La diferencia
Allá por los años sesenta cuando comenzaba el boom turístico en España, Fraga aireó aquel slogan de “España es diferente” que tanto y tanto gusta a algunos y que tan significativamente nos ha caracterizado siempre y nos está señalando, si ello es posible, más que nunca en estos días. Seguro que don Manuel y sus chicos pretenderían llamar la atención, con la frasecita de marras, sobre los aspectos turísticos del sol, la playa, las fiestas, los toros y olé. Pero sin duda que más allá de tales tópicos, España es diferente, y en esa diferencia, por muy doloroso que nos resulte reconocer, radica nuestra situación actual como país que, por otro lado, no varía mucho de la de otras épocas históricas. Desde el inicio de los tiempos hemos sido diferentes y cuando hemos tenido la oportunidad de tomar el tren del cambio, no lo hicimos porque siempre hubo un grupo de iluminados que guió al país por otros rumbos. De los romanos sólo nos quedamos con la lengua y poco más, aportamos al imperio talento y sabiduría, y al final, a la hora de la verdad, nos dejamos avasallar por unos bárbaros que habían arrasado toda Europa. Cuando los árabes consiguieron reducirlos a la mínima expresión brillamos en el medievo con su cultura y terminamos con ellos de forma inmisericorde: desde Covadonga hasta la Alpujarra. No pretendo ser riguroso ni exhaustivo porque, entre otras cosas de menor importancia, ni lo soy, ni tengo capacidad para ello. Pero nuestra historia, cargada de continuas invasiones a lo largo del tiempo, nos recuerda que de ellas siempre nos hemos quedado con lo peor: desde los romanos hasta los franceses. Nunca hemos sido capaces de gobernarnos de un modo acorde con lo que favorece a la mayoría, ni en la abundancia, como en la época dorada del imperio, ni en las de escasez en cualquier otro punto de nuestra historia. Hemos padecido una religión siempre más preocupada por la estética que por la ética, por el sexo que por el seso, que a lo largo del tiempo ha procurado la subordinación de los poderes terrenales a los sobrenaturales. Los fieles poniendo su confianza en el milagro, en el braguetazo, en la lotería…, y mientras tanto, mirando para otro lado cuando se fastidia al prójimo de la manera que sea. País de envidiosos, que queremos tener lo mismo que el otro sea como sea y nos cueste lo que nos cueste, bueno lo que nos cueste pero que no sea por medio del trabajo. Con lemas tan nefastos como ese de “lo que es de España es de los españoles”, hicimos de nuestra capa un sayo cuando estuvimos en un cargo público, o privado. Usando para fines personales lo que la administración pone para beneficio de la sociedad: desde la leche en polvo, hasta los folios, pasando por el uso del teléfono de la oficina como teléfono particular con el gasto de dinero y tiempo que conlleva y sin importarnos nada. Los impuestos, mientras menos pague mejor, si puedo escaquear esto, lo escaqueo, si no pago el IVA, eso que gano, yo y el que me hace la factura o al que se las hago. El cuidado de los bienes comunes: visita un parque, date un paseo por algunas calles, mira a tu alrededor. Cuando ves algo que sigue intacto hasta te llama la atención. Lo limpio invita a limpieza y lo sucio a suciedad, así ocurre con las cosas y con los comportamientos. La educación por medio del ejemplo: de los padres a los hijos, del mayor al pequeño, del profesor al discípulo, del capitán al soldado, del jefe al subordinado. Si sólo se ve pillería por doquier, ¿qué queremos que después se haga? ¿Cómo se va a actuar cuando se llegue a ocupar ese cargo? Se leerá el periódico durante el trabajo, se hará uso particular de lo que es de todos, se sisará de lo de todos en beneficio propio y en detrimento del legítimo perceptor, se tomará para sí lo que no le pertenece, se abusará de su posición. Así se lo han ido enseñando a tanto y tanto españolito, que hacer lo contrario es motivo de admiración y, cómo no, de crítica por parte de una mayoría. Después, eso sí, somos los primeros en quejarnos y despotricar de éste, del otro y del de más allá, pero a mí que no me miren, yo no soy como ellos, verdad: soy peor, y si no lo soy es porque no tengo oportunidad. O simplemente, como España, es que soy diferente. Dicen algunos que esto es así porque siempre mandan los malos, los buenos no tienen oportunidad de llegar al mando porque, o no lo intentan o porque en el primer intento son aniquilados por los malos de turno. No sé si tendrán razón, pero tanto unos, los “malos”, como otros, los “buenos”, surgen de la misma sociedad. Y lo que deberíamos procurar es regenerar esta sociedad de la que sale lo que sale, procurando que sean más los segundos que los primeros, y la mejor manera de conseguirlo es a través de la Educación y la Cultura, algo a lo que los elegidos parecen no estar dispuestos de ningún modo. De ahí los recortes de hoy, y los vaivenes a los que siempre someten al sistema educativo en cuanto tienen oportunidad, en vez de sentarse y consensuar, entre todos, el sistema que persiga ese fin último que debe de ser el cambio auténtico de los pilares en los que, por desgracia, durante tantos siglos se ha basado nuestra sociedad. Quizá así podremos poner las bases para acabar con esta sonrojante diferencia que tan poco me gusta.
Teodoro R. Martín de Molina. 15 de febrero de 2013. |