"IMPUESTOS"
Quizás, como en tantas otras cosas, ande errado y todo lo que voy a decir a partir de ahora no sea más que un despropósito, entre otros motivos porque mis conocimientos del tema son nulos y sólo expongo lo que desde mi perspectiva de contribuyente medio me sugieren las decisiones sobre la subida de impuestos que prevé el gobierno y los comentarios que por doquier se oyen y leen en contra de las mismas. Tal y como están entendidos los impuestos en los estados modernos, no me cabe duda de que tanto los directos como los indirectos siempre se atienen al principio de justicia distributiva que es el que debe imperar en tales asuntos, y a la ley básica y simple no escrita de que el que más tenga más contribuya y de que el que menos posea sea el más beneficiado. Los impuestos indirectos, aquellos que en teoría nos afectan a todos por igual, al que tiene mucho como al que tiene poco, a mi modo de entender son tan sociales como los directos, los que gravan según la renta, pues aún sin quererlo el ciudadano con mayor poder adquisitivo se verá más afectado, ya que su consumo será mayor, y a otros niveles, que el de aquel otro que anda con lo justito para ir tirando. Por ello, en cierta medida, no son unos impuestos tan antisociales como algunos nos pretenden presentar. De alguna manera cada uno, de acuerdo con su nivel de ingresos, contribuirá al saneamiento de las arcas públicas para su posterior redistribución entre toda la ciudadanía a través de la obra pública, la sanidad, la educación y los demás gastos sociales que deben ayudar a aquellos que menos tienen. Respecto a los impuestos directos, los que gravan las rentas del trabajo y las del capital, nos encontramos en las mismas. A mí, personalmente no me desagrada de ninguna manera que cada mes me hagan la pertinente retención y que al fin del año tributario me devuelven o carguen lo que corresponda a la liquidación final de impuestos. Todos los años cuando llega la época de llevar a cabo la declaración de la renta, oigo como muchos de mis compañeros, amigos y familiares se quejan del dineral que tienen que pagar a Hacienda, yo siempre, respecto a los pagos tributarios, he pensado lo mismo: si pagara mucho no sería mala señal pues, en correlación, eso debe suponer que habría ganado mucho, por desgracia nunca se da esa circunstancia. Quizás sea mi pensamiento el propio de un ingenuo, pero me gusta ser ingenuo. Lo siento por aquellos que no tienen que pagar a la Agencia Tributaria, pues no habrán alcanzado las ganancias suficientes como para tener que llevar a cabo la consabida declaración. Y me rebelo en contra de todos aquellos que ganando mucho más que yo, no presentan declaración o hacen uso de ardides y artimañas de modo que además de pagar menos, reciben algún tipo de subvención por medio de devoluciones, exenciones, becas, u otras a las que los que estamos sujetos a nómina no podemos acceder en el momento que pasamos los umbrales previstos por la administración. Éstos, probablemente, sean los que más levanten la voz en contra de las subidas de impuestos que los distintos gobiernos ponen en marcha: protestan, ponen a parir a los gobernantes y después tratan por todos los medios de engañar a la administración para no colaborar en la medida de sus ingresos con la economía que nos afecta a todos. Serán los mismos a los que les da igual que el IVA suba uno o dos puntos, o lo que estimen conveniente, pues serán los mismos que procuraran pagar o cobrar sin factura de por medio, de modo que esa subida en poco o en nada les afecta. Después, en la misa del domingo o ante el mendigo de turno, tranquilizarán su conciencia con el óbolo de cada semana. Si los países nórdicos son admirables ejemplos de auténticos estados del bienestar no lo son porque sí, sino porque con sus políticas contributivas han conseguido llegar a esas políticas sociales con las que la mayoría de sus habitantes tienen derecho a prestaciones que para nosotros resultan impensables, al mismo tiempo qué decir de los impuestos que esos mismos ciudadanos tiene que afrontar. Somos un país de pillos y siempre tratamos de engañar al otro y si ese otro es el estado mejor que mejor, además de pensar que el estado siempre nos engaña y que los gobernantes jamás hacen las cosas bien, y que actúan como nosotros actuaríamos si estuviésemos en su lugar: nunca pensando en el beneficio de todos, sino en el propio. Así nos luce el pelo: de trampa en trampa y de corruptela en corruptela, unos a pequeña escala y otros en la mayor de ellas, todos de acuerdo con las posibilidades de engaño que tienen a mano. Por eso nos resulta incomprensible que existan países donde los gobernados y sus gobernantes estén de acuerdo en trabajar juntos por el bienestar de todos los ciudadanos, donde el dar para recibir, de acuerdo con las posibilidades y necesidades, sea la norma general, sin pretender ser el más rácano para en paradójica contraprestación ser el más beneficiado. En esos países el fraude es algo que apenas si se conoce y su formación cívica hace que contribuir no sea entendido como un modo de perder sino, bien al contrario, de ganar, no para sí mismo, que a la postre también, sino para la sociedad en su conjunto. Por último reseñar como aquí los líderes de la oposición, amén de zaherir cualquier decisión del gobierno, que parece ser que es su obligación, y no aportar solución alguna fuera de cuatro vaguedades, parecen haber descubierto la pólvora cuando nos anuncian que los principales afectados en la subida de impuestos van a ser las clases medias, ¡menuda novedad! Uno, que de siempre ha pertenecido a la tan sufrida clase, ya oía en boca de su padre, hace más de cuarenta años, que éramos los que no disfrutábamos ni de los beneficios asistenciales de los que menos tenían ni, evidentemente, de los privilegios de los más pudientes. Así nos daban las bofetadas en los dos carrillos, nos secábamos las lágrimas y seguíamos adelante. Hoy en día, por fortuna, las clases medias no somos lo que éramos y bien podemos entender que nuestro pequeño sacrificio impositivo puede suponer un gran alivio para toda la sociedad y sobre todo para aquellos que están muy por debajo de nosotros, aunque cuando pensemos en los defraudadores profesionales, que abundan y se pavonean de ello, se nos revuelva el estómago por su falta de escrúpulos. Bienvenidos, pues, sean los impuestos en la confianza que de su correcta utilización pueda surgir un impulso que haga que todos vivamos un poquito mejor, incluso los que más tienen. Teodoro R. Martín de Molina. Septiembre
de 2009.
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