¿VICTORIA AMARGA?
No hay dulces derrotas ni victorias amargas,
por mucho que los perdedores se empeñen en ello. Ni la derrota del
96 fue dulce como pretendi
ó Felipe González que creyeran sus votantes, ni
la victoria del 2004 debe resultar amarga por mucho que se empeñen
en ello el gobierno en funciones, el derrotado partido que lo sustentaba
y sus medios afines.
La amargura no puede ser por la victoria, la amargura debe ser por el dolor de tanta víctima inocente que es el dolor de todos, de los que ganan y de los que pierden y que ninguno debe intentar patrimonializar. Que nadie trate de justificar la derrota propia o la victoria ajena sobre la base de tantos muertos y de tantos deudos como dejan. Solamente los terroristas eran y son los culpables de tanto horror, pero de nada más. No diré que el gobierno es el responsable en último término de la masacre de Madrid por su equivocada política belicista, pero que tampoco me digan que la masacre de Madrid es la responsable de la victoria de los socialistas. En último caso podría admitirse que el uso indebido que, de nuevo, quiso hacer el gobierno de la desgracia de los demás sí pudo ser el desencadenante de la victoria de Zapatero y los suyos, el hecho que movió a mucho indeciso a salir de casa el domingo 14 y depositar su papeleta en la urna de su colegio electoral, llevando en su interior lo que creyera conveniente. Un respeto a los votantes. Ya está bien, siempre que gana el contrario se trata de justificar la derrota propia echando la culpa a los votantes: que si se podían haber quedado en casa, que si la emotividad los llevó a votar de ese modo, que si la participación fue extraordinaria, que si algunos medios influyeron... Tanto respeto merece el votante que en el 2000 decidió abstenerse, lo cual propició la mayoría absoluta del PP, como ese mismo votante que este año ha decidido ir a votar. Lo mismo podemos decir del voto del opulento, superculto y megaintelectual que vive en una de las grandes ciudades, como del pobretón, ignorante y supermegaanalfabeto del último rincón del último pueblo de España. Con tanta emotividad fue a votar el que colocó en su sobre la papeleta del PP como el que puso la del PSOE. Tan importante es el voto del oyente de la COPE, RNE u ONDA CERO, como el del oyente de la SER. Al final lo que cuenta es la suma de todos y cada uno de los votos, y en esta ocasión los votos socialistas han superado en casi dos millones a los populares, que no es moco de pavo. Así que dejémonos de hacer sentir culpable al que no cometió culpa alguna. Que cada uno mire para sus adentros y vea si todo lo que hizo estuvo bien. Para los perdedores la culpa suele ser de todos menos de ellos mismos, cuando, bien al contrario, creo que es en ellos mismos donde deben buscar las causas de su derrota. Normalmente las derrotas vienen precedidas de una mala utilización de las victorias. Pensemos por qué el PSOE perdió las elecciones del 96, y por qué el PP las ha perdido ahora. Estoy convencido de que en ninguno de los dos casos se debieron a méritos de la oposición, mas bien a deméritos de los gobernantes. Estos siguen pensando que los votantes viven obnubilados por los vapores que se emanan desde el poder y que todas las conductas inmorales que el poder produce pasan inadvertidas para los ciudadanos de a pie. Afortunadamente eso no es así y si no, a las pruebas me remito. Los vencedores que saboreen el dulzor de su victoria al tiempo que recuerden y apoyen a todas las víctimas del terror, que una cosa no quita la otra. A partir de ahora a gobernar para el pueblo, que somos todos, y cuidando de no caer en los mismos errores que cayeron los propios y los ajenos. Dentro de cuatro años de nuevo el pueblo tiene la palabra, y pienso que, cada vez más maduro, se deja influenciar menos por la propaganda y el marketing de esta “nueva democracia” a la que casi nos estaban acostumbrando los gobiernos de la derecha. Teodoro R. Martín de Molina. Marzo-2004. |