Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"DEL LADRILLO A LA LOSETA (O A LOS AJOS)"

               La crisis económica general parece ser, según las últimas informaciones, que es un derivado de la crisis del sistema financiero mundial.
    En España, aunque por lo visto, está última no está, por el momento, tan acentuada como en los países de nuestro entorno económico, arrastramos la proveniente del pinchazo, mejor reventón, de la burbuja inmobiliaria que ninguno de los políticos de nuestro país quisieron ver y sobre la que sostenían sus alharacas y festejos desarrollistas aun a sabiendas de que, como todo lo que tiene su fundamento en el barro, gozaba de una estabilidad más que dudosa.
    Y esta doble crisis que nos afecta se nos ha estado vendiendo en los últimos 15 años como la panacea que iba a resolver todos los males endémicos de nuestro sistema económico y productivo. Las desgravaciones fiscales, la inversión en bienes inmobiliarios, la adquisición de la vivienda propia de primer uso, segundo o tercero, el disfrute de las mismas o de las rentas que podían proporcionar sus alquileres, la especulación con la compra venta de los inmuebles, a veces antes de terminar su edificación, comprar sobre planos, vender antes de escriturar, etc, etc,  todo ello en sí mismo, más el añadido de las facilidades dadas por bancos y cajas de ahorros al amor de la permisividad y poco control de muchos de sus ejecutivos, además de los bajos intereses en los que se encontraba el precio del dinero se convirtieron en el no va más de un país acostumbrado a refugiarse en lo seguro: en el sueldo fijo y en la vivienda propia al precio que fuese.
    Poco importaba hipotecarse hasta las cejas y hasta después de la muerte con el fin de poder decir que tenemos, gracias a un sueldo fijo, nuestra casa en la que guarecernos, como si el que gana un sueldo variable no ganase  nada o al que viviese en una vivienda de alquiler le cayesen goteras y tuviese que soportar los rigores extremos de la climatología.
    Al amor de toda esta marabunta especulativa unos pocos fueron llenando sus bolsas, mientras que otros muchos han ido viendo como parecían aumentar su patrimonio al tiempo que ha visto disminuir el cash necesario de cada día para ir tirando. Aquellos seguro que no han perdido ni van a perder, éstos, como casi siempre, serán los que se verán abocados a apretarse el cinturón hasta llegar a alcanzar la tan ansiada cinturita de avispa de las muchachas de nuestra juventud.
    Una vez acabado el boom inmobiliario, visto que a duras penas  algunos de estos últimos en todo lo que les resta de vida conseguirán hacer que la vivienda adquirida pase a formar parte del patrimonio que hereden sus hijos (algunos heredaran, amén de las viviendas, las hipotecas), seguirán trapicheando con el fijo, pero escaso, sueldo de funcionario o dependiente para llegar a fin de mes y el poco dinero que puedan ahorrar lo guardarán en el calcetín o bajo una loseta como decían que antiguamente hacían los que disponían de tan escaso bien, porque ¡como para fiarse de los bancos! Los otros, los que consiguieron grandes beneficios gracias a la especulación con el ladrillo habrán sido los primeros en afanar sus ahorros bancarios para ponerlos a buen recaudo de tan “brillantes” administradores de lo ajeno, probablemente también lo colocarán bajo la loseta a la espera de tiempos mejores en los que poder hacer uso del vil metal que en muchas ocasiones lo ganaron de forma no menos vil.
    Hay un dicho popular que no sería malo que se pudiese, aunque fuese por un corto periodo de tiempo, convertir en realidad, así veríamos aflorar todo el capital que anda escondido en manos de los avaros, ambiciosos y especuladores que van por el mundo con los pantalones remendados y que sin embargo acarician cada noche la fortuna que han conseguido amasar gracias a sus “virtudes”; el dicho en cuestión, creo que conocido de todos, es el que se refiere a la caducidad que, al igual que los ajos, tenía que tener el dinero: “El dinero tenía que ser como los ajos, que al cabo de un año entalleciera”, así, además de que aflorara el dinero, en cierta medida se acabaría con los bancos y con los males que el capital, o su mal uso, nos acarrean como en el momento presente en el que la crisis que nos agobia es fruto del afán especulativo de los poseedores de las grandes fortunas, y que, como vemos, sus perversos efectos sólo revierten en perjuicio de los que menos tienen.

Teodoro R. Martín de Molina. Octubre de 2008
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