Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Unos y otros

 

A veces lo más complicado de escribir un artículo es acertar a la hora de ponerle título. En algunas ocasiones es el título lo primero que te viene a la cabeza y a partir de él comienzas el desarrollo de lo que quieres escribir; en otras, por el contrario, comienzas a plasmar tus ideas y llegas al final de la exposición y no tienes claro qué título ponerle. No sabes si de acuerdo con lo desarrollado es éste o aquél el que mejor le vendría o, teniendo en cuenta otros parámetros, interesaría más titularlo de aquella o esta otra manera.

Algo así me ha ocurrido en esta ocasión: teniendo claro sobre lo que quería escribir, ni al principio ni al final sabía si acertaría con el título. En fin, como veis, ya tenemos título… a partir de ahora el desarrollo.

En el debate de hace un par de días sobre la consulta soberanista en Cataluña hemos podido constatar una vez más que estamos donde estábamos, es decir, después del debate las posiciones no se han movido ni un ápice. Unos siguen empeñados en su plan soberanista tal y como ellos lo han ideado, otros en la ilegalidad del mismo  y todos, al parecer, dispuestos a dialogar pero nadie sabe bien sobre qué.

Porque si el presidente del gobierno ofrece diálogo en un momento, en el siguiente dice que el diálogo tiene que conducirse por los cauces que su forma de ver el asunto determina, si los nacionalistas tienen la mano tendida para el diálogo ya sabemos para qué es, para que les autoricen su convocatoria de consulta tal y como ellos la plantean. Y en medio los que ofertan una reforma constitucional a los que no le hacen caso ni los unos ni los otros, los unos por mucho, los otros por poco.

Independientemente del sentimiento patriótico que cada uno pueda tener al respecto (confieso que el mío es escasito, no me preocupa mucho que los catalanes se independicen, si es lo que deciden, o que sigan unidos a España, supongo que ni lo uno ni lo otro supondría el fin del mundo ni para Cataluña ni para España), la verdad es que da la impresión de que poquito a poco estamos metiéndonos en un berenjenal del que cada vez se atisba una más difícil salida.

Después de más de tres décadas en las que el entendimiento entre los nacionalistas catalanes y los dos grandes partidos de ámbito estatal haya sido la nota dominante, en estos últimos tiempos el asunto ha ido tomando una deriva que, pienso yo, se les está yendo de las manos a unos y otros.

Cuando en la anterior legislatura, Zapatero tuvo que desdecirse de aquello de que “aceptaré cualquier estatut que venga del parlament”, el asunto pareció reconducirse después del pacto entre CIU y PSOE para la aprobación del nuevo estatuto que posteriormente fue refrendado en referéndum por los catalanes. Bien que hay que señalar que dicho estatuto nunca fue aceptado por la derecha españolista ni por los independentistas catalanes. Los segundos lo aceptaron a regañadientes, y como mal menor, y los primeros, representados por el PP, lo recurrieron al constitucional y el alto tribunal dictaminó lo que dictaminó.

Posteriormente con la llegada de nuevo de CIU al gobierno catalán, el presidente Mas optó en primer lugar por reivindicar un trato financiero parecido al de los conciertos vasco y navarro, con la negativa rotunda del ya presidente Rajoy y de ahí se han ido sucediendo los hechos que todos conocemos hasta llegar al punto en el que nos encontramos hoy y sin saber muy bien en qué quedará todo. Cada uno empestillado en sus posiciones, cada vez más radicales las de los catalanistas y, como casi siempre, cada vez más inmovilistas las del gobierno.

Habrá quien culpe a los nacionalistas catalanes de la situación y aquellos otros que señalen como culpables a los nacionalistas españoles, pero lo cierto es que “entre todos la mataron y ella sola se murió”,  y aquí estamos, en una situación que puede ser calificada de todo menos halagüeña.

Desde el gobierno de la nación se tomaron las pretensiones soberanistas de los catalanes como una ocurrencia más y, siguiendo el modo de actuar de Rajoy en tantos y tantos asuntos, han ido dejando pasar el tiempo y, cuando menos lo pensemos nos vamos a topar de bruces con un referéndum por la independencia o con una declaración unilateral de la misma por un gobierno independentista sustentado en una amplísima mayoría del pueblo catalán, y a ver  entonces quién le pone el cascabel al gato.

Muchos políticos pueden pensar que los ciudadanos, las instituciones, son desmemoriados y que por el hecho de que pase el tiempo no mantienen en su recuerdo aquello que en infaustas ocasiones se hizo en contra de una determinada comunidad. Será difícil que los catalanes olviden todos los desprecios y el vilipendio que han sufrido por parte de la derecha española, el PP y sus dirigentes, Rajoy en primera fila.

Su apelación durante el último debate a la admiración y al amor que siente por Cataluña y los catalanes sonaba tan falsa como su deseo de diálogo o de reforma de la constitución. Difícilmente se olvidarán los catalanes de la recogida de firmas en contra del estatuto y su posterior recurso al constitucional (para mí el pistoletazo de salida de todo el movimiento independentista actual), o de cómo se hicieron por el PP y sus aledaños continuas campañas en contra de los productos catalanes, de su lengua o de sus costumbres.

En realidad, esto podría ser una aproximación al relato del origen de todos los males, de los amores esos de los que se dicen que matan, de las enfermedades que no se atajan a tiempo y que llevan a un desenlace fatal, y todo porque nadie se decide de una vez por todas a sentarse a dialogar tratando de buscar ese punto común en el que siempre se han sentido cómodos la mayoría de los ciudadanos catalanes y españoles.

No sería mucho pedir un poco de cordura a unos y otros antes de que los doctores desahucien al enfermo.

 

Teodoro R. Martín de Molina, 10 de abril de 2014.

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