Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Un triste país

 

No sabía muy bien si colocar el adjetivo delante o detrás del nombre, el matiz puede ser interesante pero, al fin y a la postre, podemos decir del nuestro que poco a poco se está convirtiendo en un triste país triste. En un patético y apagado país en el que la tristeza, la amargura, el desamparo se están apoderando de una buena parte de sus habitantes. No sé si se me entiende.

            No. No voy a hablar de la tristeza de Ronaldo ni de la que puede que embargue a muchos españoles por la retirada de Esperanza Aguirre de la política, tampoco de la que se haya apoderado de otros muchos por la muerte de Santiago Carrillo; seguro que al lado de estos que sienten tristeza por un motivo o el otro, estarán aquellos que se alegran enormemente de la tristeza del portugués, la decisión de la política del PP o de la muerte del viejo líder comunista. Así de singulares somos los españoles, en esto como en tantas otras cosas. Triste país

            Al decidirme a hablar de un triste país y no de un país triste, es porque pienso que España no es para nada una nación amiga de la tristeza, me atrevería a decir que por el contrario la alegría quizás sea una de nuestras características más notables. Ésta no es la primera crisis que hemos pasado y, la verdad, no recuerdo haber visto caras tan largas en las anteriores −1975 ó 1993­− como las que se están viendo en la que ahora nos ocupa y al parecer nos preocupa tanto.

Sin embargo la imagen que nos estamos dando a nosotros mismos y al exterior es la de un país apocado, dispuesto a seguir los pasos que desde fuera nos ordenen y a aceptar como inevitable todo lo que este gobierno que nos hemos dado en las urnas está llevando a cabo de una manera, a mi modo de ver, tan injusta e insolidaria, pues se está cebando con los más necesitados, mientras que bien sabe echar un capote a los que más tienen.

Esta imagen no es otra sino el reflejo de lo que nos transmiten nuestros gobernantes que no hay día en el que no aparezcan en los medios con cara de pena para comunicarnos un nuevo ajuste en tal o cual servicio y prevenirnos sobre lo que aún queda por llegar. Ellos lo llaman reformas, pero no tienen nada de eso, son recortes y más recortes y el sistema productivo sigue siendo el mismo sólo que el que está sufriendo todos esos recortes son los mismos de siempre: los trabajadores, las clases media y baja.

No es de extrañar que un profesor de instituto o un maestro de escuela haya dejado su alegría aparcada cuando haya visto cómo en las clases los alumnos son más, las horas de docencia y de permanencia en el centro han aumentado, las asignaturas afines pueden ser todas y el sueldo siga mermando porque el gobierno así lo ha decidido. Y ahí no quedará todo. Y los alumnos y sus familias no deben de estar para tirar cohetes cuando hayan visto el incremento del precio del material escolar, los recortes en las ayudas de transporte y/o comedor escolar, la vuelta a la compra de los libros de texto en algunas comunidades autónomas y, en definitiva, el fin de la gratuidad de la educación que era lo que se perseguía y que, al menos en lo que yo he conocido hasta que estuve trabajando, prácticamente se había llegado a alcanzar, a pesar de que los que más tienen se quejaran de que hubiese libros u ordenadores para todos. Triste país el que va para atrás como los cangrejos y tiene unos dirigentes políticos que tratan de venderte estos retrocesos como una mejora del sistema.

Lo mismo podemos decir del resto de funcionarios, sobre los que la implacable política de ajustes ha caído y seguirá cayendo sin misericordia, ampliando jornadas laborales, disminuyendo derechos adquiridos y perdiendo mes a mes poder adquisitivo hasta que lleguen al nivel de aquellos años en los que llegar a fin de mes se hacía casi milagroso. Tristemente volveremos a vernos vestidos con remiendos a poco que los que mandan se empeñen en ello.

Qué decir de los trabajadores que no dependen de ninguna de las administraciones. A estos, la reforma laboral los ha colocado en una posición en la que o dicen amén a todo lo que les diga el patrón o pueden verse en poco tiempo cobrando los 450 euros de los que tanto alardean Báñez y sus mariachis. Y los parados qué cara pueden tener sino de amargura y tristeza, pues no tienen bastante con no tener trabajo y apenas esperanzas de conseguirlo, sino que además tienen que sentirse amenazados por las autoridades porque los van a vigilar por si cometen fraude, o los van  a poner a picar piedra para que nos se acostumbren al subsidio, a cobrar sin hacer nada. Y estas autoridades son las mismas que decretan la amnistía fiscal para todos aquellos defraudadores de cientos de miles de euros, incluso de millones, y las que quieren perseguir al parado que echa unas horas y no al empresario o particular que los contrata con condiciones leoninas.

Los pensionistas, y los que están a punto de serlo, estamos que no nos llega la camisa al cuello. Tras el recorte camuflado vía retenciones del IRPF, cada día nos amenazan con la no revalorización de las pensiones cuando no con el recorte de las mismas, a pesar de lo que dijera y diga el señor Rajoy, que ya conocemos el valor de su palabra, o con una aceleración en la ampliación de la edad de jubilación o la modificación del cómputo de los años para el cálculo de la pensión. Es decir, estamos como unas castañuelas.

Y en todo este revuelo, ahí están al acecho los depredadores de la democracia, augurando males mayores si se sigue con el estado de las autonomías tal y como lo hemos entendido hasta ahora, si se le sigue dando cancha a los sindicatos, si las decisiones se siguen dejando en manos de los políticos y de las instituciones que nos dimos con la constitución. Ya hay a quienes les estorban los ayuntamientos, las diputaciones, los gobiernos autónomos y hasta el parlamento, son aquellos en los que está anidando, tristemente, la idea del poder central como única solución a todos los males, aquellos a los que les encantaría dejar el poder en manos de lo que ellos llaman un buen gestor, si tuviera galones mejor que mejor, con mano de hierro que nos enseñe el camino que todos, sin excepción, debemos de seguir.

Si triste es que nos hayan puesto en estas condiciones, más triste es aun el ver cómo la sociedad en general está perdiendo el nervio, nadie se atreve a protestar, si lo haces allí están los antidisturbios que parecen los hombres de Harrelson, estamos cayendo en una condescendencia casi suicida y en un dejar correr el tiempo esperando a que sea éste, y no nosotros, el que solucione los problemas, y si no somos nosotros vendrán los de fuera y nos pondrán las condiciones que a ellos más les convengan.

Lo dicho: un triste país triste en el que tienes que estar con cara compungida pues de lo contrario pareces que estás faltando al respeto a los que están a tu lado; en el que se está asumiendo que hay que reducir gastos a pesar de que ello conlleve un agravamiento de la crisis, y las familias, tengan o no tengan, gastan menos y todos nos apretamos el cinturón haya o no haya necesidad de ello, porque no se sabe lo que puede pasar; donde sólo tienen cabida los agoreros y los propagandistas que quieren hacernos comulgar con las bondades de las medidas gubernamentales; donde la resignación y el conformismo son los baluartes en los que nos apoyamos para seguir creyendo que somos el país que éramos o que algún día volveremos a ser. Existe por ahí una frase estereotipada que dice que un paso atrás sólo para tomar impulso, aquí, en nueve meses, hemos dado tantos pasos atrás que veo muy difícil, por mucho impulso que tomemos, que volvamos a donde estábamos. Y nos dirán que tenemos que estar contentos, pues todo es por nuestro bien y el de nuestros hijos.

Triste país aborregado que se deja llevar al matadero sin levantar la testuz.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 19 de septiembre de 2012

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