Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Un hombre de palabra

 

Cuando comencé a escribir este artículo decía que dentro de una semana se iba a cumplir el primer año desde la investidura de Rajoy como Presidente del gobierno, ahora, cuando me dispongo a terminarlo para su publicación, tengo que corregirme y decir que hace una semana que se cumplió un año de la tal investidura. Esta diferencia de tiempo entre cuando comencé y cuando acabo no varía en nada lo que había comenzado a escribir y lo que he terminado escribiendo, porque el argumento sigue siendo el mismo independientemente de mi diligencia, o falta de ella, a la hora de dar por finiquitado un artículo.

Así que comenzaré diciendo…

La semana pasada hizo un año desde que el Sr. Rajoy fue investido como Presidente del Gobierno. El pasado lunes 17, en Toledo, delante de todos sus parlamentarios, le puso en su discurso la guinda a todos los incumplimientos de los que ha hecho gala a lo largo de estos 365 días.

         Si en el discurso de investidura, del mismo modo que durante la larguísima precampaña y la propia campaña electoral, expresó sus intenciones y las líneas generales y concretas sobre las que se iba a basar su acción de gobierno, siempre bajo la premisa de que no iba a culpar a los anteriores responsables gubernamentales, a lo largo de este año de gobierno esa ha sido, precisamente, la baza en la que él, su gobierno y su partido se han basado para justificar uno a uno todos los incumplimientos de lo que nos anunciaron previamente.

         Sonó bien aquello de “…no hay ninguna voluntad de mirar atrás ni de pedir a nadie responsabilidades, que ya han sido sustanciadas por las urnas hace un mes.”  Es claro que el Sr. Rajoy es un hombre de palabra y por ello a lo largo de todo este año no ha cesado de justificar todos los  recortes y las medidas adoptadas en base, precisamente, a “la herencia recibida”.

         También nos anunció que jamás abarataría el despido, que eso no era lo que pretendía con su reforma laboral, pero, como es hombre de palabra, ahí está la nueva ley en la que, no sólo se abarata el despido, sino que además el trabajador queda al albur de lo que decida el empresario, público o privado.

         También trazó una línea roja en sanidad y educación que nunca la traspasaría, y, como es un hombre de palabra, los mayores tijeretazos han ido dirigidos a ambos ámbitos tan sensibles y necesarios para la mayoría de los ciudadanos.

No iba a parecerse a Zapatero que bajó el sueldo a los funcionarios, él, como es un  hombre de palabra y bastante más sibilino que el anterior presidente, ha congelado sus sueldos, les ha aumentado la jornada laboral, les ha suprimido descansos reconocidos en convenios existentes y de un plumazo les ha quitado la paga extra de Navidad de este año, claro que todo eso, como bien saben los funcionarios, no supone ninguna bajada de sueldo como la que llevó a cabo el anterior gobierno.

Al ser un hombre de palabra, no ha congelado las pensiones, sino que, simplemente, no las ha actualizado con lo que los pensionistas, al igual que el resto de los trabajadores en activo, ven mermado su poder adquisitivo que ya lo es escaso de por sí, si a esto se le añade la subida de las retenciones por el IRPF, el copago farmacéutico, la desaparición de medicamentos de uso común entre el colectivo, el copago por prótesis y transporte, y el euro por receta de algunas comunidades, es evidente que con los pensionistas, este hombre de palabra, ha conseguido el triple salto mortal al no congelarle las pensiones.

         ¿Quién habló de bajar impuestos directos o indirectos? No creo que fuese el Sr. Rajoy, pues en ese caso habría incumplido su palabra al subir en primer lugar las retenciones del IRPF y posteriormente el tipo de IVA en casi todos sus apartados, y eso no concuerda con lo que debe de hacer un hombre de palabra. No entremos a comentar ni tan siquiera la subida de tasas universitarias y judiciales, pues probablemente las llevaría en su programa, pero nosotros no debimos de entenderlo muy bien. Seguro.

         Una de las líneas fundamentales del programa de gobierno esbozado en el discurso de investidura era la lucha contra el desempleo, la reactivación económica y la creación de puestos de trabajo. No hay más que mirar las estadísticas que mes tras mes, trimestre tras trimestre, nos demuestran que al paro no hay quien lo pare y que lo del crecimiento nos lo dejan para dentro de un par de años, a ver si hay suerte y nos toca la muñeca.

         Nos decía en su discurso de investidura que: “no existe mejor instrumento para encauzar y coordinar la energía de la Nación que el diálogo. Un diálogo abierto a todos, dentro y fuera de esta Cámara”. Y a la vista está cómo el Presidente ha cumplido a rajatabla con esta tan esencial premisa democrática. Para nada ha utilizado su mayoría absoluta. Todos los decretos leyes los ha consensuado con la oposición, con las fuerzas sociales y con los ciudadanos y tras intensos debates parlamentarios han visto la luz a través del BOE. Ah, y para las tres o cuatro leyes que ha llevado al parlamento ha utilizado idéntica metodología.

          Si éste ha sido el diálogo dentro de la cámara, qué decir del mantenido con la ciudadanía fuera de ella. Aquí es donde más se ha notado el talante conciliador y dialogante del gobierno de este señor de palabra: adecuación del código penal para restringir los derechos ciudadanos, y mientras estas modificaciones llegan mandan como interlocutores a los antidisturbios que amablemente hacen desistir a los díscolos ciudadanos a base de garrotazo y tentetieso, que es la medicina que mejor saben administrar.

Sin ningún rubor ha cumplido con su palabra de mantener la pluralidad de los medios públicos de información y no ha dejado títere con cabeza, en la agencia estatal de información, o en la radio televisión pública. Las cosas tienen que ser así y así, y “el que no esté de acuerdo que reclame al maestro armero”, frase prototípica del viejo régimen a la que parece haberse abonado fervientemente el Sr, Rajoy.

Ante todo esto, lo que se deja en el tintero por no aburrir, y lo que nos quedará por ver, lo más preocupante de todo es la actitud, en general, de la ciudadanía que a pesar de las muchas manifestaciones numerosísimas, da la impresión de que resignada asume el discurso que les envían desde el poder respecto a los sacrificios, el sufrimiento, el dolor, que entre todos tenemos que compartir para al final conseguir la felicidad eterna que nos prometen para cuando llegue, que no sabemos muy bien cuando será. Mas no debemos creer que ellos lo hacen por maldad; no, ellos lo hacen por nuestro bien. No les gustaría hacerlo, pero lo tienen que hacer porque es la única manera de conseguir salir de este túnel en el que nos metió aquél de la herencia.

En todo este maremágnum de incumplimientos sólo veo un par de brotes verdes −permítaseme la expresión−, que son las decisiones del Tribunal Constitucional respecto a los acuerdos de los gobiernos vasco y andaluz, referidos a al atención sanitaria a los sin papeles y a las subastas de medicamentos, y la lucha incansable de la sanidad madrileña en contra del intento de privatización por parte del gobierno de la Comunidad de Madrid.

Sé que no son los mismos brotes verdes que desearían ver otros, pero estos a mí me dan un algo de esperanza.

 Teodoro R. Martín de Molina. 26 de diciembre de 2012

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