Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Locuacidad y mutismo.

 

 

Dentro de todo este torbellino en el que se encuentra inmerso buena parte del Partido Popular, algunos de sus dirigentes nacionales, fundamentalmente, se están destacando por su locuacidad mientras que el máximo responsable de todos ellos practica el mutismo más sonoro que nadie pudiera practicar.

            Tras el levantamiento de una nueva parte del sumario del caso Gürtel, al tiempo que las corruptelas varias de Baleares –desde Gabriel Cañellas parece el cuento de nunca acabar–, sacan a la luz las bondades del gobierno Matas, al que tanto Rajoy como Arenas ponían como ejemplo para sus futuribles gobiernos nacional y andaluz, la grey popular está que no para. Tratan por todos los medios, y a través de todos sus medios, de distraer al personal con las mismas teorías conspirativas de siempre. Para ello no dudan en volver a sacar a la palestra a la vieja guardia del aznarismo, con él mismo a la cabeza, y unos tras otros van lanzando sus dardos en contra de todo lo que se pone frente al objetivo de su cerbatana.  Llevan repitiendo las mismas monsergas  desde que perdieron el poder y no cejan en su empeño. Ven fantasmas por todos sitios menos los que tienen dentro de sus propias filas. Bueno, a estos unas veces parecen verlos para a renglón seguido darlos por desvanecidos.

            Desde que este verano la Secretaria General –más parece secretaria de propaganda–, a pie de mar, en la Marbella otrora de Gil y hoy del PP, acusara sin aporte probatorio alguno al gobierno de escuchas ilegales y a la policía de turbios manejos con el fin de perjudicar a su partido, hasta que hace unos pocos días ella misma se reafirmara en parecidas acusaciones, hemos sido deleitados con declaraciones en parecida o idéntica línea de los nuevos y viejos roqueros.

            Así, tras el encuentro en Sevilla de la guardia pretoriana de Aznar en recuerdo del vigésimo aniversario de su llegada a la presidencia del PP –el próximo año se reunirán con motivo del vigésimo primer aniversario–, el inefable Cascos se destapó con unas declaraciones del mismo tenor que las de De Cospedal y con el mismo tipo de pruebas que las que ella aportó. En esa reunión, seguro que después de felicitar a Mayor Oreja por las suyas respecto a las nuevas negociaciones del gobierno con ETA y la alianza entre gobierno y terrorismo para destruir España, llegarían a la conclusión de que no había nadie más idóneo que Álvarez Cascos, con su proverbial verborrea, para fustigar de  nuevo al ministerio del interior, a la policía, fiscales y jueces que conchabados entre sí tratan de socavar los cimientos del impoluto partido de la derecha española.

            Todas estas declaraciones no minan el prestigio de las instituciones del estado. Cuando ellos atacan al juez Garzón, es un ejercicio de libertad de expresión, cuando otros lo defienden con mayor o menor acierto, son guerracivilistas, alborotadores antisistemas que se reúnen en un acto antidemocrático para presionar a los tribunales, ellos no presionan, ellos se defienden.

            En un telediario tras otro, en un informativo cualquiera y en todas las portadas de los periódicos vemos a las portavoces populares con todo el desparpajo que las caracteriza, achacar a los demás todos los males que a ellos y sólo a ellos les son imputables. Con total desfachatez exigen a los demás aquello que ellos son incapaces de poner en práctica dentro de sus propias filas, salen por los cerros de Úbeda ante las preguntas de los periodistas que se “atreven” a cuestionar su modo de actuar frente a los distintos casos de corrupción que les surgen por doquier o, simplemente, recurren al socorrido “y tú más, o tú antes”, con lo cual parecen lavar todas sus culpas.

Cuando no existe argumentos que puedan sostenerse vuelven a sacar los viejos asuntos que ya están más que amortizados en los juzgados, en los propios partidos y por supuesto en las urnas, algo que al parecer a ellos y a sus votantes no parece ni tocarles de cerca. De los juzgados suelen salir con triquiñuelas varias, su partido no interviene para nada mientras que no se pronuncien definitivamente los tribunales, algo que no suele ocurrir pues se eternizan y pasan de manos en manos hasta que prescriben o se archivan por defectos de forma, y los votantes parecen excitarse más y más cuando los que se presentan a las elecciones están o han estado incursos en temas más que sospechosos como la Gúrtel, los  regalitos de poca monta, los túneles de Soller o los palacetes de nada en el centro de Palma.

            Mientras tanto Rajoy, desde que dijera la frase lapidaria “que se defienda… si puede” referida a Matas, no ha vuelto a abrir el pico. Se han sucedido uno tras otro los datos respecto al enriquecimiento del ex presidente balear, los del presidente del PP en Castellón, el tal Fabra, o los del, ya por fin, ex tesorero, y ex senador, del PP, y el bueno de Rajoy ni pío. Es la suya una estrategia que lo define perfectamente y que en el supuesto de que llegara al gobierno de la nación nos deja bien a las claras cómo resolvería todos los asuntos de enjundia que afecten a la gobernación del país: dejándolos pudrirse y esperando a que la tormenta amaine para que todo vuelva a la calma. Ahora, desde la oposición, hace lo mismo, pero al revés, se pasa el día fustigando a los demás y chitón sobre lo propio al tiempo que espera a que la tormenta arrecie y se lleve por delante todo lo que se tenga que llevar con tal de que después él, que se mantuvo a resguardo todo el tiempo sin echar una mano en nada, pueda venir a hacerse cargo de la situación.

Después aplicará el sencillo axioma de siempre: si el enfermo mejora, mérito mío, si empeorara, demérito del vecino.

           

Teodoro R. Martín de Molina. 17 de abril de 2010

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