Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

OTRA GUERRA.

A esa me apuntaría yo, y tú , y él, y todos. Incluso los que respaldan a las de las bombas y los tiros. No me cabe duda. Los únicos que no lo harían, tampoco me cabe duda, serían los fanáticos de todas y cada una de las muchas y diversas categorías, diseminados a lo largo y ancho de este mundo, cada vez más injusto.
Sería una guerra contra las auténticas armas de destrucción masiva, las de verdad, esas que se ven todos los días y a las que para encontrarlas no hace fa
lta que se envíen inspectores de Naciones Unidas, ni se precisa de aviones espías, ni de sofisticados medios de detección. Están muy cerca de nosotros y a miles de kilómetros, en las grandes ciudades, en las zonas rurales, e n los bosques, en las selvas, en los desiertos. Bien es verdad que mientras más al sur, más evidente es su presencia.
La injusticia, la marginación, la explotación, el hambre, el SIDA y otras endemias, las multinacionales, los imperialismos, el sionismo, los totalitarismos, los fundamentalismos, la corrupción, el aislamiento, el abandono, los exégetas, los iluminados, la ambición, la avaricia, la soberbia...  
Los poderes públicos, preocupados por asuntos más crematísticos, dejan en manos de las ONGs la resolución de esos problemas. Estas organizaciones sólo tienen, y no en todas las ocasiones, buena voluntad, algunos medios y poca gente que se deja la piel por ayudar a mucha gente, algo, a todas luces, notoriamente insuficiente para solucionar el incompleto catálogo de VERDADERAS armas de destrucción masiva que en el párrafo anterior señalaba.
Cualquiera de ellas produce en un día más víctimas que todas las supuestas que se utilizaron para justificar una guerra. Las que se fueron a buscar y que no se encontraron. No sólo producen víctimas instantáneas, sino que, además, muchas de ellas son el caldo de cultivo propio de donde surgen el terrorismo, las guerras anónimas y las notorias e interesadas, que, poco a poco, van dejando su sello de muerte y dolor dentro y fuera de sus fronteras, y  segando la vida de miles, qué digo de miles, de cientos de miles de personas que apenas si llegan a serlo porque, en la mayoría de los casos, carecen de lo más elemental que hace que una persona sea persona. Solamente disponen, bueno, tienen su vida, y vale tan poco, importa a tan poca gente, es tan mínima para los poderosos, que casi carece de sentido hablar de ella.
Si los poderes públicos de esta, cuando interesa, llamada aldea global, los organismos internacionales y todos aquellos que de verdad tienen en sus manos el poder para cambiar en algo la situación de tantos y tantos seres atrapados por esas armas letales no hacen nada, no queda más remedio que cada uno de nosotros, en nuestro ámbito y dentro de nuestras posibilidades, le declaremos la guerra a todas esas armas.
Esa es la otra guerra, a la que me apuntaré yo, y tú , y él, y todos, incluso los que respaldan a las de las bombas y los tiros. No me cabe duda. Los únicos que no lo harán, tampoco me cabe duda, serán los fanáticos de todas y cada una de las muchas y diversas categorías, diseminados a lo largo y ancho de este mundo, cada vez más injusto.
(No pensemos en Sudán, podríamos perder el apetito.)

Teodoro R. Martín de Molina. Junio-2004.