ME HE QUEDADO SIN PATRÓN
En uno de mis primeros escarceos
con esto de la opinión, di en hablar en tono un tanto irónico
sobre la proliferación de los “Días de…”. Hoy, pasados casi
cinco años de aquellos entonces voy a referirme a un día de...
reciente creación en Granada, la provincia en la que vivo y trabajo.
Calendario Escolar Las Delegaciones provinciales de Educación en Andalucía tienen cierta libertad a la hora de establecer el calendario escolar en su territorio y hasta ahora, al contrario que en otras provincias andaluzas, se había mantenido dentro de la educación obligatoria no universitaria el “Día del Maestro”, San José de Calasanz, (28 de noviembre o lunes más próximo) y el “Día del Estudiante”, Santo Tomás de Aquino (30 de enero, o lunes más próximo). En cada una de estas celebraciones los alumnos de primaria a cargo de maestros y estos mismos disfrutaban de un día de asueto, relax y en ocasiones sana camaradería; de igual modo hacían lo propio los alumnos de instituto y sus profesores, por un lado, y los universitarios en general, por otro. Los universitarios cada vez celebraban menos el día de toda la grey y se dedican a celebrar el día del patrón de su facultad, el Lucas, el Alberto, el Raimundo…, como se les conocen ya en los ambientes universitarios a la hora de interrumpir las clases en otras facultades o de invitar al consabido botellón. De joven, cuando estudiaba libre el bachiller y la carrera en mi pueblo, tenía la fortuna de abarcar ambas celebraciones, pues como recibía clases de un maestro, tenía derecho al día del maestro y como era estudiante tenía derecho a disfrutar del día de Santo Tomás. Con posterioridad he seguido disfrutando de ambas efemérides, pues como soy maestro, me solía reunir con mis antiguos compañeros en la festividad de San José de Calasanz, y como doy clases en un instituto, el día del estudiante no tenía que asistir a clases. Nuevos tiempos, modas nuevas Pero este año…, este año, la Delegación de Granda me ha chafado mis costumbres ancestrales (por la edad que voy alcanzado casi puedo hablar en estos términos) y ha unificado ambas celebraciones o conmemoraciones en una sola bajo el epígrafe de “El Día del Docente”. Con ello han acabado de un plumazo con las connotaciones que las celebraciones comportaban a los alumnos más jóvenes que, si querían, podían sentirse protegidos y ayudados por el santo bajo cuya advocación estaban sus patrocinados: los estudiantes y maestros. Serán cosas de los tiempos nuevos, de la secularización, de la economía, del nadar a favor de las corrientes, de las modernidades, o de vaya usted a saber. Bueno, pero como lo que interesa ahora es el hecho de no asistir un día a clase, poco o nada debe preocupar a los alumnos de primaria, de secundaria o de la universidad el motivo por el que un 29 de enero no tuvieron que levantarse a la hora acostumbrada para asistir a su centro. A uno, al que ya le da casi igual repetir todos los días la operación de encaminarse al trabajo, le han roto un poco sus esquemas de antiguo estudiante, y maestro de tantos años. En este “Día del Docente” no he podido encomendarme a nadie, ni me he sentido identificado con nada, quizá sea que los años no pasan en balde y que cuesta Dios y ayuda acostumbrarse a las nuevas modas. Aunque queda la posibilidad de que, tal vez, ésta sea sólo una de las tantas modas pasajeras que se suelen inventar los políticos y en un futuro, no muy lejano, se arrepentirán de lo hecho con lo que volveremos a disfrutar del día de nuestros viejos patrones, a los que este año hemos echado de menos. Teodoro R. Martín de Molina.
Febrero, 2007
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