Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Llueve sobre mojado

 

Cuando nos encontramos en el último mes de la temporada de tormentas tropicales y huracanes que periódicamente afectan a las islas del Caribe y a las costas de Centro y Norteamérica, una vez más uno de esos nombres con los que son denominados estos fenómenos nos vuelve a resultar familiar por su repetición en los distintos medios de comunicación. En esta ocasión el nombre es “Tomás” y no sólo nos resulta familiar por la repetición del mismo sino, sobre todo, por el lugar al que se acerca y puede que de nuevo vuelva a sembrar la desgracia donde eso es lo que abunda.

            Como suele suceder, salvo raras ocasiones, son los lugares más necesitados, aquellos en los que falta de casi todo, los que reciben en mayor cuantía tan poco deseados compañeros. Si los huracanes o las tormentas tropicales llevaran consigo bienestar, seguro que derivarían para aquellos países en los que eso es lo que tienen y se alejarían como huyendo de la peste de esos otros lugares que con tanta frecuencia son visitados por los distintos fenómenos naturales que sólo aportan desgracia y más desgracias para las personas que los habitan.

            Pero no, el mundo está hecho así y las catástrofes saben muy bien hacia donde dirigirse. Nadie diría que todo esto está dirigido por la mano del Todopoderoso, mas al contrario parece que es el jefe de cualquiera de las poderosas naciones del globo el que está detrás de los manejos de los hilos que mueven a nuestro planeta y sus fenómenos naturales.

            Si no, parémonos un poco en Haití. Hace apenas un año que fue devastado por uno de los terremotos más fuertes de la era moderna, más de 200.000 muertos, 250.000 heridos y millones de personas sin vivienda. En su capital, donde se acumulaba el grueso de su población,  no quedó prácticamente piedra sobre piedra y la miseria, el hambre, la muerte, las desgracias de todo tipo se adueñaron del país cebándose, una vez más con los que menos tienen.

            La epidemia de cólera que azota al país en estos días, una secuela más del terrible terremoto de enero, también hace distingos entre los propios haitianos, los que más la sufren, una vez más, son aquellos que menos tienen. Y ahora aparece “Tomás” para acabar de rematar la situación. La verdad es que, como dicen, las desgracias nunca vienen solas  y a Haití parecen que se le acumulan desde su colonización por los franceses.

            Tras el terremoto, las muestras de solidaridad se sucedieron y la mayor parte de los países, y de sus ciudadanos, se volcaron por ayudar enviando personas, equipos, suministros y todo aquello que hacía falta para resolver los problemas más urgentes tras el seísmo. Pero de eso hace ya casi un año y no sabemos si toda la ayuda enviada se está encauzando de manera correcta pues aún la mayoría de los damnificados siguen viviendo en campos de refugiados donde las pésimas condiciones higiénicas son las que han dado pie a la segunda catástrofe a modo de epidemia de cólera, y las frágiles tiendas de campañas en las que habitan, probablemente, no serán suficiente para evitar esta nueva tragedia que se les avecina.

            Las ayudas a estos países no deberían ser puntuales, cuando la desgracia ya se ha producido y lo único que se consigue es un lavado de conciencia de los poderosos, y poco más. Estas ayudas, las que fuesen precisas, deberían estar contempladas en todos las planificaciones de tanto organismo internacional como existe para darnos datos y más datos de lo mal que va éste o aquél, o de lo bien que va aquel otro. El objetivo primero de tales organismos debería consistir en encauzar las ayudas para el desarrollo de  estos países de modo que ni sus gobernantes ni los intermediarios puedan beneficiarse personalmente de las mismas, sino que sean los ciudadanos, tan ahítos de sufrimiento, los que las reciban, y no directamente como reciben los primeros auxilios después de la catástrofe, sino con la aplicación de políticas que les ayuden a salir del subdesarrollo y la miseria por sus propias medios. Dale un pez a un hombre y comerá un día; enséñale a pescar y comerá siempre.

            Pero llueve sobre mojado y dentro de poco tiempo volverá a caer sobre estas pobres personas cualquier otra desgracia “natural” que, naturalmente, será primera página durante un tiempo porque lo malo vende. Y volveremos a volcarnos con ellos para socorrerles en lo perentorio. Esperemos que algún día esta espiral sin sentido se detenga y estos países consigan ser noticia porque por fin han conseguido dar de lado a la pobreza y comienzan a emerger de acuerdo con la dignidad que cualquier ser humano merece por su propia pertenencia al género.

            Mientras tanto como viene a decirnos Forges al pie de su diaria viñeta, hagamos lo que queramos: “Pero no te olvides de Haití.”

 

Teodoro R. Martín de Molina. 6 de noviembre de 2010.

 
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