Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Los “pelos” del “Culo”

Se quejaba amargamente el chino de que “los pelos del Culo no le dejaban dolmil con sus ladlidos tan impeltinentes a lo lalgo de toda la noche”. Algo así me pasa a mí cuando estoy en la Alpujarra. No sólo son los perros del Curro, sino también los de la Anita, los del Joaquín, los del Juan, etc. En un pueblo en el que probablemente haya más perros que personas, no es extraño que por las noches a los canes les dé por esa sonora forma de comunicación que te hace difícil conciliar el sueño.
     No soy de los que le haría daño a un perro, ni a ningún otro animal, por nada del mundo, bueno, a no ser que fuese en defensa propia. Tampoco soy de los que me dejaría lamer ni sería capaz de comer en el mismo plato con ellos o actitudes similares que a veces he visto en personas que sienten debilidad por estos animales. Los perros en su sitio, con sus dueños, y yo en el mío.
     Y es a todo esto a lo que me quiero referir hoy, fijándome sobre todo en lo que en estos días he podido comprobar por mi mismo respecto a los perros y al tratamiento tan exquisito que tienen por parte de la mayoría de sus dueños y de cómo las autoridades, muy susceptibles ellas a las sensibilidades caninas de algunos de sus ciudadanos, toman cartas en el asunto y, a pesar de la crisis por la que dicen muchos que transitamos en estos tiempos, dedican parte de los escasos dineros de las arcas municipales en procurarles espacios de recreo y solaz a los perros, como si ya no camparan a sus anchas por donde les apetezca, a ellos o a sus dueños.
   Todas las mañanas suelo darme mi paseo de rigor por el parque próximo a mi vivienda. No es raro que junto a mí paseen o corran otras personas, unas solas, como yo, y otras acompañadas del mejor amigo del hombre; unos los llevan asidos de su correspondiente correa, otros, la mayoría, los dejan sueltos para que desfoguen sus caninas inquietudes. Evidentemente los perros hacen sus necesidades en el césped que abunda en el parque y algunos dueños diligentemente se aprestan a recogerlas en bolsita a propósito, otros, una mayoría, se hacen los despistados y allí dejan el “regalo” para aquel o aquella que tenga la fortuna de distraídamente posarse sobre la deposición, una alegría, vamos. A veces me apetece beber en alguna de las fuentes que jalonan el camino, pero cuando voy a hacerlo me viene a la mente la imagen del perro al que su dueño lo animaba a beber en cualquiera de ellas, era el dueño el que había presionado el pulsador porque los perros, aunque son muy inteligentes, aún no poseen tales habilidades.
     Pues bien, en una de las esquinas de este parque acaba el ayuntamiento de acotar, perfectamente vallada con madera tratada, una zona canina (más de mil metros cuadrados) provista de todos los elementos esenciales de una pista de entrenamiento para los perros policías, o los que trabajan en el circo; en algo incluso me recuerda a las llamadas pistas americanas. Dentro de la zona, amén de todos los artilugios imaginables, existen fuentes específicas para los animales, papeleras con escoba y recogedor al efecto, bancos para los dueños, arbolado suficiente (no sabemos si para dar sombra o para que los perros levanten la patita), etc, etc. A unos cuantos metros de esta zona han habilitado igualmente otro espacio, diez veces más pequeño, como parque infantil con un tobogán y unos columpios que me recuerdan a los juguetes “pini pon” que les regalábamos a nuestros hijos cuando pequeños.
     En los pocos días que llevan ambos espacios en funcionamiento, aún no he visto ni a un papá o una mamá con su hijto/a en el diminuto parque infantil, no obstante, sobre el asfalto multicolor recién extendido, con rayuela y enredo incluidos, ya se ven las huellas caninas de nuestros amigos del parque. En la zona canina ya he visto a varios dueños tratando, tengo que decir que con muy poco éxito, de que sus mascotas suban por las rampas más o menos inclinadas, usen las paralelas o la empalizada, hagan slalom, repten bajo el espacio específico para ello, pasen por el aro de la rueda, practiquen el salto de altura o de longitud, o atraviesen el túnel fijo.
     Mientras tanto, por el camino seguimos esquivando las cacas de perro, mirando con prevención al que nos ladra y no está sujeto por correa alguna, leyendo con asombro los anuncios de cursos de primeros auxilios caninos, el letrero que obliga a los dueños a llevar a su animales con correa según un determinado decreto y perplejos de que, con la que dicen que está cayendo, el ayuntamiento de mi ciudad se haya gastado cerca de cien mil euros en tan superflua instalación.
     A algunas autoridades de verdad que debían de molestarles tanto como al chino de la broma los “pelos” del “Culo” y los otros, es decir, tal como suena, cada vez que aprobaran una de estas inversiones, a ver si aprendían a usar el dinero público con más comedimiento y raciocinio. Si ya hemos visto en otros lugares de España, aeropuertos sin aviones, AVEs sin pasajeros o autovías sin automóviles, pronto aquí en Granada veremos estos parques o espacios caninos libres de perros.
     Lo más lógico del mundo en los tiempos que corren.

Teodoro R. Martín de Molina. 04 de junio de 2012

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