Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

APROPIACIÓN.

Desde que el Partido Popular dejó de ser Alianza Popular para convertirse en el PP , fagocitar, en estricto y amplio sentido, ha sido una práctica consustancial al devenir del partido y de sus líderes.

En un primer momento absorbió, sin el mínimo pudor, a toda la derecha y ultraderecha del régimen franquista, las cuales cada día se sienten más y mejor representadas por su incuestionado líder.

Después proclamaron a los cuatro vientos ser los herederos del centro español, también atrajeron a muchos de los náufragos de UCD y del CDS. Al centro le pusieron apellidos varios: reformista, progresista, liberal... incluso se llegaron, en un determinado momento, a proclamar poseedores de las más puras ideas social demócratas, las buenas de verd ad; y, a poco que se les apretara, dirían que sus ideas surgen del materialismo histórico.

Más tarde han ido captando a aquellos que en un principio se sintieron de otras ideologías más a la izquierda del centro, pero que con el paso del tiempo se dijeron lo de Almodóvar: “Qué hace un chico, o una chica, como yo en un lugar como éste”.

Todo y todos les vienen bien, saben darle su capa de barniz para que la caspa no se les note en demasía y sus fundamentalistas seguidores los creen a pies juntillas y piensan que lo que dice el jefe es palabra de Dios. Del mismo modo que no se cuestionan al líder, no se cuestionan ninguno de sus planteamientos.

Una vez ganadas las elecciones del 96 ya sabían hablar catalán en la intimidad cuando un poco antes llamaban enano al presidente que se expresa en la lengua vernácula de Cataluña (hoy hasta hablan con acento tejano), y no existía nada mejor que los nacionalismos democráticos de la España periférica (la necesidad de votos de ayer no era la de hoy).

De la crisis económica del 93 se comenzó a salir durante los años 94, 95 y 96. Si miramos los anuarios económicos de esos años, podremos comprobar como lo que se proclamó, en alarde inigualable, desde la bolsa de New York (“El milagro soy yo”), no era más que la lógica continuidad de lo que ya estaba sucediendo a partir del 94: comenzaron a bajar los tipos de interés, un crecimiento moderado de la economía, bajada igualmente moderada de los índices de desempleo, control del gasto público y del endeudamiento de la Seguridad Social, menor subida del IPC, etc.

Pues no, señores, eso no fue así, fue fruto de la política del PP en los pocos meses que llevaba en el gobierno y nada más. El mérito no puede ser compartido con nadie, es sólo del PP y de nadie más, bueno, de su líder fundamentalmente.

Entramos en la euro zona, igualmente, gracias a ellos. Con los gobernantes anteriores nunca se “habrían hecho los deberes”. Deberes que se fueron adecuando en su momento a las necesidades de cada uno de los países candidatos, para que aquello no fuese un fracaso antes de comenzar. Veremos si algún día no nos arrepentimos de tanto euro.

Así ha sido a lo largo de estos ya casi ocho años de gobierno de la derecha. En todos y cada uno de los momentos precisos han sabido apropiarse de lo que vendía más, de lo que proporcionaba más votos, sin ruborizarse, sin darle la más mínima vergüenza sino, antes bien al contrario, galleando de ello.

Del mismo modo se apropian de los símbolos que de las ideas, de las instituciones que de los personajes: todo es según el sentir de la mayoría absoluta de los gobernantes, otras sensibilidades no tienen posibilidad de acoger lo que sólo ellos son capaces de acaparar, sin compartir con nadie. Lo que creíamos que pertenecía al pueblo porque se lo había ganado a pulso, por arte de birlibirloque pasa a ser mérito de ellos.

Si ha habido alguien en la historia de España que haya estudiado, analizado y comprendido mejor que nadie a D. Manuel Azaña, ¿quién puede ser ése? No cabe duda: el líder del PP. Este prohombre que tiene como libro de cabecera uno de poesía y es el esposo de una señora que escribe cuentos, bueno, que los dicta, que se lo escriben, que se los copian...

Él y los suyos son capaces hasta de apropiarse del dolor ajeno y hacerlo propio, aunque en diferentes grados, dependiendo de.

Son las viudas, los huérfanos, los deudos más próximos de todas las víctimas del terrorismo; forman parte de la familia de las víctimas militares de Turquía o de Irak; de las víctimas de malos tratos, no tanto; de las de la carretera, un poco menos; de las de accidentes de trabajo, apenas si las conocen. Estas últimas serán achacables a ellas mismas (“gloriosa” sentencia del juez de Barcelona) y ya sabemos el refrán: “Quien busca el mal por su mano...”; y de las del estrecho, que ni les hablen.

Se apropian del dolor, pero nunca son responsables de la causa que lo provocó. Los éxitos son suyos y de nadie más. Si se reconociera algún fracaso, algo poco probable, éste sería, sin lugar a dudas, achacable a otro u otros pero nunca a ellos ni, impensable, a él.

Y ahora, cuando llega el 25º Aniversario de Constitución (siento decirlo pero, tanta celebración mediática y tanta presencia de los de siempre, me recuerda a los “25 Años de Paz” de los sesenta, no sé si será por su rancio olor a “naftalina”), ¿quién es el campeón en la defensa de la misma? Evidentemente el Saulo de Tarso actual. El mismo que desde su despacho de inspector de hacienda de la Rioja (bueno de la Rioja de hoy, pero del Logroño de su nostalgia) escribía diatribas en contra de la constitución que iba a ser sometida a referéndum en el 78, o en contra de los cambios de denominación a las calles y plazas con rancio abolengo y nombres tales como del Generalísimo, de José Antonio Primo de Rivera, 1º de Octubre, Francisco Franco, de la Victoria...

Por esto, eso y aquello, probablemente, es por lo que nunca puedan estar de acuerdo con el reconocimiento y homenaje a otras víctimas de las que, intencionadamente, no quise hablar unos párrafos antes: las víctimas del franquismo. ¿Tan aludidos se sienten?

Teodoro R. Martín de Molina. Diciembre 2003.