Tiempos modernos
No es a la película homónima de Chaplin, en la que hace una parodia de las condiciones que debía de soportar el obrero para no quedar fuera de esa imaginaria cadena de producción que es la vida misma después de la gran depresión, a lo que me quiero referir en estas líneas, sino a las nuevas formas que estos modernos tiempos en que nos ha tocado vivir –curiosamente, como en la película de Chaplin, sumidos en una situación económica de crisis mundial–, toman cuerpo en nuestra sociedad para con métodos distintos tratar de conseguir los mismos propósitos: alienar al ser humano. Hace poco más de una semana, Corea del Norte atacó una isla de su vecina del Sur, lo que puso en alerta a buena parte del mundo pensando en lo que una nueva guerra entre ambos países podía suponer para todo el orbe. Algunos incluso hablaban de la tercera guerra mundial. Pero es raro que eso suceda sin que en el ajo estén metidos los alemanes, que fueron los que provocaron las dos primeras. Es evidente que las posibles discrepancias que puedan surgir entre estos dos estados no pasarán de riñas fraternales que, como mucho, pueden dar lugar a la intervención de la OTAN que al parecer pronto se va a quedar sin trabajo, si no es que surge o se inventan algún otro conflicto nuevo con el que entretener a los militares de sus países miembros y seguir alimentando las cuentas de resultados de la industria armamentística que, por muy pacifistas que seamos, nunca deja de funcionar pues hay que hacer caja de la forma que sea, y más en los tiempos que corren. Hoy en día, los ejércitos parecen estar destinados a estos menesteres y a otros de servicio humanitario más que a provocar guerras mundiales o a dar golpes de estados. Para ello la sociedad moderna ha producido otro tipo de ejércitos que sin uniformes ni armas al uso, son capaces de provocar efectos tan nefastos o más que las referidas conflagraciones mundiales o las asonadas que daban al traste con los brotes de libertad de los ciudadanos de países en los que éste tan preciado bien siempre fue tan escaso como el bienestar. Así estamos viendo, desde hace ya unos meses, cómo lo que llaman “los mercados”, teledirigidos por los alemanes (ya están aquí), están provocando la ruina de países de sus propio entorno a los que dicen querer defender de su quiebra –primero les dan soga y luego los invitan a suicidarse con el cáñamo que le han dado–, actuando día tras día sobre sus economías de modo especulativo y provocando que lo que hoy vale tres, mañana valga dos, y como buenos usureros prestando a unos tipos que acabarán por hipotecar de por vida todo lo que produzcan, cada vez en condiciones más parecidas a las de los obreros de los Tiempos Modernos de Charlot. Los timoratos, cuando no acongojados, dirigentes de los países con economías amenazadas por el hermano alemán, irán poco a poco cediendo a todas las pretensiones de los que ostentan el poder económico y hoy se recortarán estos derechos y mañana serán aquellos y pasado mañana ya no quedarán derechos que recortar. ¿Qué es esto sino una tercera guerra mundial en la que los ejércitos de soldados alemanes han sido sustituidos por batallones de especuladores a su servicio, sabiamente dirigidos desde las sombras, que producen en el ciudadano de a pie los mismos efectos, o peores, que en las conocidas contiendas bélicas? En aquellas se usaban, mosquetones, cañones, carros, aviones y bombas atómicas y en las guerras actuales las armas son créditos, hipotecas, recortes y más recortes y como bomba final llega el “rescate” que hundirá en la miseria, no se sabe muy bien por cuánto tiempo, a la ciudadanía del país que tenga la fortuna de padecerla. El resultado final el mismo: impotencia, desesperación y miseria, que es lo que siempre conllevan las guerras. En paralelo a estos soldados de chaqueta y corbata, tenemos a las élites de los modernos ejércitos de estas modernas sociedades que no se conforman con gozar de los mayores privilegios que ni el más quimérico trabajador pudiese soñar. Estos grupos formados por un puñado de personajes insolidarios, engreídos, clasistas, millonarios y pretenciosos, se creen en el derecho de echar un pulso al estado dando un golpe de mano contra toda la sociedad representada por cientos de miles de ciudadanos que indefensos y atónitos asisten a sus reclamaciones sobre mejoras salariales o laborales al tiempo que ven como se les van al garete todas las ilusiones y los ahorros de muchos años que se han gastado para, por mor del capricho de unos señoritingos, no poder hacer uso del billete de avión que los llevará a reunirse con su familia, a pasar unos días de asueto donde tanto deseaban o, simplemente y no es lo de menor importancia, a cumplir con unas obligaciones laborales o profesionales. Después, algunos se rasgan las vestiduras cuando los camioneros, los taxistas o las empleadas del hogar ralentizan el tráfico de una de las calles de nuestra ciudad para pedir un sueldo mensual que se aproxime en algo a lo que los controladores aéreos cobran por una hora de trabajo. Bien estaría que el gobierno no titubease en esta ocasión y pusiese en su sitio a estos golpistas modernos que con su actuación del pasado fin de semana han manifestado hacia todos sus conciudadanos el mayor desprecio del que el ser humano puede hacer gala. Conciudadanos que para ellos, vistos desde sus alturas, deben de significar muy poquita cosa. Forman parte, como casi siempre, de una elite, un grupo de privilegiados que ha intentado tomar a todo un país como rehenes suyos y lo que, desde mi punto de vista es más grave aun, nos toman a todos por imbéciles. ¡Qué listos son los de siempre!
Teodoro R. Martín de Molina. 7 de diciembre de 2010.
|