Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

EL PRIMERO SOBERBIA.


Existen pecados capitales que, si el cuerpo y nuestras posibilidades nos lo permitieran, hasta son deseables para la mayoría de los mortales pecadores: la lujuria, la gula; otros no lo son tanto: la pereza, la ira, la avaricia; otro no es nada deseable: la envidia; y, por último, está el primero, y por algo lo pusieron en primer lugar, que es el más aborrecible de todos: la soberbia. Todos ellos tiene alguna vertiente que puede ser considerada positiva (sana envidia, pereza para hacer el mal, ira divina...), todos menos la soberbia.
Cuatro legislaturas, tres con mayoría absoluta y una con simple, fueron necesarias para que Felipe González, el PSOE, fuese desplazado del poder. Con la mitad de aquellas, una con mayoría simple y otra con absoluta, el pueblo ha visto en el PP, en José María Aznar, lo mismo que vio en los socialistas: la prepotencia, el engolamiento, la suficiencia, la vanagloria, en definitiva, la soberbia.
El pecado capital de muchos de nuestros políticos no es otro que el pensar que están en posesión de la verdad absoluta, sin ningún resquicio a la duda, además de no saber reconocer que, como todo humano, pueden cometer errores y equivocarse y, por tanto, estarían obligados a confesarlo, pedir perdón y rectificar. No sé por qué cuesta tanto esto último, ¡con la cantidad de veces que todos nos equivocamos al cabo del día!
Felipe parecía no enterarse, o no quererse enterar, de lo que se tramaba a su alrededor (GAL, FILESA, y otros enjuagues) y, creo, que aun hoy no es capaz de reconocer aquellos errores que fueron los que en definitiva, perfectamente orquestados, lo echaron del poder. Aznar, con su megalomanía congénita, no es que no se enterase de nada sino que ha sido el mentor y el acicate de todo el corifeo que lo ha rodeado. Se ha dejado adular hasta la saciedad y se creyó (pensaría que todo el pueblo era de la misma opinión que aquellos que le daban coba, que sus incondicionales) que todo lo bueno que sucedía era debido a su halo, mientras que lo malo, y lo menos malo, provenía del adversario político, para él “el enemigo”.
Tras una primera legislatura en la que hubo de pactar con casi todos, haciendo de tripas corazón como después se demostraría, y tuvo que aprender a hablar en catalán y a chapurrear en euskera, vino la segunda con mayoría absoluta en la que su vena autoritaria, su carácter inflexible, sus orígenes y su soberbia le salieron en todo su esplendor.
Con 183 diputados, el señor Aznar, se creyó el rey del universo y fue ninguneando a todos: desde sus propios compañeros de partido (aquellos que él pensaba le harían sombra) hasta los socialistas, pasando por nacionalistas de cualquier cuño y las minorías parlamentarias y sociales. Él solito se bastaba y sobraba para capitanear todos los barcos de la regata, hecho que, ineludiblemente, le llevaron a la meta del 14 de marzo.
  Se apoderó de todo lo que sonaba bien: creación de empleo, recuperación económic
a, déficit cero, lucha antiterrorista... Pensó que era alguien importante, igualable a sus amigos Blair&Bush y con ellos se embarcó en la lucha contra el terrorismo internacional (también conocida como guerra de Irak). Por apoyar a estos trató de dividir a los europeos y se alejó de nuestros más tradicionales aliados de la Unión (pensaría que de repente, y gracias a él, E spaña había alcanzado un status equiparable al Reino Unido, Francia o Alemania). Debió creer que él mismo era uno de esos líderes mundiales que pueden decidir sobre la vida y hacienda del resto de los mortales: en pocas palabras, el señor Aznar levitaba.
Justificaba los errores gubernamentales como accidentes normales, hechos desgraciados que, desgraciadamente, suceden de vez en cuando. Mentía, rementía y ordenaba mentir a los suyos sin que el más mínimo rubor se apreciara en sus mejillas. Casó a su hija como si de princesa se tratase (megalomanía ad líbitum). Hablaba en cualquier foro cómo si él fuese el eje sobre el que giraba todo lo bueno que se hacía en este país. Designó a su sucesor sin contar más que consigo mismo. Aprovechó sus ocho años en la Moncloa para escribir tres libros: el suyo, el de su mujer y el de Pedro J., algo así como los de Clinton, Hillary y la Lewinsky, cada uno en su papel.
Y, finalmente, la baza que siempre utilizó en beneficio propio y de su partido se volvió contra su partido y contra él: el terrorismo.
Desde antes de llegar al poder hizo uso partidista de este asunto, jamás hizo lo que predicaba y exigía a los demás. Siempre que podía se manifestaba en contra de la política antiterrorista de los gobiernos socialistas, los elementos de la ultraderecha lo representaban perfectamente en  cada uno de los funerales por las víctimas. Llegado al poder desaprovechó la tregua de ETA. Utilizó obscenamente el asesinato de Miguel Ángel Blanco y, con posterioridad, de todas y cada una de las víctimas de la barbarie. Jamás reconoció el apoyo incondicional prestado por el PSOE en éste y otros asuntos de estado. Y, en un alarde extremo de engreimiento, suficiencia y soberbia, echó en tres días por tierra el éxito más importante de las dos legislaturas en las que gobernó: la lucha antiterrorista.
Es justo reconocer que la persecución policial y judicial a la que se han visto sometidos todos los proetarras, llámese Batasuna, Eguin, la Kaleborroka o la propia ETA, ha dado como fruto la situación actual de la banda, larvada y que en cualquier momento puede despertar, pero es evidente que se encuentra en un estado más que precario de infraestructuras, medios y capacidad operativa. Pues bien, entre el 11 y el 14 de marzo su soberbia le hizo pensar que todo el país iba a creer sus mentiras. Volvía a intentar utilizar el dolor de todos para su beneficio electoral. Mintió y ordenó mentir. Manipuló y ordenó manipular. Era evidente que dependiendo de la autoría de la masacre el PP saldría beneficiado electoralmente (ETA) o perjudicado (Terrorismo Islamista), y optó por la peor solución para su partido: la manipulación informativa y el engaño.
Ya llovía sobre mojado: huelga general, Prestige, justificación de la guerra, los muertos del Yakolev... Pensó que el aval incuestionable de la lucha antiterrorista sería suficiente para que el pueblo creyera lo que desde el poder decían, creyó que no se podía equivocar en su estrategia, que el nombre de ETA le serviría para renovar su mayoría, que todos los demás íbamos con el paso cambiado, que sólo él estaba en lo cierto, que nadie iba a cuestionar sus planteamientos y que si alguien lo hacía no podría influir en el resto de los ciudadanos. Y la soberbia lo perdió: el mayor éxito de sus ocho años de gobierno se volvió contra su partido por el uso torticero que por enésima vez intentaron hacer del mismo.
Ahora han solicitado una comisión de investigación con el único propósito de, una vez más, culpar a los demás de sus propios vicios y errores. Por lo que se lleva oído y lo que presumiblemente se oirá, también la comisión se volverá contra él y el coro de voces negras y medias lenguas que le acompañan. Mientras tanto sigue promocionando su libro(?) Por Latinoamérica y, de cuando en vez, habla de papeles y repite y se repite sobre los, para él, motivos de la victoria socialista; porque ¿nos hemos fijado que jamás habla de su derrota? Reconocer su propia derrota sería un acto de humildad impropio de quien ha alcanzado cotas tan altas.

Teodoro R. Martín de  Molina. Julio, 2004.