Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

La España que viene

 

Hace unos días leía una noticia acerca del intento del gobierno de homogeneizar los sistemas de calificación por edades en cine, televisión e Internet, y, por ello, en la mayoría de los periódicos que se hacían eco de la noticia, volvían a aparecer, a modo ilustrativo, los dos rombos de la TV de nuestra niñez y juventud.

Llegará un momento, porque siempre ha de llegar, en el que nuestros gobernantes -estos, los otros o los de más allá-, nos comunicarán oficialmente, en medio de grandes alharacas y con profusión de fanfarrias, que la crisis se ha terminado, que ya hemos salido de ella y que por fin en España vuelve a brillar el sol. Que ya hemos cruzado el puente en el que acababa el oscuro túnel por el que hemos transitado no sabemos muy bien cuánto tiempo.

Y, al paso que vamos, cuando crucemos ese puente, nos volveremos a dar de bruces con esos dos rombos y con todos los hechos que dicha simbología nos traen a la memoria a los que conocimos aquella época. Ya los abuelos quedarán liberados de contar a los nietos lo que sucedía entonces. Los nietos lo podrán apreciar con sus propios ojos y la sufrirán en sus propias carnes.

La España de los dos rombos estará ante nosotros de nuevo. Y, de nuevo, volveremos a ver las escuelas llenas de niños con los mocos caídos y los pantalones remendados en las que el crucifijo y la fotografía del eterno gobernante de turno volverán a estar detrás de la mesa del maestro que habrá perdido casi todo su poder adquisitivo y que volverá a desear que los padres de sus alumnos le traigan algún obsequio con el que poder sobrellevar las penurias del día a día.

En las universidades estudiarán los que deben de estudiar, es decir, aquellos que se lo puedan costear y a los que les importará poco el tiempo que tenga que pasar hasta terminar la carrera. Los que no puedan estudiar por falta de medios deberán de conformarse con estudios menores o con ocupar los escasos puestos de aprendices en los distintos trabajos que volverán a resurgir, como las zapaterías, las sastrerías, talleres de cualquier tipo, y todo aquello que suponga una reparación de cualquier prenda personal o utensilio de la casa o del trabajo, no estarán los tiempos como para ir derrochando, habrá que saber aprovecharlo todo hasta que ya sea imposible su uso.

Las obras benéficas habrán sustituido a las ayudas oficiales a las personas dependientes y otras con acuciantes necesidades. Las visitas al médico las justas, a no ser que hayamos abonado la Iguala al médico de turno. Mejor no ponerse enfermo, porque las medicinas estarán por las nubes y nada de pensar en hospitales, operaciones y cosas de ese tipo, eso sólo para los ricos, los pobres lo mejor que podrán hacer será morirse para no dar mucho ruido.

Las mujeres volverán a su ocupación como amas de casa –de pronto se habrá reducido el paro en un 50%-, igualmente volverán a cubrir sus cabezas con los velos a la hora de asistir a la iglesia, y las sotanas de nuevo se apoderarán de las iglesias y de las conciencias de sus feligreses, llevándoles siempre por el recto camino: siempre alejados de los pecados de la carne que son los de peores consecuencias, los otros son pecadillos de nada, fruslerías.

Volveremos a ver a los hombres deambular de esquina en esquina a la espera de que alguien los llame para trabajar. La ley laboral que regirá entre empresarios y trabajadores será la receta conocida desde siempre y que se resume en un solo artículo: “Esto son lentejas…” De nuevo habrá que echar mano de la fábula de la cigarra y la hormiga: trabajar cuando se pueda y ahorrar para poder sobrevivir cuando el trabajo escasee.

La igualdad, la libertad, los derechos…, serán palabras tenidas como utópicas a pesar de que algunos abuelos les digan a sus nietos que hubo una época en la que ellos recuerdan haberlas disfrutado y que ahora las echan de menos, también estarán los abuelos que les digan que ellas fueron la causa de todos los males. En el fondo la España que viene seguirá siendo la España de siempre.

Quizás todo esto sea una exageración, o quizás algún día seamos capaces de impedir que algo así suceda, pero las trazas que llevamos…

 

Teodoro R. Martín de Molina. 13 de julio de 2013.

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