Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Las prisas

 

Vivimos en un mundo en el que la prisa nos domina a casi todos. Nos encontramos con un amigo por la calle y tras un breve saludo nos despedimos porque si no es uno, es el otro el que tiene prisa por tal o cual motivo. Cada día son más los que se alimentan a base de las modernas Fast Food, bien en los restaurantes específicos, bien en la casa echando mano de comidas preparadas y del microondas, porque no se tiene tiempo para ponerse en la cocina a elaborar un guiso que conlleve más de diez minutos. Y cosas como éstas podríamos seguir enumerando, situaciones en las que se constata que las prisas son nuestras compañeras de fatigas y el agobio un nuevo mal endémico.

A esto de las prisas no podían ser ajenos nuestros políticos y, mucho menos, los que pertenecen al partido que está al frente del actual gobierno de la nación. Sin entrar en las prisas de los dos ministros más reformadores por anunciar las sucesivas reformas en educación y justicia-sanidad, que no sabe uno muy bien lo del aborto en qué ministerio situarlo, los Wert y Gallardón, adalides del pensamiento progresista del gobierno que cada vez tienen más prisas porque se les quite dicha etiqueta, que no sabemos muy bien en qué estarían pensado aquellos que se las colocaron antes de conocerlos en su propia salsa ministerial, y sin entrar en un pormenorizado relato de las prisas de cada uno de los ministros, voy a intentar hacer una somera relación de las prisas que he podido detectar en estos tiempos.

 Tenía Mariano Rajoy unas prisas locas por llegar al gobierno, el anterior ya no era capaz de solucionar los graves problemas que tenía el país, y el señor Rajoy tenía prisa por formar gobierno y sacarnos del embrollo económico en el que estábamos metidos, no vamos ya a decir por culpa de quién, para qué si es de sobra conocido.

Aunque ya llevaba tiempo en ello, tras ganar el PP las elecciones municipales y autonómicas le dieron unas prisas locas por que se adelantaran las elecciones generales. Incluso una vez convocadas, de nuevo volvió a pedir un adelanto del adelanto, su prisa era cuasi patológica, acortar los tiempos de espera eran para él vitales, o al menos así lo parecía.

Llegaron las elecciones, ganaron por amplia mayoría y a muchos de sus correligionarios y supporters les dieron unas prisas locas porque el gobierno recién elegido comenzara a actuar, y por ello incluso pedían saltarse los plazos reglamentariamente establecidos con tal de que el nuevo inquilino de la Moncloa comenzase a poner en práctica las medidas que sólo ellos debían de conocer y de las que el ciudadano de a pie estaba in albis.

Y llegó la investidura, los nombramientos y la toma de posesión del nuevo gobierno, y las prisas no acabaron aquí. Desde el primer consejo de ministros, se puso de manifiesto que al nuevo gobierno le chiflaba, y la chifla, esto de las prisas. Tras el anuncio por la vicepresidenta del inicio del inicio, nos enteramos de que a pesar de que no se iban a subir los impuestos, no hubo más remedio que subirlos y de una tacada subieron el IRPF y el IBI, frenazo a la ley de dependencia, aumento de la jornada laboral de los funcionarios acompañado de la correspondiente congelación de salarios, de igual manera que la del salario mínimo interprofesional, eso sí subieron las pensiones, que ya sabemos los beneficiarios de ellas en lo que ha quedado dicha subida.

Como bien dijo la señora Sáenz de Santamaría, sólo era el inicio del inicio, porque en los sucesivos consejos de ministros el ejecutivo no se ha curado de lo de las prisas y en cada reunión de viernes nos han ido anunciando medidas que, por las prisas que se han dado en plasmarlas en el BOE debían de tenerlas más que pensadas, aunque antes de las elecciones poco sabíamos de ellas más allá de cuatro vaguedades e indefiniciones. Así llegó la reforma del sistema financiero, que no será la última a tenor de lo que oímos a cada momento; la reforma laboral, tramitada a toda prisa vía decreto, y acompañada de la prisa que se dio el Sr. Rajoy en anunciar una huelga general en una de sus primeras visitas a Bruselas, pareciera que tenía prisas porque los sindicatos la convocaran y así salir del trámite que al parecer deben de sufrir todos los gobiernos cuando afrontan recortes sin precedentes a los derechos de los trabajadores.

Después vendrían los anuncios del préstamo a municipios para pagar a sus acreedores, que se anunció una semana para que a la siguiente ya estuvieran las solicitudes debidamente justificadas en el ministerio de hacienda −de prisa, de prisa−, aunque los créditos los comiencen a recibir, en principio a finales de mayo. Otro anuncio de cara a la galería sobre la dación de viviendas para saldar las deudas hipotecarias, que queda en manos de los bondadosos corazones de banqueros, que bien sabemos todos cuánto tienen de filantrópicos los dichos y las prisas que se dan por solucionar los problemas de los endeudados. Y así sucesivamente. Si un viernes no hay anuncio de primera página, parece que el gobierno no está haciendo nada, que no está gobernando y que nos está dejando caer, como ya hiciera el malvado Zapatero, en manos de los mercados y especuladores.

Tenía Mariano prisas por demostrar su independencia respecto a los dichos mercados y a las instituciones monetarias europeas e internacionales y, es evidente, lo ha conseguido desde el primer momento. A pesar de las premuras de la Comisión Europea porque presentara los presupuestos generales, estos no los podía presentar porque eran muy laboriosos y como no sabían si iban a gobernar o no, los dejaron para después de las elecciones andaluzas que era otra de las prisas que tenían, es decir ganarlas −las asturianas ya las daban por perdidas−. Después las cosas salieron como salieron y con ese jarro de agua fría sobre las cabezas del PP nos presentaron los presupuestos generales que qué queréis que comentemos de ellos que no sepa ya todo sufridor de los mismos, de las medidas restrictivas que encierran y que a tenor del efecto que han producido en los distintos ámbitos, sobre todo en los económicos, no creo que se queden sólo y nada más en lo que reflejan los distintos recortes previstos.

El efecto balsámico que se esperaba tras la presentación de los mismos no se ha producido sino que da la impresión de todo lo contrario: la bolsa y la dichosa prima de riesgo parecen haberse dado prisa la una por bajar y la otra por subir con lo que de nuevo la confianza de los mercados está por los suelos, qué decir de la de los ciudadanos que no sabemos a qué carta quedarnos y a los que cada día nos infunden más miedo todas estas medidas y, no menos, los anuncios que día tras día nos hacen los ministros y, de vez en cuando en sede de su partido, el presidente del Gobierno.

Y ahora, tras la presentación de los presupuestos, ya no es sólo el gobierno el que tiene prisas sino que es evidente que los mercados, el Banco Central Europeo, las autoridades comunitarias, las alemanas, y hasta el sursum corda, tienen la prisa metida en el cuerpo y apenas si nos dejan respirar, y nos piden más reformas y más reformas, más recortes y más recortes, y los plazos nos los acortan y nos meten más miedo en el cuerpo de modo que no sabemos si terminaremos como Portugal o Grecia, pagando más por todos los servicios y cobrando menos por todos los conceptos a pesar de que se trabaje más.

Porque, según veo, esto de las prisas debe de ser algo contagioso, es por lo que a mí me da cierto miedo la situación pues, siempre que se habla de contagio, no sé porqué, me parece que se hace referencia a algo que no funciona como debiera. Y no sé si las medidas tomadas tan a prisa por nuestro gobierno son las correctas para que la mayoría de los ciudadanos salgan con bien de esta dichosa crisis. Sobre todo cuando oigo a los responsables gubernamentales decir que las medidas comenzaran a surtir sus efectos cuando la situación mejore, cuando lo lógico es pensar que las medidas deberían de tomarse para mejorar la situación y no al contrario.

Sé que nadie me va a escuchar y mucho menos hacerme caso, pero yo echaría mano del refranero para, con un par de ellos, recordarle a nuestros gobernantes que “Las prisas nunca fueron buenas consejeras” y “Vísteme despacio que tengo prisa”.

Teodoro R. Martín de Molina. 06 de abril de 2012

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