Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Maestros

 

Teniendo en cuenta que ya hace algún tiempo que llevo sopesando la posibilidad de no volver a escribir más artículos de opinión en “La Gaceta de Gaucín” en cuanto pase el umbral de los 400, que está próximo, éste que publico hoy puede ser tenido casi como una excepción.

Pensaba escribir estos últimos artículos sobre asuntos que nada tuviesen que ver con la política o sus aledaños.

Por ejemplo, con motivo del fallecimiento de Gabriel García Márquez me pareció oportuno escribir unas líneas sobre su figura. Más que sobre su figura, sobre lo que para mí ha supuesto leerlo. Recordé cuando allá por finales de los sesenta o principios de los setenta, mi hermano Salvador me dejó para leer sus “Cien años de soledad” (libro que, por cierto, sigue en mi poder). Cómo me lo releí en mi primera incursión por las tierras célticas del mar de Irlanda,  y cómo quedé atrapado por la narrativa de García Márquez, hasta el punto de haber sido el libro de cabecera sucesivamente de mi mujer y de mis tres hijos. Cómo me encanté con la “Crónica de una muerte anunciada”, o cómo casi llegué a admirar más su narrativa en “Del amor y otros demonios” que la de los “Cien años de soledad”. Cómo me he leído y releído sus relatos breves y cómo me ayudaron a entender que detrás de cualquier anécdota o suceso puedes encontrar un gran tema para escribir por muy nimia que pueda parecer la anécdota o pequeño que fuese el suceso, o cómo la imaginación puede volar partiendo de una brizna de pensamiento. Igualmente, tentado estuve de descubrir a todos cómo me fascinó “El coronel no tiene quien le escriba” y que no pude terminar “El general en su laberinto”. En este caso, me pasó igual que con otros trabajos de otros escritores renombrados. No sé por qué, pero hay autores que te enganchan por lo que sea y hay otros que te desenganchan por las razones opuestas. Unos te parecen auténticos, aunque sólo escriban cosas fantásticas, y otros te resultan falsos aunque siempre se basen en la historia, en hechos reales. Cosas de la psiquis, debe de ser.

Decía que intenté escribir sobre García Márquez, pero ya se ha dicho tanto y tanto sobre él, que poco más podía añadir yo. Así que aquí estoy, de nuevo, hablando de políticos, aunque en realidad el artículo quisiera que tuviese otro trasfondo.

En este país existe la peregrina creencia de que todo el mundo puede ser maestro, que cualquiera sirve para realizar esa función. Lo hemos conocido los que ya tenemos una cierta edad en las llamadas “escuelas amigas”, en las que el titular, en la mayoría de las ocasiones, era una persona carente de cualquier formación académica y mucho menos pedagógica. Por otro lado también existe la creencia de que aquél que tiene un alto nivel académico por ese solo hecho ya está capacitado para llevar a cabo la función docente.

Uno que ha sido maestro desde los diecisiete hasta los sesenta años, se queda un tanto patidifuso cuando oye en las noticias que el Presidente de la Comunidad de Madrid quiere que cualquier licenciado pueda presentarse a las oposiciones para alcanzar una plaza de maestro. Diríase que una cabeza llena de conocimientos, de cualquier tipo, es suficiente para transmitirlos de modo adecuado a alumnos de cualquier edad sin tener en cuenta nada más que su capacidad de almacenar conocimientos.

Algunos políticos no son más ignorantes porque, en contra de lo que nos quieren transmitir, no estudian más para serlo. No tienen ni idea de muchas de las cosas sobre las que se manifiestan y carecen del mínimo pudor cuando se trata de exponer su parecer sobre aquellos temas de los que lo desconocen todo. No sé dónde estarán esos asesores que cobran sueldos astronómicos.

Siempre lo tuve muy claro: si algo necesita una especialización más que cualificada es el educar, entendiendo la educación no como una mera transmisión de conocimientos, sino como la formación de una persona desde su más tierna edad para que en el futuro se integre en la sociedad como un ciudadano conocedor de todos sus derechos y deberes, y con un bagaje de conocimientos suficientes para en cada etapa de su vida poder enfrentar el día a día con una mínima garantía de éxito. Y si algo necesita una especialización aún más especializada, valga la redundancia, es la educación en sus primeras etapas.

No cabe duda que los conocimientos son fundamentales a lo largo de todo el periodo escolar, sobre todo en las etapas finales. Tampoco cabe duda de que en los primeros estadios de la etapa escolar los conocimientos no son tan esenciales como la preparación para afrontar las etapas venideras y las situaciones que la vida les pueda plantear en cada momento desde la perspectiva de una persona formada en todos los sentidos.

Enseñar matemáticas, geografía, historia, etc, no es tan importante como saber enseñarlos. Menos conocimientos y más metodología, didáctica y  pedagogía. Mejores tutores con los futuros enseñantes antes que grandes especialistas en lo que dan en llamar materias fundamentales. Sumar, restar, en definitiva, las cuatro reglas, leer y escribir son multitud los que saben hacerlo; saber enseñarlas, saber tratar al alumno, motivarlo, animarlo, sacar de él todo lo bueno que tiene dentro y dejar hibernando por siglos los malos instintos del mismo, no lo hace cualquier licenciado por muy sapiente que sea, lo hará aquél al que han preparado concienzudamente para que así lo haga. Y eso es algo que aquí, en la época que estamos, parece que todavía son muchos los que no lo entienden.

No son tan importantes los conocimientos de las materias que se van a enseñar, que hasta que no se llega a la etapa universitaria tampoco son tantos, como la preparación en los aspectos fundamentales que ayuden al futuro docente a conocer mejor a sus alumnos, a saber integrarlos en el entorno en el que se mueven y prepararlos para el futuro que les espera, que normalmente no lo encontraremos fundamentalmente en las matemáticas, en la lengua, las ciencias o en los idiomas, que también, sino primordialmente en las materias que más ayudan a ello, la sicología, la pedagogía, didáctica, metodología, sociología, ética, filosofía…, que deberían ser, junto con unas prácticas tuteladas suficientes en tiempo y en medios, lo que de verdad forme a unos buenos profesionales de la educación.

No sé cuándo se valorará por fin la labor del docente y la importancia que la educación, una buena educación, tiene en la construcción de una sociedad más justa y equitativa, en la que se primen no sólo a los que más pueden sino de igual modo a aquellos cuyas capacidades sean menores, en la que se valore no sólo lo que se sabe sino lo que se es, en lo que lo primordial no sea el éxito académico sino el éxito como persona, y eso, también estoy convencido, no se logra con docentes que solamente aportan a su currículo el bagaje de los conocimientos en la materia a enseñar. Pero hay algunos que están empeñados en repetir el esquema una y otra vez, y nada más.

 Como veis, de nuevo he divagado; sin  solución de continuidad he pasado de un maestro de la literatura universal a los maestros de escuela.

Teodoro R. Martín de Molina, 25 de abril de 2014.

<<VOLVER A OPINIÓN>>