinar en ninguna de las creencias, esta labor debe dejársele a las familias y a aquellos en los que los padres deleguen dentro de su propia iglesia.

Uno tuvo la suerte de nacer en una familia católica cuyos padres eran católicos (la misma suerte que tuvieron aquellos que nacieron en familias de musulmanes, protestantes, agnósticos, etc..), pues bien, en el seno de la familia cuando se planteaba, a título dialéctico, el derecho defendido por la iglesia del nonato sobre la madre en el caso de peligrar la vida de ambos, los padres de uno, ambos católicos como decía antes, defendían posturas distintas: uno salvaría a la madre, el otro salvaría al nonato. Estas diferencias, dudas y cuestionamientos se planteaban entonces, cuando uno aún no era adolescente, estamos hablando de hace cuarenta o más años Ya sé que no es el mismo caso del aborto, pero no me negaréis que tiene una cierta relación. Por eso cuando la iglesia se opone frontalmente al aborto tal y como está regulado en la actualidad en España, yo me planteo las mismas dudas, reflexiono y le pido a Dios que nunca me tenga que ver en la tesitura que dichos supuestos presentan porque, estando, en general, en desacuerdo con el aborto, no me gustaría tener que decidir si sí o si no, por mí o por los míos, porque llegado el momento... ¿quién sabe?
El aborto parece haber estado abolido durante los ocho años de gobierno de la derecha. Durante ese tiempo parece ser que no se abortaba y, por ello, la jerarquía católica apenas si se ha pronunciado al respecto, y ¿se pronunciaba contra los que abortaban en tiempos anteriores a la democracia? ¿Quiénes eran esos? ¿A qué casta pertenecían?. Y me pregunto yo: ¿es que el derecho a la vida que defienden no es el mismo sin importar quien esté en el gobierno?

Si no deseamos el aborto, además de una educación sexual apropiada y una adecuada preparación de los jóvenes, existe una solución para evitar los embarazos no deseados y, evidentemente, hoy en los albores del siglo XXI esas medidas no pueden pasar por la abstinencia sexual como pretende la jerarquía católica. Ya está bien, no nos pueden seguir metiendo el miedo en el cuerpo y considerando el sexo como sucio, perverso, y origen de todos los males de la humanidad, mientras se pasan por alto un sinfín de acciones tan execrables como: la pena de muerte, las guerras, la violencia sin fin, el fraude de ley, la explotación del ser humano, su discriminación, el cruzamiento de brazos ante el hambre, la enfermedad y tantas perversidades que si no provocadas, si olvidadas por los que nos llamamos católicos, o cristianos, o defensores de ésta o aquella religión.
El control de la natalidad por medio de los anticonceptivos es la solución más racional para que muchas parejas o mujeres no se vean abocadas a plantearse la necesidad del aborto, independientemente de los supuestos recogidos en la ley.
Entre todos los anticonceptivos, el preservativo merece un punto y aparte por su doble función como anticonceptivo y como medio para prevenir las enfermedades de transmisión sexual y la más terrible de todas las pandemias de la historia de la humanidad: el SIDA. ¿Qué se les puede haber cruzado por sus cabezas al Papa y a los obispos para tener ese rechazo tan irracional al uso del condón? Dicen que la carrera más larga que hay es la de cura pero, ¿en qué han echado su tiempo todos aquellos que defienden esa tesis? ¿No se pretende la defensa de la vida por todos los medios? Entonces, ¿nos da igual que mueran millones y millones de seres humanos? ¿Debemos seguir manteniendo y no enmendando que lo recomendado es la abstinencia o la fidelidad? ¿Hasta cuando se va a de
fender postura tan contraria a la vida  como ésta que defiende parte del clero?
La verdad es que la actitud de parte de la jerarquía católica en lo referente al sexo, en general, y al uso del preservativo, en particular, me parece tan cavernícola y fuera de razón que pienso que no necesitan ni una palabra más de defensa las consideraciones contrarias a ella.

Sin profundizar mucho, me he extendido en demasía en los temas anteriores y se me quedan en el tintero otros como la eutanasia, el divorcio y las investigaciones con células madres, aspectos sobre los que la iglesia también se manifiesta en desacuerdo desde una perspectiva fuera de tiempo y en muchos casos de la caridad cristiana que fue lo que en realidad nos mandó Cristo con el resumen de los mandamientos. Pues no deja de ser un acto de amor dejar morir en paz a aquel que sólo puede seguir con vida gracias a la ayuda de medios mecánicos o que sufren y hacen sufrir, sin desearlo, innecesariamente. También puede ser consider
ado un acto de amor el reglamentar adecuadamente el desamor de las parejas, pues en una convivencia ficticia poco pueden aportarse uno al otro y mucho menos a la prole si la h ubiere. Y respecto a las investigaciones con células madre ¿volvemos a los t iempos de Galileo, Servet, la Inquisición, los “Torquemadas”, y demás períodos negros de la más oscura iglesia?
Con la cuerda que parece que le han dado a los obispos, tiempo habrá para continuar con el tema.
Si cada uno de nosotros nos viésemos en la situación de tener que enfrentarnos con algunos de los temas antes señalados, ¿sabemos de verdad cómo actuaríamos? ¿Somos capaces de ponernos por un momento en la piel de los que a nosotros nos parecen tan indignos? Si alguien de nuestra familia estuviese en algunas de las circunstancias tan denostadas por los obispos españoles ¿qué haríamos? Pensemos por un espacio que nosotros somos ellos, quizás nos ayude a comprenderlos un poco más.

Sé que no son todos los miembros de la jerarquía y, sobre todo, del clero, los que defienden estas posturas pero la difusión que se les da a los que las defienden es mil veces mayor que a los que no lo hacen, aunque en número quizás sean bastantes menos. Por ello no me parece mal difundir, en nuestro pequeño ámbito, la mía que, como habréis comprobado no coinciden en todo con las suyas.

Teodoro R. Martín de Molina. Enero, 2005.