Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Religión y folclore

 

Ahora que tenemos un Papa que, al parecer, quiere aproximarse al origen del cristianismo, a su esencia, al mandamiento único, en esta nuestra España y, particularmente, en nuestra Andalucía, seguimos con los tics folclóricos que siempre ensombrecieron el verdadero mensaje de Cristo.

Recién acabada la Semana Santa, el único balance positivo que saco de la misma –me perdonen los que son más creyentes y practicantes que yo- es que el paro en España ha bajado en unas 5000 personas, aproximadamente. Como veis un aspecto economicista más que, como tantos otros, nos tienen comido el tarro desde hace tanto y tanto tiempo.

Y digo lo anterior, porque si me paro a pensar en el sentido religioso que se le atribuye a la celebración de las conmemoraciones externas de los últimos días de Cristo en la tierra, llego a la misma conclusión de la que ya hace mucho tiempo es difícil que alguien me apee: esto de la Semana Santa se ha convertido en un paripé que poco o nada tiene que ver con la religión, a pesar del apoyo de muchos de los jerarcas católicos.

Uno, que es medianamente creyente y en algo practicante, no llega a concebir cómo todo el espíritu religioso de estas celebraciones ha derivado en un mero interés turístico, económico, propagandístico y demás ”icos” que cualquiera quiera añadir. Por ejemplo, cuando te asomas a la televisión andaluza y te das cuenta de que sólo te enchufan procesiones y más procesiones, películas y más películas relacionadas con el tema, ves que ello no es sino que una forma de llenar de contenido la parrilla televisiva a bajo coste, y poco más.

Es probable que yo, en mis cortas luces, no llegue a alcanzar el espíritu cristiano y devoto que derrochan tanto cofrade y hermano como se ven en estos días por nuestras calles ataviados para la ocasión: los hombres con trajes oscuros y las mujeres con sus peinas y peinetas igualmente enlutadas, y todos con sus insignias colgadas al cuello. No soy capaz de meterme debajo de la capucha o el capirote del nazareno o el penitente y sentir con él o ella esa fe de unos días que una vez pasado el evento se aparca hasta el próximo año. De verdad, y perdónenme los que lo ven de otra manera, no entiendo la fe de una semana y enfocada sólo hacia una imagen. A veces me da la sensación de que se encuentran más próximos al fetichismo o a la iconoclasia, que a una verdadera fe en el auténtico símbolo de todas estas celebraciones: el crucificado.

En definitiva, en mi opinión, probablemente equivocada como en tantas cosas, todo es un puro folclore que no va más allá de un aparentar y un derrochar mientras damos de lado a lo que en verdad es la esencia fundamental del cristianismo que a mi modesto entender no es nada más simple y más complicado, al mismo tiempo, que el mandamiento único al que me refería al principio. Pues de todo ves en las procesiones, pasos y representaciones de los pasados días, menos eso que nos dejó aquél al que nos empeñamos en sacar por las calles con mil formas diferentes con propósitos a veces bastante alejados de lo que a Él le gustaría.

Ahora, ya metidos en la primavera, comenzará otra vertiente del entusiasmo religioso representado por el rosario de romerías en las que de nuevo el fervor popular se desbocará tratando de alcanzar el más alto grado de belleza y notoriedad que pueda redundar en la mayor gloria de los romeros y sus hermandades.

Seguro que en la del Rocío nos encontraremos con nuestra ministra de trabajo vestida de romera con la pertinente rogatoria para que esto del paro comience a mejorar de alguna manera. No sé por qué, pero esta mezcolanza de cosas, no me llegan a convencer a mí mucho que digamos.

Tal vez es que soy un tipo raro.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 3 de abril de 2013.

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