Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Patriotas

 

Como la mayoría de las cosas de la vida, estos patriotas, a los que voy a dedicar unos párrafos en este escrito, no han surgido de hoy para mañana, sino que son producto de una cultura de siglos y siglos, aquí y más allá de las fronteras. Y todo comienza cuando el vil metal sustituye al Dios de los creyentes y a la Patria de los patriotas.

         Aquello ya comenzó en el Antiguo Testamento cuando los israelitas dieron en adorar al becerro de oro en vez de a Jahvé; esto, lo de los patriotas, es más moderno pero también nos podemos remontar a tiempos inmemoriales −“Roma no paga a traidores”−, para buscar personajes que antepusieron el dinero a cualquier otro sentimiento, fuere patriótico o de cualquier otro signo.

         En estos días estamos teniendo ejemplos abundantes de cómo los patriotas prefieren expatriarse y conseguir nacionalidad nueva con el fin de huir del fisco de la que hasta entonces había sido su madre patria, que más que madre parece madrastra por el mal trato que les da.

En Francia tenemos al magnate Bernad Arnault, el hombre más rico de Francia,  y al actor Gerard Depardieur que han cogido sus bártulos −léase fortunas− y han solicitado la nacionalidad belga, en donde parece que las leyes impositivas les son más favorables. Depardieur, incluso, ha aceptado el pasaporte ruso del patriota Putin con lo que el fornido actor ha conseguido convertirse de la noche a la mañana en un gran hijo de Putín, por su corpulencia y por el padre adoptivo que lo acoge.

         Aquí en nuestro país tenemos también el paradigma del arquitecto Calatrava que, después de esquilmar a la mayoría de las autonomías españolas con esos proyectos suyos que nunca se ajustaban al presupuesto previsto, se ha decidido a trasladar la sede fiscal de su empresa de expolio arquitectónico a Suiza donde al parecer los vientos fiscales les son mucho más propicios. Éste parece no conformarse con nada, engañó  a propios y extraños y ahora, va y se extraña.

         Son estos algunos casos de los más destacados en la actualidad pero, ciñéndonos a los nuestros, pocos serán los que se puedan creer que la fijación de la residencia en Mónaco, Andorra o Suiza, u otros paraísos fiscales, de tantos y tantos deportistas españoles de todos los tiempos, de esos mismos que se envuelven en la bandera de España y cantan lo de: “Yo soy español, español, español…”, no perseguía el mismo fin que Arnault, Depardieur o Calatrava.

         Y si nos fijamos en las empresas y empresarios del más alto standing, tres cuartos de lo mismo. He leído en algún sitio que 28 de las 35 empresas que cotizan en el IBEX, no declaran la mayor parte de sus impuestos en España sino en paraísos fiscales. ¡Viva España y la marca España!

Y si bajamos al terreno de lo cotidiano, al de los profesionales de poca monta o al de los más encopetados pertenecientes al grupo de las llamadas profesiones liberales, ¿qué me dicen del espíritu patriótico que les envuelve en cuanto les llega la hora de declarar sus ingresos? No me negarán que su intento por ocultar las ganancias reales, con el fin de pagar lo menos posible de impuestos, es de lo más patriótico que se puede despachar en esta tienda del engaño que es nuestra querida patria.

No hablemos de las más altas instituciones del estado y de sus aledaños, ni de los partidos políticos y sus singulares formas de financiación. ¿Hay algo más patriótico que usar y abusar de lo público en beneficio propio? Ya se pregonaba en el dicho popular: “lo que es de España es de los españoles”, así que: “maricón el último”.

Si estos comportamientos siempre son detestables, en tiempos de crisis es algo que clama al cielo.

        

Teodoro R. Martín de Molina. 12 de enero de 2012

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