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El niño que quería ser cura

Nací en Cortes de la Frontera / Fui un niño feliz en el seminario de Málaga / He sido profesor universitario de Magisterio treinta años / Hace veinte que soy canónigo de la catedral / La catedral es mi casa, cuando me jubile seguiré aquí /

 AUNQUE el refranero dice que el hábito no hace al monje, no es el caso de Francisco García Mota, deán de la catedral de Málaga. Desde que su memoria apunta recuerdos se ha visto enfundado en ropa clerical. Un cura de los de toda la vida, vamos. Nació y se crió en la serranía de Ronda, entre Cortes de la Frontera y Gaucín, donde su padre, Pedro, era practicante y su madre, Josefa, tenía una tienda. Nació el 19 de junio de 1930. En aquellos años difíciles de la República y la guerra, García Mota se recuerda siendo un niño normal y contento en su pueblo. «En aquellos tiempos con un caballo de cartón éramos felices». La familia vivía desahogada y Francisco iba a la escuela cuando una tarde vio pasear a unos chavales por las calles de Gaucín. «Los vi felices, eso fue lo que me impresionó». Eran seminaristas. Al llegar a su casa, el niño Francisco le espeta al padre: «Quiero ir al seminario». Y allí se fue aún con pantalón corto. Un niño tranquilo al que, confiesa, le gustaba el seminario pese a los fríos inviernos. Sí, había disciplina rígida, pero ahora con el paso de los años él sólo recuerda un ambiente sano y cordial. «No había intrigas».
Pasan los días y el joven seminarista se ordena sacerdote. Era el 8 de diciembre de 1954. Su primer destino fue la parroquia de San Patricio, en Huelin, como coadjutor. Pero fue sólo un año. Su verdadero destino iba a estar ligado desde muy joven a la enseñanza. Con 25 años instruye en el seminario a los más jóvenes, al tiempo que termina sus estudios en la Escuela de Magisterio de Málaga. Para avanzar más en la materia, le envían a Madrid a estudiar Pedagogía a finales de los sesenta. Allí se vio el joven cura por primera vez fuera del ambiente clerical. En aquellos tiempos del 'Yesterday', el sacerdote es un joven normal entre estudiantes. Se hospedaba en el colegio mayor Pío XII y trata con chicos y chicas de otros colegios, incluido el Juan XXIII, donde residía la progresía de entonces. De aquellos tiempos guarda amistades y preciosos recuerdos de su pandilla, cuatro chicos y tres chicas, con los que se reunía cada sábado por la mañana a repasar. «Fui feliz allí, los mejores años de mi vida», evoca tímidamente. La pregunta surge a huevo: «¿Nunca pensó en colgar la sotana y enamorarse de una chica?». Sonríe. «Sí, claro que me podía gustar alguna chica, dudas siempre tiene uno, pero había que tomar una opción y yo lo tenía muy claro, quería ser sacerdote y es lo que decidí». Añade que fue una elección libre, sin presiones de nadie. «No me he arrepentido nunca».
Tras la etapa madrileña regresa a Málaga. Vuelve a dar clases en el seminario, se libra de la mili por sacerdote y es nombrado delegado episcopal de Enseñanza. Se encarga de las escuelas rurales episcopales creadas por el cardenal Herrera Oria. Curiosamente, su tesis doctoral hecha en Salamanca versó sobre ello.
De la escuela a la Universidad. Entra como interino y luego saca la plaza de profesor de Historia de la Educación, puesto que ha desempeñado 30 años hasta su jubilación. «Era lo que me daba de comer, el sueldo de profesor».
A este aficionado a las novelas históricas, la historia le reservó un encuentro con Juan Pablo II que le marcaría. «De Juan Pablo II me ha impactado siempre algo que a mí me hubiera gustado ser, un misionero predicando la paz por todas partes». Pero su misión estaba en otra parte, en la catedral de Málaga junto a sus obispos. Con siete ha convivido en estos largos años, desde Herrera Oria a Antonio Dorado. Fue con Buxarrais con el que aprobó las oposiciones a canónigo y al que le pidió dejar la delegación de enseñanza cuando se le encomendó asumir la de Patrimonio Cultural. Como canónigo y deán de la catedral García Mota recuerda haber disfrutado y trabajado con gran ilusión. Es el cuidador no sólo del hermoso templo renacentista y barroco, sino también el responsable de su funcionamiento. Una lista de mejoras durante 17 años que incluyen la orientación de las visitas turísticas, nueva iluminación, restauraciones en la fachada, el órgano y en el interior. De lo que más orgulloso se siente es de la creación de una escuela taller, pero también de la restauración de las cubiertas de la catedral, algo que le gustaría ver terminado antes de jubilarse. «Ya estoy en la prórroga», dice. Pero se le ve ágil, con ganas de trabajar y vigilando su 'casa', que no piensa dejar ni jubilado. «La catedral es mi casa, mi vida siempre estará aquí».
http://www.diariosur.es/20081123/sociedad/nino-queria-cura-20081123.html

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