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LA GACETA DE GAUCÍN

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COLABORACIONES


     

WILDO DE DRAGOLANCE
Por
José Miguel Vázquez Martín

 PREMIO NARRATIVA “LA TORRE”  I.E.S. ALBARIZA DE MENGÍBAR. ABRIL 1993


JUSTIFICACIÓN

El propósito de esta narración es hacer una alabanza y un  homenaje a la persona de J.R.R. Tolkien y a su genial y alabada obra: El Señor de los Anillos.
Esta   obra  pretende  hacer  ver,  de  un  modo  bastante infantil, como son algunos de los modos, aventuras y criaturas que por los libros de este genial escritor circulan. De todos modos, para poder disfrutar de la obra de Tolkien hace falta leerla por completo, y con esto ni pretendo hacer ni un resumen de lo leído ni tampoco plagiar ninguna de las aventuras que allí se relatan, sino hacer ver que la literatura fantástica también puede tener grandes maestros y no sólo ser subliteratura y cuentos para niños.

WILDO DE DRAGOLANCE

Todo empezó hace mucho tiempo en un pequeño pueblecito del norte de la Tierra Media llamado Dragolance. Este pueblo era tranquilo y sin complicaciones hasta que un día esta paz y armonía vino a terminar por un suceso que se recordará por la eternidad.
En esa época vivía por los alrededores un poderoso mago al  que nadie le hacia caso, ya que era viejo y según muchos chocheaba,  que predijo que una gran maldición caería sobre todos ellos si no se marchaban enseguida de la región. Nadie  le hizo menor  caso  y  siguieron  viviendo  tranquilamente,  tan  solo un muchacho llamado Wildo le creyó y abandonó el lugar rápidamente.
Bueno,  centrémonos en el muchacho y dejemos el  pueblo para luego.  Wildo era un joven de 45 años,  huérfano de padre y madre, de complexión debilucha, un metro quince de estatura y pelaje marrón oscuro. Era simpático y gustaba de gastar bromas sobre todo a los más pequeños. Siempre fue decidido y audaz, aunque eso ya le había causado más de un disgusto y nunca en su vida había salido de Draqolance.
Wildo siempre se había burlado del  pobre mago y hasta había ayudado para gastarle una pesada broma, pero no se sabe que razón esta vez le creyó y se marchó del pueblo lo más rápido que pudo.
Por el camino se encontró con el mago y éste le contó el pueblo iba a ser atacado por un gran número de dragones y por ello había avisado al  pueblo de la gran  catástrofe. Wildo quiso retroceder para avisar al pueblo pero llegó demasiado tarde, por  lo  que  tomó  la  determinación  de  recorrer  todo  el mundo conocido  y  adquirir  conocimientos  y  la  fuerza  necesaria  para vengar a su pueblo y a sus amigos, por lo que se puso él mismo sobrenombre de "Dragolance", en honor a su pueblo y para que jamás se le olvidase su promesa.
Esa noche durmió en el pueblo, destrozado y calcinado por el fuego de los dragones, a la mañana siguiente partió hacia sur con tan sólo unas pocas provisiones y una cantimplora medio llena de agua.
Hacia el  mediodía  las provisiones ya se  le habían agotado,  ya que Wildo era bastante tragón,  y se vio en la
necesidad de acelerar la marcha un busca de algún lugar habitado donde encontrar algo de comer.
Ya estaba a punto de desfallecer,  cuando  le pareció vislumbrar a lo lejos las luces  de un pequeño pueblo, entonces, sacando fuerzas de flaqueza, salió corriendo y llegó a una cabaña medio derruida en  la  que solamente había un pequeño candil encendido. Al día siguiente se despertó en una cama, bien tapado con ropa limpia, y se sobresaltó al ver que el viejo mago que le predijo el desastre estaba allí. Barbagris, que así era como se llamaba, le explicó que vivía aquí desde hacía un par de días y que conocía todos sus propósitos y lo que quería realizar. Después de darle un copioso desayuno y una bolsa de provisiones se despidió de él y le recomendó que fuese hacia el Este y buscara un tal Grosella, que le podría ser de gran ayuda.
Wildo permaneció en la cabaña durante un par de días más y al final determinó partir y buscar al hombre que Barbagris le había recomendado.
Pasaron varios meses de duro camino por el cual Wildo fue adquiriendo experiencia y confianza consigo mismo. En todo ese tiempo no se había relacionado con nadie ni había encontrado ningún pueblo.  Estaba ya desilusionado  cuando al  cuarto mes encontró a un pequeño nock, una criatura que se pasa toda su vida viajando o haciendo de guía por los desiertos, el cual le informó que a sólo  un  día de  camino encontraría  una  gran  ciudad.
Esperanzado con encontrar a Grosella en esa ciudad aumentó el ritmo y sólo en medio día llegó a la ciudad. La ciudad estaba enclavada en un gran monte y en ella convivían todo tipo de seres extraños, desde elfos hasta orcos, por muy raro que parezca todo ello era debido a una poderosa piedra que estaba custodiada en lo alto de la fortaleza. Allí encontró a Grosella y le explicó, mientras cenaban, el por qué de la visita y que Barbagris le mandaba. Al escuchar Grosella el nombre de Barbagris no tuvo que hablar más Wildo para convencerlo y enseguida accedió a sus peticiones. Grosella gozaba de gran fama en toda la región del Este y eso era debido a su gran destreza con la espada y a poderoso anillo que le arrebató a un dragón en plena lucha, por que le apodaban “el robadragones". Wildo se quedó en casa de Grosella donde empezaría su entrenamiento tanto como guerrero como mago.
Pasó el tiempo y la banda de dragones que había destruido el pueblo de Wildo siguió haciendo de las suyas y sembraba el pánico  por  todo  la  Tierra  Media.  Los  dragones  suelen  ser pacíficos, a no ser que alguien les haya robado algo de lo suyo. Esto no parecía tener lógica, ya que desde tiempos en los que Grosella era joven y arrebató el anillo al rey dragón no había tenido lugar ningún conflicto con ellos. Pero por lo visto, para llegar a ser rey de los dragones se necesitaba ese anillo y los dragones querían conseguirlo por cualquier medio posible. Por ese tiempo Wildo se había convertido en un respetado muchacho de 70 años y su estatura había aumentado considerablemente, así como su masa muscular, por lo que infundía un poco de temor. Grosella había muerto hacía ya varios años y le había dejado como legado el anillo, sin saber en el peligro en que se había metido.
La amenaza de los dragones estaba cada vez más cerca y la ciudad preparó un ejército con la gente más valerosa y fuerte de la ciudad, encabezado por Wildo y Questor, un bravo arquero de la raza de los elfos, pueblo de gentes hermosas, altas y valientes, que era íntimo amigo de nuestro héroe. Todos iban vestidos con grandes armaduras y portentosos escudos, Tan sólo Wildo y Questor llevaban una pequeña cotoa de malla para protegerse.
Después de los preparativos, el ejército partió hacia donde se suponía que estaban los dragones y comprobaron que la ruta que llevaban era la correcta, al ver la destrucción que habían provocado en la región vecina. No tardaron mucho en avistar el campamento de los dragones y en sentirlos. La atmósfera estaba cargada de olores fétidos y una bruma se cerraba sobre aquel llano despoblado, tan sólo había un par de malas hierbas que apenas si podían sobrevivir en aquellas condiciones.
El ejército al completo pasó la noche cerca de allí, al lado de un riachuelo de aguas ya contaminadas por el paso de los dragones.  Wildo mandó entonces que varios soldados fuesen a comprobar cuántos dragones había, cómo eran y que intentasen recoger la máxima información posible. A las dos horas, de los tres que fueron, solamente volvió uno y en muy malas condiciones v antes de morir contó que había once y que uno de ellos era realmente fuerte y poderoso y que los demás le servían al parecer porque tenía una extraña inscripción por detrás. Al decir esto el soldado murió y Wildo y Questor se quedaron pensando en una táctica para poder vencerlos y determinaron que lo único que se podía hacer era entrar  en batalla abierta  contra ellos por sorpresa. Para ello prepararon debidamente a todo el ejército y se dispusieron a atacar al amanecer. Esa noche casi nadie durmió pensando en la batalla.
Cuando amaneció la mañana apareció tranquila y algo más despejada que el día anterior y el ejército se dispuso para el combate.  A la orden de Questor salió  la mitad para intentar rodearlos por detrás y la otra mitad al mando de Wildo empezó marchar para luchar de frente. Y cuando menos se lo esperaban los dragones  acometieron  contra  ellos  y  por  un  momento  hubo desconcierto  entre  las  tropas,  pero se  repusieron  pronto lucharon con valentía. Los dragones fueron muertos, todos excepto' el más grande de ellos que no participó en la lucha directa.
Cuando Questor llegó se encontró que sólo quedaba un dragón, el más fiero, y de todo el ejército sólo quedó Wildo unos pocos soldados más. Se reagruparon y decidieron atacar a único dragón que quedaba. Wildo no estaba de acuerdo con lo que Questor proponía, por primera vez decidió quedarse a cuidar de los heridos. Los demás arremetieron contra el dragón y éste de una llamarada y un coletazo consiguió matar a todos.
Ya parecía perdida toda esperanza cuando Wildo se fijó en el emblema que el dragón tenía en la espalda, era igual al que  el anillo  poseía   Entonces  Wildo  pensó  que  el  anillo  debió pertenecerle y que   él podría destruirle. Armado de valor y con las esperanzas puestas en el anillo, se puso de pie y avanzó un poco.  Cuando llegó frente al dragón éste soltó una carcajada y se dispuso a matarlo. Wildo, alzando la mano, enseñó al dragón el anillo y éste, dando un respingo, retrocedió unos pasos y empezó temblar. Viendo Wildo que el dragón le temía avanzó un poco, pero de repente el dragón empezó a hablar y le decía que si utiliza el anillo contra él moriría. Wildo, sabiendo esto, lo sujetó bien fuerte y gritó con fuerza: —¡¡Anillo, destrúyele!!. De repente brotó un poderoso rayo que atravesó al dragón. Al ver esto Wildo sonrió  porque  había  cumplido  su  promesa y cayó al suelo sin sentido. Muchos de los supervivientes que quedaron vieron aquello como una tontería,  ya que se podía haber  librado de  la muerte entregando el anillo al dragón, pero él prefirió entregar su vida por aquello que creía y había luchado durante toda su vida.