Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Poderosos

 

Cada mañana me suelo desayunar con las viñetas de EL País. A modo de concisos editoriales, me dan una información en clave de lo que ocurre en nuestro mundo. Me llama poderosamente la atención la forma en la que suelen representar a los poderosos, a los que, sin tenerles que añadir apellidos ni nombres, fácilmente podemos distinguir por sus actitudes ante las diversas situaciones en las que se ven inmersos los más débiles, los que no tienen poder y por tanto están bajo el dominio de aquéllos. Son poderosos prototípicos. En ellos podemos ver a los que ejercen el poder económico, el político, el mediático, el militar…

         La verdad es que la forma en la que nos los presentan no habla muy bien de ellos ni de sus comportamientos, y con razón, pienso yo. Tampoco creo que estos humoristas gráficos –editorialistas gráficos, diría-, personas con una sabiduría e ingenio excepcionales y una capacidad de síntesis extraordinaria, se alejen mucho de la realidad. Una realidad que hasta los más torpes ciudadanos de a pie podemos apreciar a pesar de nuestras cortas luces y de que no seamos capaces de exponerla como lo hacen ellos.

         El poderoso, el fuerte, por regla general, suele ejercer poco la misericordia con el débil; bien al contrario, utiliza su poder de forma prepotente y despótica para mancillar los derechos de los más desfavorecidos.

Si nos fijamos en los últimos acontecimientos del este de Europa, podemos comprobar cómo la todopoderosa madre Rusia no deja que sus antiguos satélites dejen de serlo y basándose en su poderío económico y militar trata de imponer, sí o sí, sus tesis a los ucranianos -como antes lo hiciera con los georgianos o los chechenos-, sin que los poderosos de occidente sean capaces de hacerle frente, probablemente por unas más que poderosas razones estratégicas y económicas que les obligan a amagar pero sin llegar a dar.

Lo hemos vivido hace unos días en la frontera sur de la todopoderosa Europa, donde los subsaharianos son recibidos con pelotas de goma y botes de humo para que se vayan orientando por dónde deben de volver o para que terminen ahogándose. Y a los que llegan a la tierra prometida, rápidamente los enlazan de las manos para enseñarles el camino de vuelta al desierto, al infierno, al lugar del que nunca tenían que haber salido. Otros, aquellos que han sido capaces de salvar todos los obstáculos y todos los muros de la vergüenza, dejándose la piel, y mucho más, en el intento, los vemos medio lisiados dando saltos y gritos de alegría por haber alcanzado el sueño, que pronto los poderosos se encargarán de convertirlo en pesadilla, a poco que los dejen.

También hace poco hemos podido comprobar como una todopoderosa multinacional, a pesar de sus ganancias, decide cerrar cuatro plantas en nuestro país, y no hay quien le pueda decir nada. El pato lo pagarán los trabajadores que tendrán que acogerse, los más afortunados, a bajas incentivadas o traslados forzosos, y los que tengan menos suerte a pasar a engrosar las listas del paro. Donde se dice esta empresa, puede ponerse cualquier otra multinacional o compañía de más o menos relevancia que decida la deslocalización en busca de mano de obra aún más barata que la española o mayores beneficios: no tienen bastante con ganar mucho, necesitan ganar muchísimo.

Son igualmente los poderosos de las finanzas los que se ríen a mandíbula batiente de todos aquellos ingenuos que caen en sus redes de estafa y engaño. Solamente persiguen el lucro personal como se demuestra en los exorbitados salarios y pensiones que se conceden a sí mismos y en el trato que dan a los clientes que tienen la desgracia de no tener el riñón suficientemente cubierto. Poco les importan las dificultades que pueda estar atravesando el cliente, son impasibles al sufrimiento de los que no pueden y les da igual quitarles la vivienda, que quedarse con sus ahorros de toda una vida. Ellos seguirán viviendo como reyes o, cuando mucho, de juzgado en juzgado sorteando a una justicia hecha a su medida y riéndose de todos aquellos que se atrevan a enfrentárseles, sean ahorradores de a pie o hasta los mismos jueces.

Las poderosas mayorías que pasan por encima de las minorías, qué digo por encima de las minorías, del resto de la ciudadanía que no piensen como ellos. Ley tras ley y propuesta tras propuesta sólo persiguen instaurar el monopolio de una ideología sobre la del resto en todas las facetas de la vida: educación, sanidad, justicia, igualdad, derechos fundamentales, libertades... Todos andamos equivocados en todo, sólo la poderosa mayoría es poseedora de la razón, y no de cualquier razón: de la razón absoluta, como esa misma mayoría. Día a día van cercenando los cimientos de esta sociedad que queríamos fuese más igualitaria y que a lo largo de los últimos treinta y tantos años fuimos construyendo entre todos. Hoy es más desigual que ayer pero menos que mañana.

Por estos derroteros, no sé bien adónde llegaremos. Me pierdo,

 Teodoro R. Martín de Molina. 4 de marzo de 2014.

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