Tras aquellas montañas dudo qué habrá. Siempre las observo y nada creo que es verdad. A veces los pensamientos se me van y pienso, imagino muchas cosas. Tal vez haya una pradera verde, tranquila, soleada, donde los árboles dan su flor y éstas, un suave y profundo olor. Los animalillos corren y brincan, las aves revolotean, las orugas serpentean, todas felices de saber que nadie los maltratará ni los echará, pues será difícil que los encuentren. Allí reinará la paz y la felicidad porque todos ellos unidos lucharán por la amistad. También puede que haya un mar azul, profundo, penetrante, con un oleaje que hace dormir al gigante. ***** A lo lejos, un pequeño barco de vela con toda serenidad navega buscando la comida en unas redes de pesca; unas gaviotas vuelan en la playa y a las rocas toda la furia del mar va a parar, ellas sufren, pero el mar enojado nunca se para a pensar. En el fondo todo cambia, los peces se divierten y no quieren trabajar, pues allí todo es de todos y así comen sin pagar. Siempre hay jolgorios, fiestas y algo que celebrar. Allí todos se quieren y les une la amistad. |
A lo mejor hay una ciudad grande, con calles rectas, edificios muy altos y unos escaparates donde se exhiben ropas muy bonitas. Todo esto me imagino, no sé qué podrá haber, pero el día que lo vea lo que encuentre os contaré. ***** Volar, volar y volar. Qué alegría pensar que un pajarillo sepa volar, y tan pequeño que es el vuelo le hace crecer. Volar, volar y volar. Si yo pudiera volar echaría desde el cielo unos polvos que borraran todo el mal. Todo florecería como un árbol cuando por él corre la savia, brotando de sus ramas unas hojas verdes, brillantes, que quieren admirar el mundo al que acaban de llegar. Echaría azucenas, claveles, perlas y rubíes, diamantes y marfil, y este mundo sería feliz. Con una simple mirada lo observaría todo, un amanecer, un despertar, y por fin poder ayudar al que necesita amar. Entre mis alas encontrará calor el necesitado y el que está desconsolado Todos hallaríamos el amor. ¡Quién pudiera ser pájaro de Dios! Yolanda Martín |