Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Invierno

 

Hace poco más de diez días desde que el invierno meteorológico dicen que entró, apenas lo hemos notado. Debe de ser cuestión de lo del cambio climático que hace que cada vez las separaciones entre las distintas estaciones del año sean más tenues, menos perceptibles, a veces no sabemos bien si estamos en otoño o en invierno, en invierno o en primavera. En estos tiempos que corren es más fácil notar los cambios bruscos en el devenir de los avatares sociales a lo largo y ancho del mundo, que los meteorológicos.

         Estos días hemos comprobado cómo la llamada primavera árabe ha pasado a convertirse, en general, en uno de los inviernos más crudos que esos países del norte de África hayan sentido a lo largo de su reciente historia. De pronto les cayó el invierno sin haber transitado por el cálido verano ni por el otoño romántico.

Túnez, donde se inició el esperanzador fenómeno, se mantiene a duras penas ahí en un intento de sobrevivir a la presión de los que pueden y saben ejercerla. La revolución egipcia que acabó con el régimen de Mubarak, tras el pasajero espejismo de libertad alcanzada por el pueblo fruto de su tenacidad y valentía, el efímero paso por el mandato del depuesto presidente Mursi, democráticamente elegido por el pueblo pero que después se dedicó a gobernar para los suyos desde su fundamentalismo religioso, ha dado de nuevo paso a un gobierno tutelado por los militares que no están dispuestos a permitir el más mínimo desliz, otra vez se proclaman adalides de la salvación del pueblo egipcio, y garantes de los principios impuestos por ellos mismos, sin dejar de atender sus propios intereses.

Los militares egipcios, como los de otros países del mundo árabe, siguen los pasos que dieron hace unas décadas los argelinos y que otros estarán prestos a dar, recibirán el apoyo de la todopoderosa monarquía saudí y contarán con el cómplice silencio de todos los gobiernos occidentales que demuestran una vez más una versatilidad total y una capacidad camaleónica para adaptarse a la situación de cada momento en esos países. Véase si no Libia y Siria como antítesis de las situaciones vividas por ambos pueblos, aunque al final todo dé igual, y el frío invierno preñado de carencias se afincará en las vidas de los pobres mientras que la placidez se establecerá, como siempre, al lado de los poderosos.

En África, un poco más al sur, también ha sido noticia el país del antropófago Idi Amín Dadá, Uganda. En este país, probablemente fruto de una acción más del fundamentalismo religioso, en un acto de benevolencia las autoridades acaban de aprobar una ley por la que condenan a cadena perpetua, antes era pena de muerte, a los homosexuales y, por otro lado, prohíben el uso y exhibición de la minifalda o la realización de actos que ellas entiendan que son eróticos. Es decir un aproximarse al frío del invierno medieval.

Esta última noticia coincidió en el tiempo con el mismo día en el que la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y el ministro Gallardón presentaban a los medios y a la opinión pública el proyecto de ley antiabortista aprobada en Consejo de Ministros. Una vez más el fundamentalismo está dispuesto a llevarnos al invierno de las épocas cavernarias presentándosenos como los salvadores en unos casos del pueblo, en otro de la moral, en otro de las mujeres, siempre salvándonos de algo. Por qué no nos dejarán que nos hundamos en la perdición por siempre, seguro que la perdición sería total sin su soporte magnánimo pero a lo mejor seríamos más libres, que es a lo que todos los fundamentalistas le temen tanto.

No es que quiera hacer paralelismos, pero es que te vienen a la mano.

 

 Teodoro R. Martín de Molina. 02 de enero de 2014.

<<VOLVER A OPINIÓN>>