UN SERVICIO A LA
SOCIEDAD
En las Viñas de Peña Llana, término de Andújar, dando vistas al Cerro del Cabezo, ese prominente macizo coronado por el Santuario donde se cobija la Virgen de la Cabeza. Pequeña y morena imagen que desde hace más de quinientos años congrega bajo su influencia a miles de peregrinos venidos de toda España, especialmente el último domingo de abril. Allí, en la vertiente izquierda del Jándula, nos dimos cita un grupo de amigos para celebrar una liturgia más terrenal que la buscada por la Peña del Peregrino, hato y morral en ristre, que sobre las doce de la mañana pasaron haciendo de guía y devotos, en una etapa de veinticuatro kilómetros, en busca de su siempre presente y milagrosa Virgen María. La Morenita. A nosotros, ese día, no nos conducía ningún sentimiento de espiritualidad. Es muy probable que, consciente o inconscientemente, todos estuviésemos predispuestos a quebrantar algunos de los pecados capitales que aprendimos de las catequistas de Acción Católica, en los años cincuenta, mediante cantinelas coreadas por el grupo de aspirantes a recibir por vez primera la comunión. Íbamos decididos a transformar, con la energía que da la jara seca al contacto con el fuego, unos pocos dientes de ajos, unos cuantos rojizos y verdes pimientos, tomates maduros, alcauciles, judías verdes y poco más de un kilo de costillas troceadas de una buena pieza de cochino ibérico. Todo ello cocinado con aceite virgen procedente de los olivares gienenses, y condimentado con un poco de sal, pimienta, azafrán en hebra, una ramita de aromático tomillo seco, y agua para cocer kilo y medio de arroz corto de Calasparra. La paella, en su punto: seca, sabrosa, de grano suelto y entero, un poquitín pegada la base de la paellera, como mandan los cánones, y lo más importante, un grupo de comensales con ganas suficientes como para acabar disfrutando de tan apetitoso bocado. Acompañándolo con caldos del pago riojano alavés, criado en bodega de La Guardia. Café de pucherete, la tradicional copa, -corta para los menos-, y un cómodo asiento ante la chimenea, dio origen al debate. La noticia era el trágico final para los magrebíes que zozobraron en las costas del Golfo de Cádiz. Más de una treintena de seres humanos perecieron en las playas de Rota sin que las autoridades competentes hicieran algo por salvar sus vidas. Ni siquiera hizo nada el poderoso guardián del mundo que, a tan solo dos pasos, y como retén de vigilancia, tiene atracada la mayor flota naval y aérea preparada para defender, en cualquier momento, a la humanidad de la tiranía, la miseria y el llamado terrorismo internacional.-¡vaya chollo que han encontrado, con el término, los defensores de las libertades para acabar con todo aquello que se mueva y sea contrario a sus intereses!- Pues bien, en esos momentos trágicos nadie acudió en ayuda de los moritos náufragos. Y por si eso no fuera bastante, ni antes, ni entonces, ni después se ocuparán para dar soluciones, para evitar qué estos insensatos crucen una y otra vez el estrecho en pateras o embarcaciones propias de la época de Tarik. El mundo del progreso y la abundancia se olvida de resolver las condiciones medievales en que viven los naturales situados al sur de Perejil. Mientras tanto, el todo poderoso factótum Mohamed V, por la Gracia de Alá, y con la ayuda de sus aliados, sigue cuidando de sus súbditos al más puro estilo feudal. Una casa real, la alauí, que realiza un bien social proclamando y defendiendo a su pueblo de las teorías modernas y pervertidoras, llegadas de Europa, ruinosas para las llamadas tradiciones del pueblo marroquí. Ese sistema sigue poniendo todo su empeño en evitar que desaparezcan sus ancestrales costumbres. Como consecuencia lógica no se ocupan de ello. En el fondo, esos desdichados, no se merecen ninguna atención. Son un puñado de infieles que no creen en su rey, ser supremo de la comunidad y representante de Alá en la tierra. Esta última frase y aquella otra de “el rey por la Gracia de Dios”, nos condujo a entablar una mirada crítica a las otras monarquías, las europeas: Las de Mette-Marit; el annus horribilis de Isabel II; la desdicha de los Saboyas monegascos; las diferencias entre la reina Beatriz de Holanda con el heredero príncipe Guillermo por casarse con la argentina Máxima Zorreguieta, hija de un ex ministro del régimen de Videla; las incomprensiones institucionales hacia la actitud humana de nuestro príncipe Felipe de querer casarse por amor con Eva Sannum, etc. Por estos derroteros transcurrió la conversación. Y miren por donde, recién llegados a casa, la televisión nos informa de que el futuro rey de España se casa. Se casa con una plebeya, anteriormente casada por lo civil y divorciada. Una chica moderna, de ideas liberales, trabajadora del barrio de Moratalaz, profesional, inteligente, perfeccionista, afanosa por el trabajo y en consecuencia por el progreso. Es decir, una chica de nuestro tiempo en un cuento de hadas del siglo XXI. Lo primero que pensé es que los magrebíes habían tenido muy mala suerte. La suerte les fue esquiva hasta para escoger el día en que la mar vomitaba sus descompuestos cuerpos en una playa de la costa gaditana. Su sacrificio no iba a servir ni para que la sociedad desarrollada tomara conciencia de sus problemas y de los de sus gentes. Pero, pronto me olvidé de esta causa. La noticia de la boda real me hizo olvidar a los pobres náufragos. Ya en familia, la discusión se centró sobre tan noble acontecimiento. Había opiniones para todos los gustos, pero mayoritariamente predominaban las que defendían el acierto en la decisión del heredero de la corona.. Para mi, un sufragista convencido, la postura coherente debió situarme radicalmente en contra de todo aquello que no fuere elegir a los representantes de las instituciones mediante el sufragio universal. Sin embargo, también aprecié el lado positivo en la decisión del Príncipe. Sin entrar en mayores consideraciones, pronto me di cuenta del gran servicio que el Príncipe de Asturias estaba haciendo a la sociedad española. El hecho de contraer matrimonio con una española suponía un logro. Tendríamos que remontarnos muy atrás en el historia para encontrar una reina de España que fuera española. Esto, por si solo, me parecía importante. Pero lo que más me impresionó era que un futuro rey se casara con una divorciada. -Demasiadas cosas nuevas en una institución tan tradicional-. Casi de inmediato, recordé al bueno de Paco Fernández Ordóñez cuando, por haber legalizado el divorcio, fue invitado -por no decir expulsado- en Toledo, a abandonar la procesión del Corpus Cristis siendo ministro de Justicia del gobierno de Suárez. Con su decisión, Felipe le hacía un homenaje a tan brillante político. Pero aún más importante. Felipe le hacía un gran servicio a España, a toda la sociedad, especialmente a las divorciadas y divorciados que habitan en la tierra que cristianizó el apóstol Santiago. Pues, ¿Quién, a partir de ahora, va a atreverse a poner en cuestión el divorcio? Desde luego no lo hará, al menos públicamente, la cohorte mas rancia adherida a las tradiciones. Ni siquiera la Iglesia que expulsó a Fernández Ordóñez de una procesión, se atreverá, a partir de ahora, a censurar a los divorciados. Por estas razones y otras, yo también, me congratulé de la decisión tomada por el futuro rey de España. En definitiva, lo que empezó como una fiesta gastronómica campestre para un grupo de amigos, terminó en una reflexión sobre las monarquías, donde quién suscribe observó la utilidad de la española. Esperando que en las decisiones futuras se siga haciendo tanto bien a los españoles como con la elección del príncipe de casarse, por amor, con una joven divorciada. Teodoro de Molina de Molina Sevilla 10 de noviembre de 2003
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