Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Jueces

 

Descubre bien la verdad

cuando el rico te dé dádivas,

y muéstrate comprensivo

cuando el pobre llore lágrimas,

pero siempre procurando

equilibrar la balanza.”

 

Recuerdo con cierta nostalgia, incluso diría que con afecto, a aquellos jueces que pasaron por mi pueblo cuando aún existían en él los juzgados de Instrucción y Comarcal. Su relación con el paisanaje en general y su integración dentro de la sociedad de aquellos tiempos pueden ser consideradas como situaciones normales, equiparables a las de otros colectivos de funcionarios que llegaban allí para desempeñar su labor de modo temporal o transitorio. Los veía como personas normales que realizaban su función sin que trascendiera mucho más allá del ámbito propio de los casos y las personas enjuiciadas. Hoy en día creo que eso sería impensable.

         El protagonismo que desde un tiempo a esta parte están tomando los jueces, por sí mismos o porque este mundo de la política, de los medios y de los intereses en el que nos movemos, les obligan a ser portada de informativos un día sí y el otro también, y la propia estructura judicial, es lo que me lleva a pensar en la improbabilidad de que se repitan aquellos tiempos.

Son muchas las ocasiones en las que el nombre del juez se sobrepone al del proceso que está instruyendo o juzgando, en otras hemos de echar mano de Google para recordar su nombre, sobre todo si el caso que lleva es beneficioso para la sociedad.

         Quizá muchos no lo recuerden, pero yo por el parentesco que me unía a él, lo recuerdo como uno de los primeros jueces que salió en primera página de los diarios e informativos, se trataba de Salvador Domínguez, a la sazón juez decano de Madrid, que fue el que presidió el tribunal en el que se juzgó el llamado “Caso El Nani”. Por fortuna para él, es uno de los pocos cuyo nombre quedó en un segundo plano, ocupando su lugar el de los policías condenados por la muerte y desaparición de Santiago Corella.

Igual suele suceder con los muchos jueces de la Audiencia de Málaga que juzgan y juzgan a todos los implicados en los múltiples casos de corrupción de Marbella y que no sabemos si al final tanto juicio se sustanciará en algo, una vez que se acaben la variedad de recursos que presentan todas las partes presentadas en los casos. Hoy sabemos, o presuminos, que la mayoría de los inculpados y condenados ni tan siquiera pisarán la cárcel. Aquí la notoriedad de los personajes implicados hace que aquellos pasen a un segundo plano.

También ocurre últimamente, por ejemplo, con Juan José Cobo, juez de Arrecife que de una tacada paró una treintena de desahucios por cláusulas abusivas, o el juez catalán José Mª Fernández Seijo propiciador de la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que ha puesto en solfa a la ley hipotecaria española. Se habló de ellos en su momento y ahí quedó el tema.

Pero, después, tenemos la tira de jueces y magistrados que bien por el caso que llevan entre manos, por sus resoluciones o su forma de actuar, que no dejan de ser jueces estrellas, a lo mejor sin desearlo.

¿Quién no recuerda los nombres de aquellos famosos jueces del inicio de todo este proceso de judialización de la política o de politización de la justicia? Desde el archifamoso Baltasar Garzón, hoy defenestrado de la judicatura por sus mismos compañeros, al recentísimo juez Ruz acaparador de todos los procesos en los que está implicado el PP por uno u otro motivo, pasando por la elegante jueza Alaya a la que no sabemos cuántas veces la hemos visto llegar o salir de su juzgado arrastrando su pequeña maleta de ruedas donde seguro debe de llevar, además de toda la documentación necesaria, las mudas y objetos de aseo necesarios para tan prolongados interrogatorios como suele llevar a cabo.

Seguro que no se nos han ido de la memoria aquellos jueces que sufrieron o gozaron de la repulsa o el aplauso de los dos principales partidos del país a la hora de tomar sus decisiones judiciales y que fueron notica de primera página en los diarios y tan denostados o ensalzados por los medios afines a los distintos partidos: Barbero, Bacigalupo, Pascual Estevill, Gómez de Liaño, Varela, Bermúdez, el propio Garzón en su doble vertiente… Tampoco son fácilmente olvidables aquellos otros que por sus inclinaciones o su aspecto fueron denostados por determinados medios presuponiendo que ése era el motivo fundamental de sus actuaciones, dos característicos se me viene a la memoria: Grande Marlaska y Pedraz. También estuvo aquel joven juez de Alicante que “robó” a Naseiro el nombre de su caso para convertirse en el “Caso Manglano”, por mor de las actuaciones de los interesados en que el caso nunca se aclarase.

 Hoy, junto al juez Ruz que lleva los casos Gürtel y Bárcenas, este último gracias a la decisión de la Sala Segunda de la Audiencia Nacional presidida por ese peculiar juez llamado Alfonso Guevara y que tantos y tantos ejemplos nos ha dado de su imparcialidad y del buen trato que tiene con los encausados y los letrados que participan en sus vistas,

  

("Al que castigues con obras

no maltrates con palabras,

con la pena del suplicio

al desdichado le basta

sin tenerle que añadir

algunas razones malas.")

 

está el juez Castro al que parece no temblarle mucho el pulso a la hora de encausar a los implicados en los casos Palma Arena y Noos, aunque no sabemos hasta cuándo le van a durar los bríos, o hasta cuándo se los van a permitir la fiscalía general o la Audiencia Provincial de Palma, ya veremos en qué queda todo.

A pesar de que la lista podría alargarse, prefiero pensar en esos jueces de pueblo o de juzgados pequeños que desarrollan su labor como aquellos otros de los que hablaba al inicio de estos párrafos. Confiemos en que no se dejen llevar por lo que muchos de los arriba mencionados lo han hecho y sólo lo hagan por la correcta administración de la justicia, sobre todo como le decía don Quijote a Sancho, recogido en sus consejos para el buen gobierno de la ínsula Barataria de los que aquí he dejado tres muestras sencillas a más no poder:

 

 “Si acaso de la justicia

tienes que doblar la vara

sea en la misericordia

antes que por una dádiva.”

 

 

Teodoro R. Martín de Molina. 10 de mayo de 2013.

 

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