Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"¿Y SI SE VAN TODOS?"
   
       La nueva directiva sobre inmigración que se anda dirimiendo en los cenáculos políticos de la Europa comunitaria, las políticas que proponen al respecto los Berlusconi y Sarkozi de turno, seguidos no muy de lejos por los demás gobiernos conservadores del viejo continente y a no muy larga distancia, para vergüenza nuestra, del gobierno socialista español, me da la impresión de que van a conseguir poner rojo los cadavéricos rostros de aquellos miembros de la ONU que en 1948 promulgaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
    No cabe duda de que los que ostentan el poder económico, hoy en día parejo al político en muchos países europeos, se han decidido por dar el do de pecho y acabar con lo que para ellos es la lacra de los distintos, de los diferentes por su lugar de nacimiento, su raza o su condición económica.
    Sin entrar a analizar los aspectos éticos y morales que las medidas que se están adoptando o que se adoptarán en breve en contra de los inmigrantes en general y sobre los ilegales en particular, que no necesitan, porque no lo resistirían, del más elemental de los análisis, me gustaría aventurarme en la hipótesis seguramente totalmente irreal de que estos, los inmigrantes, decidieran dejar nuestros confortables países y se volviesen a seguir padeciendo las calamidades propias de la miseria en los suyos de origen.
    Supongo que al igual que España, al igual que los que fueron emigrantes españoles en países de la próspera Europa de los años cincuenta, sesenta y siguientes, en el resto de países europeos, los inmigrantes realizarán los trabajos que los aborígenes no queremos hacer. Por ello, si los extranjeros inmigrantes trabajadores (distingámoslos de los extranjeros sin más connotaciones que también viven en nuestros países, estos pertenecen a otra estirpe) decidieran marcharse a sus lugares de origen, tendríamos que buscar entre los connacionales a aquellos que realizaran dichas tareas.
    En nuestro caso, en España, ya veo a mi vecino, que está cobrando el paro porque no encuentra un trabajo como informático de gestión, con la bandeja en la mano sirviendo una tostada con manteca “colorá” a la esposa del señor Cañete; a su compañera sentimental, abogada a tiempo parcial en un bufete de la ciudad, la veo completando horario cuidando a la señora del 5º Izda que padece de Alzheimer. Como ellos, muchos serán los que se necesiten para cubrir las vacantes que dejarán aquellos que tanto daño nos hacen en nuestras costumbres y buenos modales.
    Seguro que nuestros universitarios aprovecharán las vacaciones de Navidad para echar unos días en la recogida de la aceituna en lugar de los “moritos” y “negros” que habrán tenido, muy a su pesar, que dejar nuestro país. Las cajeras y dependientas por horas de los Centros Comerciales echarán unas horillas extras (así podrán pagar más fácilmente la hipoteca) limpiando escaleras y sustituyendo en el servicio doméstico a todas las sudamericanas y filipinas ilegales que obligadas por las nuevas normativas habrán comprado el billete de vuelta a la indigencia.
    Menos mal que nos ha sobrevenido la crisis de la construcción, si no muchos de los que pasan sus ratos muertos fumándose un canuto en las plazoletas de pueblos y ciudades o tomando un cacharro en los garitos preferidos, los que asisten a los botellones para pasar un rato de sana diversión, se verían obligados a sustituir a toda la mano de obra barata que los constructores han sabido exprimir con tanto mimo.
    Nos quedaremos sin mercadillos, porque ya los gitanos no son gente de fiar y las prendas de vestir, el calzado y todas las demás vituallas que nos suministran el día fijado de la semana, dejarán de estar a nuestro alcance. Las fresas de Huelva, los productos de los invernaderos, los demás frutos arbóreos y de huerta los recogerán sus dueños con los cojones, pues los sudacas de mierda, rumanos, polacos y demás gentuza, a pesar de ser muchos de ellos comunitarios, no son gente de confianza.
    Ahora bien, en las cárceles nos quedaremos apenas sin delincuentes, habrá que reubicar a los funcionarios de prisiones. Qué alegría que ya sólo haya estafadores, traficantes, asesinos y ladrones naturales del país y no toda esa chusma que hasta en lugar tan poco recomendable no eran bien recibidos, de nuevo el “negocio” dentro y fuera volverá a ser de los nacionales. De lo que no estoy muy seguro es de que se dejen de vender las papelinas, que las bandas internacionales organizadas dejen de actuar y de que entre ellas ajusten sus cuentas del modo conocido, porque, quizás, tales medidas no afecten a los mafiosos y narcos que dominan los más turbios negocios y que con tanta alegría y sapiencia untan a aquellos a los que pagamos los ciudadanos para que los controlen y nos protejan.
    Podría seguir relatando el panorama que hipotéticamente se llegaría a presentar ante nosotros si continuamos la senda iniciada en contra de la emigración por elementos xenófobos y racistas de la más rancia Europa. Quizás todo lo anterior no sean más que exageraciones mías expuestas desde el punto de vista de un ignorante de la situación real, pero nos podemos imaginar por unos instantes qué sucedería, en qué situación quedarían nuestros prósperos países, si la respuesta a la pregunta inicial fuese: ¡pues que se vayan!

 Teodoro R. Martín de Molina. Junio de 2008
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