Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

La erótica del poder

 

Yo que me creía que ésta era una frase hecha en la que se hacía referencia al gustito que debe de producir eso de estar asido al mando en cualquier sector de la actividad humana, me voy a tener que desengañar y pensar que la frasecita de marras es una expresión literal en su más lascivo sentido.

            El último hecho conocido, el referido al Director Gerente del FMI, es uno más de los muchos que han salido a la luz pública –Dios sabrá cuántos deben de ser aquellos que quedan ocultos por simples u ocultas razones–, porque la partenaire ocasional y obligada del interfecto ha tenido el valor de denunciarlo. En otras ocasiones el miedo o la conveniencia hace que no se conozcan los hechos y en no pocas son otros los motivos que mueve al denunciante a airearlo con el único propósito de sacar buena tajada de lo que entre ellos ocurrió.

            La historia está llena de hombres y mujeres poderosos, que se han caracterizado por su incontinencia sexual y que en cuanto tuvieron oportunidad echaron mano de sus validos, secretarias, becarias u otro tipo de trabajadores/as a su servicio, para desfogar sus pasiones más primarias. Tenemos ejemplos en las más altas alcurnias, en las presidencias de naciones y gobiernos, en magnates del mundo empresarial, en el mundo del deporte y, como decía antes, en cualquier sector de la sociedad en el que indaguemos, de personas que, al igual que el tal Dominique Strauss Khank, deciden desahogarse con o sin el consentimiento de la persona que ocasional o permanentemente trabaja para él o ella.

            Parece que eso de la erótica del poder no sólo afecta a los que por regla general consideramos poderosos, poderosos de verdad, sino que alcanza desde los más altos rangos a los más humildes: desde reyes y reinas a cualquier jefe/a de oficina o simple alcalde/sa o concejal/a de pueblo. Deben de pensarse que todo el monte es orégano y que cualquiera debe caer rendido a los encantos que el áurea del poder que detentan les proporciona independientemente de los inherentes a su propia y simple persona.

            Podría resultar, en cierto modo, más explicable la afición a echar mano del prójimo o la prójima de al lado que puedan tener los recién llegados o los que ocupan los más bajos escalafones del poder, no sé, quizás porque están menos acostumbrados al ordeno y mando o porque a veces se obnubilan cuando pasan de la nada al todo, aunque éste tampoco sea como para tirar cohetes; pero esta actitud en personajes de tanto renombre y que, porque así es la vida, deben de tener tan fácil conseguir la mayoría de sus caprichos, uno que es una persona normal, corriente y moliente, se interroga acerca de la necesidad que tienen de recurrir a la fuerza o al engaño para conseguir los favores sexuales de quien no tiene apetencia de satisfacerle. Supongo que serán mentes calenturientas –tómese la palabra en cualquiera de sus acepciones–, o será porque están acostumbrados a conseguirlo todo con un simple chasquido de dedos o una mínima insinuación.

            Otro aspecto del asunto que me hace reflexionar es la importancia que le dan estos sujetos o sujetas a las consecuencias de sus desviadas aficiones, así como el nivel de consideración que tienen hacia sus familias, sus amistades, o quienes depositaron la confianza en ellos o ellas para llegar al cargo que ostentan. Deben de ser personajes que sólo piensan en primera persona y que para nada tienen en cuenta la dignidad de los demás y el respeto que cualquiera, sea quien sea, se merece. O también cabe la posibilidad de que ocurra porque en la mayoría de los casos el asunto no pasa a mayores y quedan impunes sus fechorías, bien por la complicidad o el silencio de la otra parte, porque la justicia no es igual para todos, por mucho que nos lo repitan, o  porque el dinero lo compra todo; incluso me atrevería a decir que esta sociedad, tan permisiva con unos y tan estricta con otros, es culpable al hacer la vista gorda, cuando no se muestra comprensiva, con estos, para mí, poderosos de tres al cuarto por mucho poder que ostenten en sus manos. Poderosos que si no saben reprimir esos instintos, qué será de ellos ante tentaciones de otro tipo. Miedo me da pensarlo.

Pero ¿qué sabremos los simples mortales de los secretos que esconde el poder?

 

Teodoro R. Martín de Molina. 18 de mayo de 2011

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