Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

Personas, ideas e intereses

 

A raíz del anuncio por parte del Presidente Zapatero de no presentarse a la reelección en las próximas elecciones, algo que, por otro lado, ya era un secreto a voces en toda la prensa, sobre todo en la más interesada en que del modo que sea los socialistas no vuelvan a ganar, han proliferado los comentarios acerca de quién o quiénes pueden ser los sustitutos de Zapatero al frente de la candidatura socialista.

            Unos se esfuerzan por abogar por aquel o aquella que menos opciones tenga de frenar el, al parecer, inevitable acceso del PP a la Moncloa. Otros hacen sus análisis con la mejor voluntad tratando de conseguir que el próximo candidato, o candidata, del PSOE sea el, o la, que en verdad pueda enfrentarse a las huestes populares con ciertas garantías de éxito o de, al menos, no sufrir una derrota tan espectacular como la que vaticinan las encuestas y tanto desean todos los que jamás le perdonaron a Zapatero que ganase las elecciones generales en dos procesos consecutivos.

            El evidente personalismo que se da en la política española, sería merecedor de un estudio sociológico en profundidad, mucho más allá de los cuatro párrafos que cualquiera, yo mismo incluido, sobre todo, pueda verter al respecto.

            En un país en el que la mayoría de los votantes son, somos, de piñón fijo, pienso yo que poco importa cuál sea el candidato que encabece la lista por Madrid, entre otras cosas porque nuestro sistema electoral tampoco permite votar a un candidato sino al partido de cuya lista forma parte. Si pudiéramos elegir al presidente del gobierno directamente todos los ciudadanos, sería entendible todo el guirigay que se traen unos y otros tratando de proponer a tal o cual o de evitar que tal o cual sea el que encabece la lista madrileña, pero tal y como es nuestro modo de elección poco sentido le veo yo a tanto debate.

            Al tratarse de un partido de izquierdas, tiene cierta explicación que existan esas preferencias o antipatías hacia los posibles candidatos a suceder al actual Presidente del Gobierno, pues sus votantes aún se manifiestan críticos, aunque tampoco hay que exagerar, ante los comportamientos políticos de sus dirigentes y son capaces de infligirles un serio castigo en las urnas con el trasvase de su voto más a la izquierda, o bien al saco inútil, desde mi punto de vista, del voto en blanco o, aún peor, de la abstención. Si el caso hiciera referencia a un partido de la derecha, bueno, en nuestro caso al partido de la derecha pues no hay otro, la escasa explicación estaría completamente fuera de lugar, pues sus seguidores suelen tener la costumbre de esperar a que el mandamás de turno elija al que debe de encabezar la lista y a ellos les da igual éste que aquel, porque jamás serán traidores a la causa y apoyarán con su voto al candidato o candidata independientemente de sus valores, principios, acciones, omisiones, o ideas, si es que las tuvieren –verbigracia, véase el caso de las listas valencianas.

            Visto el sistema electoral actual –no perdemos la esperanza de que alguna vez cambie–, es evidente que el debate no debería centrarse en las personas sino en las ideas que los partidos que los apoyan tienen y que en el ejercicio legítimo del poder tratan de poner en práctica para el gobierno de todos los ciudadanos del país. Los candidatos pueden tener una determinada personalidad más o menos propensa a actuar de una manera u otra, pero lo que en definitiva deben de ser son ejemplares ejecutores de las ideas, de los ideales, del partido en el que militan y que les presta sus siglas y a través de ellas los votos de millones de ciudadanos que esperan que, independientemente de quien ostente la jefatura del ejecutivo, las ideas plasmadas en el ideario político del partido y en el programa electoral del mismo se lleven a cabo dentro de lo que se pueda considerar razonable y atendiendo a las circunstancias del momento.

            Lo que ocurre en la mayoría de las ocasiones es que esas ideas, que son a las que debemos prestar nuestro voto, no se manifiestan, ni mucho menos se explican convenientemente, bien porque no interesa o simplemente porque se carecen de ellas, así unos y otros nos entretienen con discusiones acerca de los perfiles de los candidatos, cuando no con insidias y descalificaciones de los contrarios y aquí seguimos los votantes de a pie votando a tal o cual porque nos fiamos de lo que nuestro instinto nos dice que por tradición suelen hacer unos y otros, mas no porque estemos convencidos al cien por cien de que en caso de victoria nuestros elegidos llevarán a efecto las políticas más acordes con las ideas que en nuestro fuero interno defendemos y que asociamos con las de las siglas de un partido a cuyos candidatos les damos el voto.

            Mas si todo lo anterior es merecedor, como decía al principio, de un análisis más concienzudo, hay un aspecto que de verdad más que invitarme al análisis me lleva a la preocupación: la existencia en la política de personas que más que ideas o ideales lo que tienen son intereses y eso es lo que en el fondo defienden con tanta vehemencia. A estos, los electores deberíamos saberlos distinguir perfectamente para jamás darles nuestro apoyo por mucho que se vinculen a unas siglas. Y, por desgracia, son los intereses personales o de grupo los que en gran medida mueven a muchos en este mundo de la política, a los de toda la vida y a los advenedizos, que de todos hay por la geografía nacional.

            Estemos atentos y no nos dejemos confundir.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 10 de abril de 2011

 
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