Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"PITANGO"
   
          Creo que  es "Soulerías" el título que ha dado a su trabajo discográfico un tal Pitingo que como cantante se tiene y así lo corrobora el marketing que alrededor del mencionado jovencito se desarrolla y lanza sus mensajes a través de radios y televisiones para que los amantes del bodrio musical caigan en la tentación de adquirir tan poco recomendable producto.
    Al oírlo por poco no me da un “pitango”, que decíamos en mi pueblo cuando nos daba un soponcio o nos poníamos muy malitos.
    El título, Soulerías, ya nos da una idea del intento de mezcla de dos mundos completamente distintos que algunos se empeñan en presentarnos como emparentados por no se sabe bien que coincidencias genéticas o étnicas.
    Oír al Príncipe Gitano interpretar el famosísimo “In the ghetto” de Elvis Presley no resulta más deprimente, ni produce menor bochorno, que oír a Pitingo destrozar, a pesar del meritorio trabajo del coro de gospel que le acompaña, el “Killing me softly...” de Roberta Flack; y éste es el single de promoción del CD, qué decir cuando se oye el resto de las canciones…
    Cuando uno era joven –hace ya no se sabe cuánto tiempo– solía escuchar con atención y reproducir en un más que macarrónico inglés las canciones de Ottis Reding, Wilson Pickett o Aretha Franklin, aquellos que nos decían eran  los reyes del Soul Music americano y mundial. Los que no sabemos mucho de música (casi nada) nos dejamos guiar por nuestros elementales conocimientos adquiridos a base de escuchar y escuchar algún tipo de música, así que cuando nos encontramos con un título en el que aparece la palabra “soul” esperamos que suene algo que se asimile a aquello que conocimos como tal, pero… qué equivocados estamos, pues cuando he tratado de escuchar algunas de las canciones del mencionado ¿trabajo musical?, por mucho que lo intente, no encuentro ningún parecido con aquello que como música del alma había escuchado en los viejos pick ups de la época en aquellos primeros LPs de 12 canciones que mi amigo Pelu me prestaba para que me impregnase del sentimiento que los cantantes negros americanos ponían en sus distintas interpretaciones.
    Todo lo anterior no me haría reflexionar si no lo comparase con el trabajo de tantos y tantos artistas anónimos que dedican día a día buena parte de su tiempo de asueto en tratar de crear música original con letras propias llenas de poesía y mensaje y a los que nadie hace caso porque seguro que son “moros” –quiero decir están sin bautizar artísticamente–, porque en este nuestro país, como de toda la vida, el que tiene padrino se bautiza y el que no se queda moro. Buenos padrinos, sin duda, debe de haber tenido el tal Pitingo para poder lanzar al mercado semejante "trabajo" que ha contado con el apoyo de no pocos medios de comunicación que, probablemente, convenientemente untados se prestan al juego del capital, del marketing y de hacer tragar con lo que sea al público que se deja llevar por lo que machaconamente se le presenta a través de las ondas, la propaganda y todo lo insustancial que suele acompañar a tales promociones de personajes nacidos al amor de alguna moda o interés.
    Seguro que me equivoco en lo que estoy reflejando en estas líneas y dentro de poco Pitingo llega a ser número uno en las listas de los más vendidos y escuchados en medio mundo. Qué le voy a hacer, no sé ni para qué escribo de estos asuntos de los que ni entiendo ni me preocupan en lo más absoluto, sólo debe de ser por dejar explícito mi enfado porque tales elementos perniciosos para la salud artística de un país tengan cabida en el panorama musical, mientras que otros con mayores méritos, a mi entender, continúan pasando desapercibidos para los que dominan el mercado de las canciones. 
    Y así como pasa en la música, sucede en la literatura, en la pintura, y en todo lo que tenga relación con el arte. No serán pocos los trabajos insustanciales de presunta creación literaria que ocupen lugar en los anaqueles de librerías y bibliotecas, o sesteen amontonados en los sótanos de las instituciones que los promocionaron, mientras otros más meritorios siguen durmiendo el sueño de los justos cerca de sus autores. Tampoco dejarán de abundar las mediocres pinturas de “artistas” con mecenazgo colgadas en salones y estancias, mientras tablas y lienzos de mayor mérito conviven con sus autores en unión imposible de desligar.
    En el arte, como en otros órdenes de la vida, nos venden lo que quieren y nosotros, cual mansos borreguitos, seguimos el señuelo que nos muestran los que “saben” de qué va el tema.

 Teodoro R. Martín de Molina. Septiembre de 2008
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