Miedos
Dicen que el miedo es libre. También dicen que de ningún cobarde se ha escrito nada. Así andamos en estos tiempos modernos donde los que se llenan la boca de democracia, cuando de verdad se tienen que enfrentar a ella lo hacen con un miedo a veces rayano en el pánico, y yo, porque no se diga, voy a escribir algo de ellos, o de nosotros.
Con motivo de las revueltas y manifestaciones en pro del cambio de régimen en algunos países del norte de África, los gobiernos occidentales encabezados por el de los Estados Unidos, andan día sí y día también hablando con la boca pequeña de la necesidad del cambio en los regímenes autocráticos –un eufemismo para no llamarlos dictatoriales–, de esos países para dar paso a la voz del pueblo a través de las urnas y que pasen a ser gobernados por aquellos que el mismo pueblo elija democráticamente. Pero, ¡ay amigo!, aquí empiezan los problemas y los miedos. Cuando se ponen a recapacitar y se dan cuenta de que en Egipto, por ejemplo, pueden acceder al poder los Hermanos Musulmanes, fundamentalistas islámicos, por medios democráticos, les acosan las dudas y comienzan a marear la perdiz con el único fin de que todo siga igual dando la apariencia que todo lo quieren cambiar. Primero exigen, de modo más o menos contundente, que los actuales dirigentes dejen el poder, después piden que hagan reformas por medio de personajes interpuestos, para terminar por conformarse con que cambien al muñeco y pongan a otro en su lugar que haga lo mismo que ha hecho el anterior, o que sea este mismo quien lleve a cabo los cambios que no cambiarán nada, pues su misión no será otra que la que ha sido hasta ahora: obedecer a los de siempre de dentro y de fuera y fastidiar a los mismos de toda la vida. Y si por algún casual se les fuese el asunto de las manos y el pueblo se saliera con la suya, consiguiendo la celebración de unas elecciones limpias y libres, una vez celebradas éstas, si el resultado no es del agrado de los supervisores de la paz mundial y de los intereses del mundo occidental, siempre queda el recurso de echar mano del ejército local para que con su oportuna intervención vuelva a colocar las cosas en su sitio. Y si éste no estuviese por la labor, siempre cabría declarar al país en cuestión como miembro del eje del mal y ordenar su invasión para llevarles la democracia de verdad, la fetén, la que coloca en el poder a los que tienen que estar y no a los que el pueblo quiera que estén –¡qué sabrá el pueblo lo que le interesa!–. Y no hablo por hablar, que ejemplos recientes tenemos.
Algo parecido, salvando todas las distancias, pasa por estos lares cuando la izquierda abertzale vasca presenta su nuevo partido. Nos pasamos toda la vida exigiéndole esto y lo otro y lo de más allá y cuando dicen, de palabra y por escrito, que lo van a cumplir, comenzamos con las nuevas exigencias y a dudar de todo lo que han dicho. Antes de que den a conocer sus estatutos ya los estamos enviando a fiscales y jueces para que decidan (por supuesto su ilegalidad), y si decidieran a su favor, siempre estarán los que lo achaquen todo al contubernio gobierno-terroristas para que los jueces y fiscales prevariquen. A los dirigentes de los dos partidos que conforman este bipartidismo enmascarado en el que nos movemos, les entran los nervios por el cuerpo y se los transmiten a muchos de sus militantes, y no digamos a sus hooligans mediáticos, y el miedo se apodera de todos. Un miedo camuflado en exigencias que nunca van a ser satisfechas por los radicales vascos, no porque no quieran, sino porque por mucho que sea de lo que lleguen a abjurar de todo lo referente al mundo de ETA, siempre habrá una nueva exigencia que añadir a todas las requeridas con anterioridad. Parece que tuviesen miedo a que todo este sangrante tema del terrorismo llegase a su fin.
Si de verdad creyéramos a pie juntillas en la democracia, pienso que estos miedos no tendrían sentido, pues dejaríamos al pueblo que colocara a cada uno en su lugar y a los extremistas alejados de las mayorías que tanto nos atemorizan. Tanto miedo, de unos y otros, sólo demuestra una falta mayúscula de confianza en la democracia que decimos defender. Cómo me gustaría equivocarme y que fuesen las urnas las que de verdad decidieran y no los mismos de siempre.
Teodoro R. Martín de Molina. 10 de febrero de 2011 |