Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Lumbreras

Desde que allá por los finales de 2002, siendo Presidente del Gobierno el Sr. Aznar, Ministro de Fomento el Sr. Cascos, Presidente de la Xunta de Galicia don Manuel Fraga y Vicepresidente del Gobierno el Sr. Rajoy (vaya póker de ases), oí a éste último decir aquello de los “hilillos de plastilina” referido a los vertidos provocados por la catástrofe del Prestige, me dije a mí mismo que ahí había madera, que ése era un cerebrito sólo comparable al inolvidable Ministro de Sanidad Sancho Rof cuando en el asunto de la colza dijo aquello de que el síndrome era menos grave que la gripe, que lo causaba un bichito del que conocían el nombre y el primer apellido, sólo les faltaba el segundo, y que era tan pequeño que, si se caía de la mesa, se mataba. Lumbreras, que son unos lumbreras estos políticos de nuestra derecha, y los izquierdosos seguimos sin valorarlos convenientemente.
   Pues aquel muchachito de Pontevedra −Sancho Rof también fue diputado por dicha provincia, mire usted qué casualidad−, siguió mejorando y mejorando hasta llegar a alcanzar después de varios intentos las oposiciones a Presidente del Gobierno, y ahí lo tenemos. Ahora no nos habla de hilillos de plastilina, en la mayoría de las ocasiones, directamente, no nos habla. Permanece callado cual monje cartujo que hubiese hecho voto de silencio, y cuando abre la boca, mejor sería que la hubiese dejado cerrada, pues suele subir el pan (léase prima de riesgo).
   Lleva seis meses en el gobierno y solamente en dos ocasiones se ha dignado a dar rueda de prensa en territorio nacional, una desde la sede del PP para responder lo que quería independientemente de las preguntas que se le hacían, y la segunda desde Moncloa, apremiado por las circunstancias y para decirnos que todo lo que los demás pensábamos eran meras tonterías y que se iba a Polonia a poner cara de bobo junto al bobón de turno (perdón quise decir Borbón), y al presidente de la federación, que no les va a la zaga.
   En sede parlamentaria se limita a asistir los miércoles, que puede, a cubrir el expediente y a responder que son peras lo que lleva en el cesto cuando la pregunta se refería al color de su camisa. Por lo demás, un día, cualquiera de sus ministros o portavoces nos dicen una cosa que al día siguiente son desmentidas por aquellos que conocen del tema y él, todo ufano, alienta a los periodistas a que le pregunten a él, que es el que sabe del tema. Tras desautorizar a todo aquel que no sea él mismo, pronto nos damos cuenta de que él sabe menos que los otros y en ocasiones ni sabe de lo que está hablando.
   Y los ejemplos más palpables los tenemos en su comparecencia del pasado domingo donde no dijo nada que tuviese que ver con la realidad de los hechos y sucedidos. No sabía de lo que hablaba. Lo desmintieron desde todas partes y él se queda tan contento diciendo de nuevo lo contrario a lo que había dicho una semana antes como si todos los que lo escucharon no tuviesen el más mínimo de retentiva para darse cuenta de que nos quiere colar, una detrás de otra, todas las mentiras más grandes del mundo, las mismas que ni él mismo se cree.
   Si éste es el jefe del ejecutivo, qué decir de los acólitos que se sientan con él a la mesa del Consejo de Ministros, o los que ocupan por designación suya las más altas representaciones del estado en las cámaras legislativas. ¿Quién nos disfruta oyendo esa fluidez verbal al Presidente del Congreso o ese toque arrabalero de la malagueña vicepresidenta? ¿Quién puede argumentar después de oír a Ana Mato, ministra de Sanidad, que no ha comprendido bien lo que la señora nos quiso decir acerca de tal o cual asunto? Y Fátima Báñez, con sus rogativas a la Virgen del Rocío, ¿no es digna de ser enaltecida ad libitum? Y el hombre gris hablando de los hombres de negro ¿qué me dicen? O, ¿es que no da gusto ver al discípulo de Rato, que tan bien gestionó lo de Lehman Brothers en España, al frente del cotarro económico?
   Por favor, por favor, no me digan que no son lumbreras todos estos gestores de la gestión pública que tan bien están gestionando lo que otros no supieron gestionar.
   Aquí lo dejo porque me voy a hacer una gestión inexcusable.

Teodoro R. Martín de Molina. 19 de junio de 2012

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