Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Indignado

 

Desde la aparición del libro de Hessel (Indignaos) y la irrupción del llamado movimiento del 15M, la palabra indignado ha estado presente casi a diario en todos los medios de comunicación y en no pocas conversaciones del hombre de la calle, unos para manifestar su indignación por motivos parecidos a los de Hessel y los del 15M, otros para manifestarla en contra de estos. Así que el vocablo indignación es uno de esos a los que últimamente cada uno se aferra de acuerdo con sus ideas o sus formas de ver los derroteros por los que nos movemos, o nos mueven.

            Personalmente me identifico casi a pie juntillas con Hessel y los de la Puerta del Sol y la verdad es que no hay día en el que nuestra indignación no tenga base fundamentada sobre la que formarse. Es normal que nos sintamos indignados cuando vemos el comportamiento de los mercados, las agencias de ‘rating’ y demás entes etéreos que un día tras otro son capaces de poner en un brete a los estados más débiles; o que nos indignemos con las actuaciones de los estados más poderosos que parecen actuar dando cuerda para que terminemos ahorcándonos con ella, que retrasan sus decisiones más y más hasta que claudique aquel país que está bajo el yugo de su poder económico.

            Nos indignamos cuando vemos los sueldos de algunos políticos y de la generalidad de los banqueros a los que la crisis no parece afectarles en lo más mínimo. Son los mismos políticos y los mismos banqueros que después recurren al estado para que saneen las cuentas de las entidades que ellos no supieron gestionar ni mediamente bien, y sus agujeros se cubren con el dinero de todos los españoles, son los mismos políticos y banqueros que ponen el grito en el cielo cuando hay que subsidiar a un parado o costear un medicamento al ciudadano de a pie.

            Bien podemos sentir indignación cuando conocemos lo que siempre se intuyó respecto al poder de la prensa y su modo de actuar, los Murdoch y compañía de Gran Bretaña, los Berlusconi de Italia o los Pedro J. de aquí, que en connivencia con políticos, policía y todo aquel afín a su causa, que no es otra que sus intereses, están dispuestos a indagar en la vida de personas e instituciones usando los medios más abyectos y contrarios a lo que se puede entender por ética periodística para con su amarillismo procurar dirigir la opinión del ciudadano medio por los caminos que a ellos les interesan.

            Cuando vemos la cara dura con la que siguen actuando mucho políticos presentándonos al corrupto como honorable y queriéndonos hacer comulgar con ruedas de molino cuando el declararse culpable o inocente sólo era cuestión de la táctica política que más interesara y cuando todos sabemos que el tiempo transcurrido entre una decisión y la otra sólo fue cuestión de minutos; donde los peces gordos se declaran inocentes y mártires, mientras que los peces chicos de la trama se declaran culpables; pues, cuando vemos esto también nos podemos sentir indignados.

            Qué decir de la hambruna que padece desde que el mundo es mundo el Cuerno de África, entre otros muchos lugares, y la actuación de los organismos internacionales encargados de socorrerlos, la indignación crece y crece ante la desidia y la indiferencia de los que seguimos peleándonos por tener más y más, como si no tuviéramos bastante.

            Y si todo lo anterior no fuese bastante indignante, la indignación llega a su culmen cuando nos paramos a pensar en lo sucedido este fin de semana en Noruega. No me siento indignado con el loco que ha acabado con la vida de tanto inocente y que ha sumido en el dolor a tantas familias y a todo un país que se caracteriza por su actitud siempre pacífica y respetuosa. Ese loco, pague con los 21 años de cárcel que al parecer es la máxima condena prevista por las leyes noruegas o pague con su vida si estuviese en un país donde aún se aplique la pena capital, en ningún caso podrá pagar el daño que ha hecho a toda esa nación y al fin y a la postre sólo es eso, un loco. Mi indignación va contra aquellos que son capaces de promover y avalar las ideas que han llevado a ese hombre a cometer semejante barbaridad. Mi indignación va en contra de los que en nombre de Dios, o en nombre de Alá, son capaces de justificar tales atrocidades. Mi indignación va contra todos aquellos que propagan ideas homófonas, xenófobas, racistas, anti lo que sea, que hacen que personas como el tal A. Behring Breivick haya encontrado en esas u otras ideas similares la razón de su actuación contra todo un país en el que el gobierno de izquierdas representa para él el origen de todo mal. Mi indignación se dirige contra todos los votantes de esos partidos que comienzan a tener una fuerte representación en países como Finlandia, Holanda, Austria o la misma Noruega y cuyos fundamentos ideológicos están basados en el odio hacia el diferente. Mi indignación también se dirige a los partidos llamados democráticos de nuestro país y que no desautorizan y alejan de sus filas, a veces los arropan, a los militantes y dirigentes que en busca del voto del miedo hacen pronunciamientos en contra de los inmigrantes o de los de otras razas culpándolos de muchos de los males que nos aquejan.

            También se dirige mi indignación sobre los que en más de una ocasión miramos para otro lado cuando oímos comentarios de esa índole y que parecen estar de moda –lo mismo lo oyes en la cafetería que en el supermercado que en la sala de espera de un hospital–, y preferimos hacernos los locos dejando que los que defienden esas odiosas ideas sigan propalándolas mezcladas con bulos o con verdades a medias con las que intentan justificarlas.

            Sé, por desgracia, que a muchos también indignan mis palabras. Vamos a terminar todos, por unos motivos u otros, en un estado de permanente indignación si no ponemos remedio a base de tolerancia, comprensión y solidaridad.

            Pintan bastos en esta Europa de la opulencia, me da la impresión.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 26 de julio de 2011

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