"UN MAESTRO METIDO A ESCRITOR... Y A OTRAS COSAS"
(Artículo publicado en la web del CEP de Granada) Existe una teoría pedagógica según la cual los docentes en general, y los maestros en particular, inevitablemente, trasladamos las experiencias vividas en la primera escuela, como alumnos, a nuestro trabajo como educadores al comienzo del desempeño de dicha labor. Según esta teoría, asumimos el rol de aquellos que fueron nuestros maestros durante la niñez sin que los estudios de psicología, pedagogía, didáctica y demás ramas del saber relacionadas con la educación, que recibimos con posterioridad, tengan mucha influencia en el desarrollo diario de nuestra tarea o actividad en la escuela. Será el paso de los años, la propia experiencia, el intercambio de ésta con otros compañeros, la constatación de que los tiempos cambian, lo que verdaderamente nos irá formando como docentes. Al mismo tiempo, casi siempre sin pretenderlo, seremos espejo en el que se fijen aquellos de nuestros alumnos que en el futuro se decanten por la enseñanza como profesión. Independientemente de la exactitud de dicha teoría, yo he vivido en propias carnes y mientes esa influencia, y he podido constatar la verdad de lo expuesto en mi doble faceta como maestro (desde los 18 años) y como aprendiz de escritor (desde los 50). No fueron pocas las ocasiones, en mis primeros tiempos como docente, en los que repetí muchos de los tics de mis maestros de la infancia. También fueron las vivencias de aquellos años de escuela nacional y de la época en la que transcurrían, las que me animaron a echar mano del lápiz y el papel y comenzar la fantástica aventura de convertir en real o en imaginario (según interesara) lo que sólo nace de la imaginación o lo que se vive en la realidad. Es esa una fuente en la que han bebido la mayoría de los autores en alguno de los momentos en los que encaminaron sus pasos en esta bella tarea de unir palabras, frases y párrafos para comunicar algo que piensan puede interesar a otros y con el último fin de que esos otros conozcan su trabajo sin tener en cuenta si llegan o no a engrosar los anaqueles de las bibliotecas. Es extraño que cualquier escritor no haya dedicado algunas páginas de uno de sus libros al paso por la institución docente en la que, probablemente, comenzaría a conocer la vida y a compartirla con otros seres de similares o muy distintas características a las suyas. También son muchos los docentes que sin acudir a la escuela como recurso, han engrosado la lista de literatos, independientemente del éxito que tuvieran sus trabajos. Mi primera escuela De maestro joven, me vi repitiendo las frases, los ademanes, los consejos y las admoniciones (no siempre con buenos modos) que de niño había recibido de mis primeros maestros, y de maestro metido a escritor, fueron aquellas experiencias vividas en mi primera escuela y con mi primer maestro el inicial intento de hacer algo que trascendiera más allá del anecdotario recurrente entre amigos y familiares cuando nos encontrábamos y relatábamos todas las peripecias que en aquello hermosos años de la infancia, vivimos juntos o en épocas distintas, en la misma escuela y con el mismo maestro o con maestros muy semejantes al que tuve en mi debut como escolar. Recordar la figura de aquel memorable personaje, capaz de enfrentarse a casi cien energúmenos de edades comprendidas entre los cuatro y los doce o catorce años, un día tras otro, y constatar su capacidad para incluso sonreír y decir algún chascarrillo por mantenernos entretenidos al tiempo que interesados por el diario trabajo, aspectos estos que de pequeño apenas si apreciaba, pero que de algún modo debieron dejar su poso para después de tantos años, ser capaz de recordar con detalles casi inverosímiles los momentos en los que nos llamaba a su mesa para darnos de leer, las exactas palabras que utilizaba para dirigirse a cada uno de nosotros, siempre distintas, siempre ingeniosas, cómo nos repartía el queso de los americanos, nos llevaba en multitudinaria caterva a las afueras del pueblo para hacer algo parecido a una tabla de gimnasia, o simplemente para que retozásemos un poco y desfogáramos nuestros infantiles anhelos de libertad en una sociedad preñada de privaciones y constreñida por la imperante opresión de la época. De todo ello surgiría "Treinta años después", un volumen de más de trescientas páginas, aún inédito, en el que se recogen muchas de esas vivencias y otras de índole similar. Cuando me mordió el gusanillo de la escritura, mi segunda experiencia como maestro metido a autor también surge de la escuela. Solemos ser los maestros personajes singulares que, a modo de caracol, llevamos la escuela a cuestas cuando volvemos a casa, y viceversa. En cierta medida existe una velada confusión entre el ámbito familiar y el profesional: muchas veces actuamos como maestros en el hogar y en otras como padres en la escuela. Del trabajo diario con los alumnos, intentando hacerles partícipes de mi gusto por la poesía en general y por el romancero en particular, surgió la idea de trasladar al romance la inmortal obra de Cervantes, y así, entre desvaríos y otras cuitas, pasé algo más de cuatro años empeñado en no defraudar al autor primigenio que, seguro, desde la eternidad estaba contemplando como este maestro de escuela trataba de remedarlo sin que el hecho supusiese ofensa alguna para la dignidad del autor, del creador, del más grande personaje, qué digo personaje, héroe que toda la literatura universal haya dado. Y así me llevé a la casa las ideas de la escuela y, así nació mi particular versión de la primera parte del Quijote: "El Caballero de la Triste Figura". Hoy es el día en el que aún no sé si complací a don Miguel ni a muchos de los posibles lectores que hayan tenido a bien entretener su tiempo con mis trabajados versos, sólo sé que aquellos pocos que me hablaron de ellos no quedaron frustrados tras su lectura. Por ellos sigo empecinado, y en ello trabajo desde antes de que viera la luz mi peculiar Caballero, en trasladar al romance la segunda parte del libro que nos habla de las aventuras del hidalgo manchego. Y no te conformas con eso, sino que tomas aspectos del día a día, de lo vivido por ti y de lo que otros te contaron que habían vivido, pones a trabajar tus ideas y tu imaginación, y das a la luz otros productos que necesitas lanzar al exterior, darlos a conocer y afrontar nuevas aventuras como son las de editar tus propios libros (caso de "Cascarabitos. Un relato de posguerra en la Alpujarra") donde, aunque no en cantidad desmesurada, tienes que arriesgar algo de tus ahorrillos "gananciales". Como se ve, he escrito sobre mi escuela, la que viví de niño, he trasladado a las páginas de un libro algo parecido a lo que trabajaba con mis alumnos, y aún me resta intentar escribir sobre mis experiencias y vivencias en la escuela como docente. La escuela vista desde el punto de vista del maestro, del compañero, del amigo o de todas las perspectivas a la vez. En cierta medida es algo que me debo a mí mismo y a muchos de aquellos compañeros y alumnos que de algún modo han ido dejando en mi espíritu algo más que el simple recuerdo de sus rostros, de sus nombres. Es probable que de muchos no recuerde ni eso, pero seguro que en algún momento ha de surgir la idea que dé reflejo al sentimiento, el ejemplo, o la actitud que de ellos guardo en algún lugar de la memoria, de la razón, del corazón..., y que anda esperando el momento oportuno para saltar a las teclas del ordenador y de éstas a su disco duro, y de aquí a la impresora para que algún ente literario, no sé muy bien de qué tipo, de este maestro que se ha empeñado en escribir, pueda ser compartido con alguien más. Y aquí me tenéis aprendiendo eso de: "la eme con la a, ma", "la eme con la e, me", sólo que a otros niveles pero con los mismos problemas y las mismas ansias e ilusiones que de pequeñito aprendí a decir aquello de "mi mamá me mima". Teodoro R. Martín de Molina.
Abril, 2007
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