OPINIÓN MINORITARIA
Son tantos los que piensan lo contrario, que mi opinión, por fuerza, no tiene para nada que tomarse en cuenta pues, al ser tan minoritaria, debe tener escaso o nulo valor. Cuando las cosas no le marchan muy bien a una persona, se suele decir por la Alpujarra un dicho muy matancero que hace referencia a los repelentes insectos que cuando dejan sus huevos, larvas o lo que sean en una pieza de matanza suele conllevar su desperdicio. Algo así parece haberle sucedido al gobierno de nuestro país, visto lo visto, en lo referido a asuntos internacionales que vienen a sumársele a la crisis económica que estamos padeciendo con la peor de sus consecuencias como es el aumento del paro y la no creación de empleo. Desde el secuestro del atunero vasco por los piratas somalíes, pasando por los sucesivos incidentes con Gibraltar, la huelga de hambre de la señora Haidar en el aeropuerto de Lanzarote tras su expulsión de Marruecos, hasta llegar al secuestro de los cooperantes catalanes por miembros del grupo terrorista Al Qaeda, todos son granos que le están saliendo en la nariz o en salva sea la parte, que es donde más fastidian por estética o por incomodidad, al gobierno en su conjunto, o más concretamente al Ministro de Asuntos Exteriores o al señor Zapatero. Parece inevitable. Ya sabemos que ante los mencionados forúnculos siempre están aquellos que con risitas insolidarias y miradas cómplices con sus próximos tratan de ridiculizar y zaherir al que sufre los tan molestos abscesos. Los sucesos se van encadenando y raro es el día en el que no nos despertemos con un nuevo sobresalto, grande o pequeño, pero magnificado por los medios para ir creando opinión en el sentido que fundamentalmente interesa al partido de la oposición y no al general del país. Mientras tanto, apoyados sobre el quicio de su mancebía, los dirigentes populares esperan indolentes a que se cumplan los plazos y el gobierno, después de sus errores, pierda inevitablemente la confianza del electorado y ellos, sin aportar absolutamente nada, pasen a ocuparse de la gobernación del país ante el regocijo estridente de todos aquellos que hoy, con motivo o sin él, denostan cualquier actuación del actual ejecutivo. Quizás sea yo uno de los pocos que piensa así, pero a mí no me cabe la menor duda de que el intento por deteriorar la imagen del gobierno lleva a sus detractores a hacernos creer que todo lo que sucede es por culpa de la mala gestión gubernamental y que el responsable máximo de la génesis de los sucesos, de su desarrollo y de su resolución (siempre que ésta sea negativa) es a su vez el máximo responsable del gobierno, es decir, el señor Zapatero. Todos los días podemos ver a los líderes del Partido Popular, no ya a nivel nacional sino a puro y simple nivel local, a cualquier alcalde de aldea repitiendo como papagayo la muletilla aprendida de sus líderes regionales y nacionales, y de sus creadores de opinión, que el culpable de que el agua se haya cortado por dos horas o de que los perros hagan sus necesidades en las calles, no es otro más que el Presidente de Gobierno ¡quién si no! Es un machaconeo constante que cada vez va calando más y más y que inevitablemente como hace tres lustros acabará con los peperos en la Moncloa. Son muchos los interesados en “salvar a la patria”. Para ello no les importa en absoluto dejar en la estacada al gobierno, y a todos sus gobernados, en cualquier asunto por muy de interés general que pudiera ser, tienen puestas sus anteojeras y sólo ven lo que en el chip partidista les dictan que tienen que ver. Para ellos lo bueno es que todo vaya cada vez peor, pues son de los que piensan que “mientras peor, mejor”. Acabo de ver en las noticias la agresión de la que ha sido víctima el primer ministro italiano. Si los líderes de la oposición italiana se llamasen Rajoy, Cospedal, Sáenz de Santamaría o González Pons, mañana nos desayunaríamos con sus declaraciones en las primeras páginas de sus periódicos y las cabeceras de sus radios señalando como culpable de la agresión al propio Berlusconi, y buscando excusas mil para comprender, cuando no justificar, al agresor. Ejemplos de ello, sólo en los últimos días, tenemos a montones.
Teodoro R. Martín de Molina, 14 de diciembre de 2009 |