Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

TESTAMENTO VITAL O MORIR EN PAZ.

 Los que deseamos no prolongar nuestra vida más allá de lo que el cuerpo resista, le tenemos dicho a nuestros familiares que cuando sea llegado el momento de encontrarnos con la dama, que no se preocupen en tratar de prolongar lo que ya no tiene remedio, que hagan cómo si se tratase de un donante de órganos que en cuanto el equipo médico que los atiende dice: “esto no da más de sí”, rápidamente lo desconectan de todos los aparatos y aprovechan todos sus órganos aprovechables para que den vida a otros que con ellos sí pueden permanecer durante más tiempo en este “valle de lágrimas”, al que tanto nos aferramos.

Durante estos últimos días, quizás semanas, han sido varios los episodios que me conducen a escribir unas cuantas líneas respecto a lo que se ha dado en llamar “testamento vital” y que de siempre fue conocido como “morir en paz”.

La agonía de Terry  Schiavo en los Estados Unidos, el caso de los cuidados paliativos o sedación en el servicio de urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés y la muerte de Juan Pablo II en el Vaticano.

La agonía de la joven americana no duró las dos semanas escasas que hemos podido ver a través de los medios de comunicación, sino los largos quince años en los que la mujer ha estado en estado vegetativo y en el que podía haber continuado por otros tantos o muchos más si, además del equipo médico que la atendía, un juez de la Florida no hubiese autorizado la desconexión de los cables que la mantenían unida a la ¿vida?. En este caso no deja de ser paradójica la actitud mostrada por todos aquellos defensores de la vida a los que nunca les tembló el pulso en el momento de firmar el casi centenar de penas de muerte mientras fueron gobernadores de Texas, o la orden de invadir países como presidentes del imperio que hacen y deshacen a su antojo con las vidas de aquellos que, por unos u otros motivos, no cuadran con sus ideas. ¡Qué sarcasmo más grande! Interrumpir las vacaciones para hacer un gesto que pueden aportarle unos cuantos puntos más en el baremo de popularidad del mes de la semana de pasión.

La rapidez de actuación de la presidenta Esperanza Aguirre y su consejero de sanidad en el caso del hospital de Leganés parece que oculta intenciones mucho más inconfesables que la de velar por los enfermos del servicio de urgencias de dicho hospital: por lo que se escucha y se lee, se deja de escuchar y se deja de escribir, según venga de los menos favorables o de los más favorables a la señora presidenta, dan mucho que pensar las intenciones con las que se presentaban en un primer momento la destitución del responsable del servicio de urgencias del Severo Ochoa. Detrás de todo este tejemaneje, como de la mayor parte de los que urde la política de la derecha, al parecer, sólo están los intereses por privatizar el servicio cuasi inexistente de cuidados paliativos de enfermos terminales de la comunidad de Madrid, de modo que, como siempre, desprestigiando lo público, hacemos grande lo privado, que es lo rentable y lo que deja dinero a los de siempre.

Y para terminar la muerte de Juan Pablo II. Este hombre que tanto ha luchado por la vida, propia y ajena, ha tenido la oportunidad de escoger “morir en paz”. Mientras hubo posibilidad de que se le hiciera esto y lo otro para mantenerlo con vida (últimamente un tanto precaria, no cabe duda) optó porque así se hiciera y soportó operaciones, hospitalizaciones y todo aquello que hacía que él se sintiese, hasta cierto punto, dominador de su existencia; mas como a todo el mundo, le llegó el momento en el que para nada uno puede decidir sobre su futuro vital, éste está, como siempre, en manos del Creador. Entonces fue cuando nos dio ejemplo, incluso a aquellos que tanto denostan a los que quieren lo que Juan Pablo II ha querido para él: no más hospitalizaciones, no más intervenciones, no más tubos ni artilugios, esperar a verla venir de frente como los valientes o un tanto relajado como deseamos la mayoría de los cobardes.

Si me llegase a encontrar, Dios no lo quiera, ni lo permita el Señor, en una situación como la de Terry Schiavo, los enfermos terminales de paliativos, o Juan Pablo II (perdonen la comparación), me gustaría que si no estoy en mis cabales que mis familiares se dejen guiar por el consejo del equipo médico y no tengan que recurrir al juez, ni a las autoridades, ni a nadie que esté fuera de los que de verdad entienden de la  salud y de su ausencia, de lo que conviene y no al enfermo en esas circunstancia y que me dejen morir en paz sin alargar innecesariamente mi agonía y el sufrimiento de aquellos que no desearán verme sufrir. Que mientras existan posibilidades reales y factibles que se haga lo que se pueda pero en caso contrario que me dejen ir al encuentro del Origen, en paz y dejando en paz a los que queden.

Teodoro R. Martín de Molina. Abril-2005.